Hello, friends!
Hello, @saffisara, today you got me thinking. Before becoming a mother, if someone had asked me How long do you think you could last in a survival situation?, my answer would have been cold and logical: Until the water and food run out. And it wasn't a lie.
It was an abstract hypothesis, a mental game where my body and my will had a limit marked by scarcity and ignorance.
But motherhood erased that limit. It didn't turn me into a superhero, but into a woman who discovered that fear and love are the same force when it comes to your children. Suddenly, survival was no longer a matter of personal endurance, but something fierce, a necessity that meant guaranteeing one's life.
My potential exploded without me even realizing it. Where before I saw a boring manual, now I saw a weapon. I learned survival techniques for natural disasters (I live on an island with a six-month hurricane season); I learned advanced first aid, how to purify water, and how to navigate without a compass. My afternoons changed; now I watch documentaries about the jungle and deserts with my children, turning every animal strategy, every plant adaptation, into a lesson disguised as an adventure. While they think we're watching tigers, I'm memorizing how to find water sources.
Today, my answer is different. My survival no longer has to do with my hunger or my thirst. It has to do with the light in her eyes. I will survive anything: collapse, disaster, absolute chaos. I will learn what I don't know, I will do what I never imagined, because the most primitive instinct and the deepest love have merged within me. I will not fight until the water runs out. I will fight until I create water where there is none, as if I have to dig the well with my hands: because her life is the only limit I now recognize.
Versión en español
Hola, amigas!
Hola, @saffisara, hoy me pusiste a pensar. Antes de ser madre, si alguien me hubiera preguntado ¿Qué tiempo piensas que podrías durar en una situación de supervivencia?, mi respuesta habría sido fría y lógica: Hasta que se acabe el agua y la comida. Y no fuera mentira.
Era una hipótesis abstracta, un juego mental donde mi cuerpo y mi voluntad tenían un límite marcado por la escasez y el desconocimiento.
Pero la maternidad borró ese límite. No me convirtió en una superheroína, sino en una mujer que descubrió que el miedo y el amor son la misma fuerza cuando se trata de tus hijos. De repente, sobrevivir ya no era una cuestión de aguante personal, sino algo feroz, una necesidad que significaba garantizar su vida.
Mi potencial explotó sin que me diera cuenta. Donde antes veía un manual aburrido, ahora veía un arma. Aprendí técnicas de supervivencia ante las catástrofes naturales (vivo en una isla con una temporada ciclónica de 6 meses); aprendí primeros auxilios avanzados, cómo purificar agua o orientarme sin brújula. Mis tardes cambiaron; ahora veo documentales sobre la selva y los desiertos con mis hijos, convirtiendo cada estrategia animal, cada adaptación de las plantas, en una lección disfrazada de aventura. Mientras ellos creen que estamos viendo tigres, y yo estoy memorizando cómo encontrar fuentes de agua.
Hoy, mi respuesta es otra. Mi supervivencia ya no tiene que ver con mi hambre o mi sed. Tiene que ver con la luz en sus ojos. Sobreviviré a lo que sea: al colapso, al desastre, al caos más absoluto. Aprenderé lo que no sé, haré lo que nunca imaginé, porque el instinto más primitivo y el amor más profundo se han fusionado en mí. No lucharé hasta que se acabe el agua. Lucharé hasta crear agua donde no la haya, como si tengo que cavar el pozo con mis manos: porque su vida es el único límite que ahora reconozco.