Hoy se me puso el corazón chiquito y la piel se me erizo, cuando veo a un niño de catorce años, cuyos abuelos han sido muy allegados a la casa, con su rostro en alto, y el temple firme, acompañado a su familia a darle sepultura a su padre.
Siempre he tenido presente, que nuestros padres son fugaces, nos los regala la vida, ellos nos traen al mundo y de un momento a otro la misma vida nos los quita, su discurso siempre va a estar presente: —¡No somos eternos!, y la verdad es que aprendimos que en cualquier momento deben irse sin importar los motivos por los cuales se marchen, este es el mismo discurso que uso con mis hijos, y aunque las palabras parecen lejanas e irreales, la vida tiene un modo un poco ácido o cruel de recordar que somos frágiles, les digo algo, a veces los padres no se marchan cuando ya somos adultos responsables y profesionales, y no es de culpar a nadie, pero, estos a veces se marchan cuando los hijos apenas son adolescentes o no han culminado la niñez; al perder de forma repentina a un ser querido, en este caso los padres, se nos queda una huella en nuestra vida, por ende no solo se moldea nuestro presente, sino que también hay cambios en el futuro.
Cuando mamá o papá fallecen en la niñez o la adolescencia, pasan muchas cosas, a los que les he preguntado me han dicho que reina en ellos, las preguntas que a veces toman años responder: —¿Por qué tuvieron que irse?, ¿Hubiésemos aprendido algo más si ellos, hasta el día de hoy estuvieran con nosotros?, ¿Mi vida hubiese sido así estando mamá o papá o hubiese sido más fácil?
La tristeza y la confusión son sentimientos comunes que, siempre sin importar la edad, acompañan la experiencia de la pérdida, mi madre perdió a su papá cuando solo era una niña, cuando se le hacía un poco complicado entender la vida, el dolor y la incertidumbre, forman parte de sus recuerdos. Perder, marca la vida de quien alguna vez tuvo un ser amado, y después no lo puede ver, deja enseñanzas positivas y negativas, el duelo impulsa al crecimiento, a organizarnos e incluso a buscarle sentido a la vida, en la adolescencia los desafíos son fuertes, pero, las palabras de mamá y papá ayudan, son alientos que nunca están de más y cuando llegamos a adultos, ayudan muchísimo, no obstante, no todo es bonito, mucho menos color de rosas, hay un lado oscuro en esta amarga experiencia, la ausencia, tiende a generar resentimiento, la tristeza puede ahogar, y cuando pensamos que nada puede empeorar o hasta ahí llego todo, caemos en la angustia, la desesperanza e incluso el dolor, nunca falta esa interrogante que deja más de uno sin explicación: — ¿Por qué muere gente tan buena, mientras que quedan vivos, aquellos que no parecen merecerlo?, he aquí cuando reina la injusticia, un sentimiento devastador, el cual nos lleva a cuestionar la naturaleza ya establecida del destino, al cual todos debemos enfrentar.
La vida, nos enseña que todo es un ciclo, y la perdida pertenece al ciclo de la existencia, comprender esto no reduce el dolor, ¡no!, pero, nos muestra que debemos lidiar con emociones contradictorias, una de ellas me la enseño mi madre, la otra la aprendimos mis hermanos y yo cuando perdimos a mi padre cuando ellos estaban muy pequeños, honramos su memoria, pero seguimos deseando tenerlos con nosotros, continuamos trabajando en mantener viva su presencia espiritual, y no hablo de encender una vela en su memoria, cosa que no está mal, pero, los mantenemos vivos, cuando vivimos haciendo uso de los valores que nos inculcaron.
Con el pasar de los años, comprendemos que no hay manera de explicar por qué nos arrancan de las manos a personas tan buenas, y otras que creemos o decimos nosotros no merecen la vida, continúan aquí, sin importar el dolor, asegurémonos de no crecer con rencores, que la esencia y la integridad de nuestros seres queridos prevalezcan mediante nuestras acciones y decisiones.
Una perdida física no implica una perdida espiritual, aunque nuestros padres no se encuentren físicamente con nosotros, quedan las enseñanzas y los valores que nos enseñaron, esos que hoy guían nuestros pasos, hoy atesoro muchos momentos bonitos, la resignación llega tarde, pero llega, el dolor se convierte en fuerza, en resiliencia, nadie dijo que fuera fácil, pero, en algún momento el dolor, sana, avanzamos solos, pero, estando acompañados.
Cada desafío es una oportunidad, no va hacer fácil afrontar la vida sin ese ser querido, crecer está en nuestro propósito, al igual que cuestionar la justicia del destino o el resentimiento por haber perdido a nuestros seres amados, la vida es ir hacia delante, nuestro trabajo es caminar, recordando a nuestros seres amados, y viviendo como ellos querían que viviéramos nuestras vidas.
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