Concurso de relatos: "Llegaron los marcianos" Mi amigo verde.

Las frías gotas de sudor que bajan por mi espalda me advierten de una subida abrupta en la temperatura. La gente me adelanta presurosa. Algunos se detienen cerca de la fuente. Pienso, al verlos, que están buscando un consuelo momentáneo en el sonido del agua. Los veo ensimismados, como si el movimiento acuoso les hablara un lenguaje cifrado. El calor sobre los brazos desnudos y sobre la piel de la nuca los atenaza. Retoman el andar apresurado. — ¡Resiste!— me dice una voz dentro de mi cabeza— ¡El final está cerca! Lo sé. Cada año la temperatura del planeta sube. También sé las causas, pero no puedo compartir este conocimiento que tengo desde hace tres semanas. Nadie debe sospechar que el calor insoportable es una estrategia astral, una salida extrema para salvar el planeta. Los científicos dan todo tipo de explicaciones. —Es un sufrimiento necesario. Los humanos no encontrarán las respuestas— La voz metálica dentro de mi cabeza está modulada por el perfecto acento de mi región, pero su pronunciación enfática no deja dudas de la certeza de lo que advierte. Nadie parece darse cuenta de la hecatombe a mí alrededor. Solo yo percibo los mensajes que llegan del espacio, cifrados en sonidos cortos y largos, como los del código Morse. Otras veces es esta voz metálica, en mi propio idioma. La del hombrecito verde que me sigue cuando salgo de casa. Hoy, que sentí el impulso de salir, lo he visto a lo lejos nada más abrir la puerta. Diferencio su verdor entre los arbustos de la calle, reconozco su forma y sus matices, perfectos para el camuflaje, para pasar desapercibido entre el ramaje. Sé que me sigue mientras cruzo el puente. Llegará en cuanto me siente en un banco en el paseo al lado del río. Aquí viene. Flota, a la vez avanza como una bolsa de plástico llevada por el viento. Comienzo a escuchar su voz antes de tenerlo al frente. —El día se aproxima. Deberás estar preparado—. Dice sin preámbulos. —Salvaremos a un hombre y a una mujer por cultura y lenguaje. En breve verás a la mujer elegida para ti atravesar el puente—. —¿El día se aproxima? ¿La mujer elegida para mí? ¿Qué sucederá exactamente?— Las palabras se amontonan en mi garganta mientras dirijo la mirada hacia el puente por donde supuestamente aparecería la mujer elegida para mí. El hombrecito verde no responde. Solo fija sus ojos redondos en los míos. He aprendido a mirarlo con mayor calma. Veo sus pupilas policromadas y cambiantes, hipnóticas. Su tamaño, su aspecto de juguete, comienzan a ganar mi confianza. Así, mirándolo, comienzo a alucinar: Me veo mirando la tierra desde los cielos, como si fueran imágenes tomadas por un dron a gran distancia. Miro los árboles secos como fantasmas descomunales, diviso el mar corriendo sobres las arenas hasta alcanzar las montañas, advierto como el agua salada se confunde con la dulce. Observo grandes manadas de elefantes desfallecidos, contemplo los desiertos arder bajo el sol con espejismos fantásticos. En un cambio repentino me encuentro con la infinitud del universo frente a mis ojos, escucho el más delicioso silencio a mí alrededor. Aún no logro comprender. Tampoco sé cómo recobro el control de mi mente. Vuelvo a la realidad. Una mujer se desplaza serenamente en nuestra dirección. Su silueta se recorta contra el cielo azul mientras sus brazos finos parecen remar en el viento. Su pelo se mueve al andar cubriendo su cara como un velo. Es una visión ideal. Ahora pienso que sueño. Las visiones apocalípticas quedan fuera de mi memoria mientras mis ojos quedan atrapados en los movimientos de la falda amarilla que la mujer viste. — ¿Es la mujer escogida para mí? —La idea me estremece. El hombrecito verde me mira. Sus ojos refulgentes me dan las respuestas a la pregunta no hecha: Me veo retornando a la tierra, con la mujer escogida para mí y con nuestros descendientes. En mi cuerpo y en el de ella parece no haber transcurrido el tiempo. Veo aparecer el planeta azul del que hemos hablado por generaciones en las ciudadelas espaciales hechas por los hombres verdes para los terrícolas en el planeta rojo. Regresamos acompañados por nuestros benefactores. Hemos construido lazos imponderables. Aprendimos a comprendernos en todos los idiomas, terrícolas y marcianos. Regresamos al hogar de millardos de matices. — Hemos rescatado esta tierra, salvado a los hombres, muchas veces—. Le oigo decir a mi amigo verde mientras una lágrima rueda por mis mejillas. Sé lo que me espera.

