Mi dulce tormento
Un puñado de estrellas, así veía sus ojos, aunque eran más brillantes, quizás un lucero, de esos que explotan antes de caer sin remedio y apagar su vida de forma majestuosa.
Su cabello, eterno y precioso, una cascada tibia qué caía por sus hombros, reflejando la vida del vital néctar qué de sus labios probé algún día.
Y qué decir de su figura, una musa musical, cuerpo esbelto de violín, ya que éste es aún más delicado y que una perfecta guitarra tallada en roble añejo.
Y al final su voz, esa vos de niña que te vuelve loco, esa voz de néctar qué sabe a miel y cuando se arrebata es la hiel qué mata, que aniquila con la mirada, y esas estrellas que una vez existieron, se apagan dejando el cielo negro.