Más allá de las apariencias - Ejercicio de escritura libre [Es-En]

 El sábado la intensa lluvia golpeaba mi ventana. Me vesti repitiendo el mantra: "no soy de cartón" y me puse el impermeable. El espejo me dijo: "Este no es tu mejor atuendo". Yo quería comprar uno bonito, pero el presupuesto alcanzó para el más barato que encontré en el bazar. Odiaba el color, blanco y demasiado llamativo, pero el punto no era ir a un concurso de belleza, era protegerse del temporal. El camino al trabajo fue una aventura no muy divertida. Hacía frío, la primavera apenas empezando no garantiza temperaturas templadas, al contrario; y el viento se empeñaba en descubrirme la cabeza. Las gotas de lluvia empañaban mis anteojos, el bus pasó con retraso. Las ramas de los árboles no paraban de crugir a mi lado y cuando por fin llegó el transporte, iba lleno. Al subir, el chófer arrancó tan bruscamente que casi termino sobre los otros pasajeros. Los 20 minutos de trayecto fueron eternos, mientras afuera parecía que nunca pararía de llover. Me abrí paso hasta la salida y logré bajar en mi parada. El resto del camino tenía que hacerlo caminando bajo la lluvia, saltando charcos y mirando a través de mis anteojos salpicados. Está demás decir que el mal humor se abría paso en mi interior. Sobre una esquina ví venir hacia mí un punto blanco luchando contra el clima, otra chica sobreponiendose al temporal y cubierta con un impermeable exactamente igual al mío, el mismo. Nos miramos al cruzarnos y fue como reconocer a una vieja amiga, como encontrarte con alguien que también lleva la camiseta de tu equipo favorito... Sin palabras, en esa sonrisa que nos dimos sin detenernos siquiera, nos dijimos un montón de cosas. Nos dijimos: "el día está de mierda, pero nosotras somos más fuertes". Al llegar al trabajo aún tenía esa sonrisa conmigo. Me quite el impermeable y mi ropa estaba perfectamente seca, había cumplido muy bien su cometido. Entonces me alegre de haberlo comprado aún cuando me pareció feo, porque lo importante era que había sido práctico y que ahora no tenía que pasar la jornada mojada y con frío.  On Saturday, the intense rain pounded against my window. I got dressed, repeating the mantra, "I'm not made of cardboard," and put on my raincoat. The mirror told me, "This isn't your best outfit." I wanted to buy a nice one, but my budget only allowed for the cheapest one I found at the bazaar. I hated the color—white and far too flashy—but the point wasn't to go to a beauty pageant; it was to protect myself from the storm. The commute to work was not a very enjoyable adventure. It was cold; spring, barely begun, doesn't guarantee mild temperatures, quite the opposite; and the wind insisted on exposing my head. Raindrops fogged my glasses, and the bus was late. Tree branches creaked constantly beside me, and when the bus finally arrived, it was packed. As I boarded, the driver accelerated so abruptly that I almost ended up on top of the other passengers. The 20-minute ride felt endless, while outside it seemed like it would never stop raining. I made my way to the exit and managed to get off at my stop. The rest of the way I had to walk in the rain, jumping over puddles and looking through my splashed sunglasses. Needless to say, I was getting increasingly grumpy. Around a corner, I saw a white dot coming towards me, battling the weather, another girl braving the downpour and wearing a raincoat exactly like mine, the same one. We looked at each other as we passed, and it was like recognizing an old friend, like running into someone else wearing your favorite team's jersey... Wordlessly, in that smile we exchanged without even stopping, we said a lot. We said to each other: "The day is awful, but we're stronger." When I got to work, I still had that smile with me. I took off the raincoat, and my clothes were perfectly dry; it had done its job perfectly. I was glad I'd bought it, even though I thought it was ugly, because the important thing was that it had been practical, and now I didn't have to spend the day wet and cold.