### The Green Friend
The cold drops of sweat running down my back warn me of an abrupt rise in temperature. People rush past me. Some stop near the fountain. Seeing them, I think they are seeking momentary comfort in the sound of the water. I see them absorbed, as if the watery movement speaks to them in a coded language. The heat on their bare arms and the skin of their necks grips them. They resume their hurried walk. "Resist!" a voice inside my head tells me. "The end is near!" I know. Every year the planet's temperature rises. I also know the causes, but I cannot share this knowledge that I have had for three weeks. No one must suspect that the unbearable heat is an astral strategy, an extreme way to save the planet. Scientists give all kinds of explanations. "It is a necessary suffering. Humans will not find the answers." The metallic voice inside my head is modulated by the perfect accent of my region, but its emphatic pronunciation leaves no doubt about the certainty of what it warns. No one seems to realize the hecatomb around me. Only I perceive the messages that arrive from space, encrypted in short and long sounds, like those of Morse code. Other times it is this metallic voice, in my own language. The one of the little green man who follows me when I leave home. Today, when I felt the urge to go out, I saw him in the distance as soon as I opened the door. I distinguish his greenness among the bushes on the street, I recognize his shape and his nuances, perfect for camouflage, to go unnoticed among the branches. I know he follows me as I cross the bridge. He will arrive as soon as I sit on a bench on the promenade next to the river. Here he comes. He floats in the wind like a plastic bag carried by the wind. I begin to hear his voice before I have him in front of me. "The day is approaching. You must be prepared." He says without preamble. "We will save a man and a woman for culture and language. Soon you will see the woman chosen for you cross the bridge." "The day is approaching? The woman chosen for me? What exactly will happen?" The words pile up in my throat as I turn my gaze towards the bridge where the woman chosen for me would supposedly appear. The little green man does not answer. He only fixes his round eyes on mine. I have learned to look at him more calmly. I see his polychrome and changing, hypnotic pupils. His size, his toy-like appearance, begin to win my trust. Thus, looking at him, I begin to hallucinate: I see myself looking at the earth from the heavens, as if they were images taken by a drone from a great distance. I look at the dry trees like enormous ghosts, I see the sea running over the sands until it reaches the mountains, I notice how the salt water mingles with the fresh water. I observe large herds of exhausted elephants, I contemplate the deserts burning under the sun with fantastic mirages. In a sudden change I find myself with the infinity of the universe before my eyes, I hear the most delicious silence around me. I still can't understand. Nor do I know how I regain control of my mind. I return to reality. A woman moves serenely in our direction. Her silhouette is outlined against the blue sky while her thin arms seem to row in the wind. Her hair moves as she walks, covering her face like a veil. It is an ideal vision. Now I think I'm dreaming. The apocalyptic visions are left out of my memory while my eyes are trapped in the movements of the yellow skirt that the woman wears. "Is she the woman chosen for me?" The idea makes me shudder. The little green man looks at me. His refulgent eyes give me the answers to the unasked question: I see myself returning to earth, with the woman chosen for me and with our descendants. In my body and in hers, time seems not to have passed. I see the blue planet appear, the one we have talked about for generations in the space citadels made by the green men for the earthlings on the red planet. We return accompanied by our benefactors. We have built imponderable ties. We learned to understand each other in all languages, earthlings and martians. We return to the home of billions of nuances. "We have rescued this earth, saved the men, many times." I hear my green friend say as a tear rolls down my cheeks. I know what awaits me.