La fruta

@hosgug · 2018-05-19 21:19 · cervantes

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Juan de la Cruz Grantes Salió más tarde que de costumbre de su trabajo en el bodegón de Floresta, el último colectivo ya había pasado así que para llegar a su casa debería caminar, como otras veces.

Estaba triste y preocupado, aun no le pagan su mísero salario y sospechaba que el negocio no iba bien, se había dado cuenta que la cantidad de platos, cubiertos y vasos que lavaba cada noche estaba disminuyendo, al principio era una sensación, ya no le quedaban dudas. Sin embargo esa noche volvió a salir tarde. Justo el día del cumpleaños de su pequeño hijo, no habría regalo, ni siquiera podría verlo despierto.

Absorto en sus pensamientos perdió el sentido de ubicación y se encontró caminando por lugares que no reconocía. Una luz mortecina que alumbraba un local casi tan oscuro como la noche, le salió al paso. Verdulería Grantes decía el cartel descascarado a un costado de la entrada y por supuesto le llamó la atención, como no iba a sentir curiosidad de ver su apellido.

Tanto más intrigante resultó que estuviera abierta, el verdulero, un hombre de edad avanzado y algo consumido, con una barba gris descuidada, barría y acomodaba cajones, alistando todo para cerrar. En cuanto vio a Juan le sonrió y le preguntó si necesitaba algo.

_ No, gracias, solo me llamó la atención que el local estuviera abierto a esta hora – dijo Juan. _ Ya cierro – Acotó el verdulero

Al momento, el comerciante se dio vuelta y rebuscó en un cajón en apariencias vacío, extrajo una extraña fruta que Juan no había visto en su vida y se la entregó.

_ Tome, llévela a su casa y compártala con su familia y lo que le sobre repártala con gente que tenga necesidades.

La sorpresa de Juan era enorme, la fruta era muy pequeña, ni siquiera alcanzaría para su hijo, pero no dijo nada, solo la tomó y siguió caminando.

Al dar vuelta la esquina se orientó inmediatamente, estaba a pocas cuadras de su casa y ni siquiera se había dado cuenta. Esa noche se olvidó de la fruta, solo habló un rato con su mujer, cenó un mate cocido con galleta dura y se fue a dormir.

En la mañana mientras la mujer se las arreglaba para preparar un desayuno con lo poco que había, Juan recordó la fruta y fue a buscarla, al menos su hijo esa mañana tendría algo más para llevarse a la boca. La lavó, la cortó en trozos y se la ofreció al niño, éste comió un pequeño trozo y dijo que estaba muy rica pero que no quería más. Entonces Juan compartió un pequeño trozo con su mujer y ambos acordaron en que no reconocían que fruta era pero que estaba riquísima. Sin embargo sobró un buen pedazo, increíblemente.

A partir de entonces la suerte de Juan comenzó a cambiar ostensiblemente, en poco tiempo pasó a la cocina del bodegón y sus platos cobraron fama, tanta que fue contratado por un restaurante de un barrio acomodado y no mucho después abrió su propio negocio en el exclusivo Palermo Hollywood.

Algo incomprensible y fuera de toda lógica era la fruta, cada noche estaba entera como si nadie la hubiera tocado pese a que los tres continuaban comiendo de ella. Juan sospechaba que algo mágico y sobrenatural ocurría. Recordaba las palabras del verdulero y comenzó a ofrecer pequeños trozos a algún necesitado, primero a miembros de su familia, luego a los amigos y conocidos. El efecto era similar en todos, en poco tiempo su situación cambiaba radicalmente. Mejoras económicas, en salud, en la actitud solidaria de cada uno de ellos hacia los demás.

Mientras tanto Juan buscaba a la verdulería y al verdulero pero sin suerte, jamás pudo ubicar el lugar donde había sido bendecido por la suerte.

Una fría noche, al salir del restaurante, Juan de la Cruz Grantes se dirigía a su casa en su propio y lujoso vehículo y un desvío por arreglos en calle lo hizo tomar otro camino, de pronto se encontró perdido y mirando hacia ambos lados tratando de orientarse, para su sorpresa vio el callejón y la luz mortecina iluminando la verdulería, la reconoció de inmediato por el cartel descascarado que tanto recordaba, pero estaba cerrada. A pocos metros, acostado en el piso, tapado con frazadas roídas por el tiempo, se encontraba un indigente.

Juan bajó del auto y tomó la fruta. No sabía si todavía serviría, hacía tiempo que mostraba el deterioro producido por el paso del tiempo y ya no se animaba a ofrecérsela a nadie. Pero esa persona la necesitaba, quizás fuera el ser humano que más necesitara de ayuda en ese momento y se acercó. El anciano, algo consumido, con una barba gris descuidada lo miró y Juan comprendió inmediatamente que se trataba del verdulero.

Con lágrimas surcando sus mejillas Juan sacó la fruta y sin decir nada se la entregó. Volvió a su vehículo y se marchó. Al doblar la esquina reconoció el barrio, estaba a pocas cuadras de su casa.

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Nadie en su sano juicio debería creer esta historia, sin embargo yo conozco a Juan cuyo verdadero nombre no es Juan de la Cruz Grantes y también a su mujer y a su hijo. Visito cada tanto su exitoso restaurante de Palermo Hollywood y además doy fe que Juan es una persona bondadosa que jamás deja de ayudar a quien lo necesita, también sé que comenzó como lava copas en un bodegón de Floresta.

Héctor Gugliermo

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