Nota: La siguiente historia es ficticia, aunque el lugar de los hechos es real y se encuentra Japón.
Bromas y risas era todo lo que podía oírse en el bosque. Comentarios inapropiados sobre los que habían perecido, y burlas sobre aquellos que salían del mismo con historias extrañas, miradas perdidas, y voces quietas. Ninguno, a excepción de ella, creía en que realmente sucediera algo paranormal en ese lugar, pero la curiosidad era más fuerte, y no había nada más curioso para ellos que un bosque llamado: el bosque de los suicidas.
Los turistas que visitaban Japón siempre iban con la idea morbosa de adentrarse en el bosque y de esa manera lograr captar algo de esa extrañeza que todo el mundo decía haber. Mientras que unos iban con el respeto característico dado a las historias contadas, otros no lo hacían, como en el caso de James y sus amigos.
No era un grupo muy grande, solo cuatro personas; tres chicos y una chica, que habían decidido aventurarse al bosque japonés con la idea equivocada. Jamás pensaron el alto precio que habrían de pagar.
Se equiparon con linternas, agua y comida. Llevaba ropa abrigada, y dentro de las mochilas escondieron botellas de licor envueltas en mantas. Se les había advertido que más tardar a las cinco de la tarde debían regresar, ya que nadie podía quedarse dentro del bosque. No obstante, la idea de James y los demás no podía estar más alejada de las órdenes de los guardabosques.
Habían pasado más de las cinco de la tarde. Apenas llevaban una hora y media caminando por aquel mar de árboles, hojas muertas y neblina. Nada parecía ir fuera de lo normal. Por el contrario, les parecía sumamente aburrido. Esperaban al menos ver a algún ahorcado en el trayecto, o algún hueso en la tierra, algo que indicara que la gente sí iba a terminar con su vida, pero solo veían basura que dejaban los demás turistas, y cuerdas atadas a los árboles para guiarlos a la salida. Los únicos movimientos que percibían eran los de los animales y los suyos propios.
Con el invierno, la noche caía más rápido, por lo cual no pasó mucho tiempo, cuando los jóvenes tuvieron que sacar sus linternas para ver el camino. Rina, la chica que acompañaba al grupo, al ver la que la neblina se hacía más espesa, empezó a sentir cierta incomodidad, como si de la nada, una inquietud se hubiera apoderado de su pecho. Ella era la única que no reía ante los comentarios de James y sus dos amigos. Ella prefería estar en silencio mientras observaba, con un temor oculto, todo a su alrededor.
El crepitar de las ramas secas, el silbido de la brisa y el picoteo de los pájaros carpinteros mantenían a Rina con una incertidumbre que le ponía el corazón a mil.
—Creo que deberíamos volver —dijo deteniéndose abruptamente.
Los tres chicos se giraron para verla.
—¿Qué estás diciendo? —James era de las personas que no le agradaba que nadie interviniera en sus planes—. Vinimos a ver fantasmas, Rina. No me vas a decir que tienes miedo, ¿o sí?
Rina temía responderle, pues no quería que la dejaran sola en ese lugar tan inquietante. No obstante, tenía el presentimiento de que no deberían continuar. Tenía que tomar una decisión antes de que fuera tarde para ella.
—¡Rina tiene miedo! ¡Rina tiene miedo! —corearon los otros dos acompañantes con burla.
—Si quieres puedes volver, pero nosotros seguiremos.
James y los chicos empezaron a caminar sin esperar una respuesta. Nadie iba a arruinarles la aventura, mucho menos una chica tonta y supersticiosa.
Cuando vio que se alejaban, Rina notó algo a sus espaldas. No lograba entenderlo de un todo, pero era como si la niebla espesa cobrara forma y fuera detrás de ellos. El miedo que antes no quería admitir se manifestó con un nudo en su garganta. Rina dio un paso atrás. No quería ser parte de lo que se avecinaba, así que tomó su linterna, y buscó la cuerda que los guiaba a la salida. Sin embargo, al iluminar la zona, se dio cuenta de que dicha cuerda había desaparecido.
Una opresión en el pecho de Rina le hizo saber que todo pintaba mal, y cuando volvió su rostro para seguir a sus compañeros, estos ya habían desaparecido en la niebla. La oscuridad del bosque era imponente, y de pronto ya no escuchaba nada, más que el crujido de las ramas de los árboles.
No tenía más opción que caminar. La idea de perderse en el bosque de Aokigahara y que no la encontraran era aterradora, más cuando sabía el dolor que le causaría a su familia. Antes de empezar, se persignó y pidió a todos los aquellos que habían acabado allí una sincera disculpa. Esperaba que todas esas personas, que nunca hallaron la salida, ahora tuvieran paz.
Mirando a todas partes, Rina emprendió su caminata. No tenía la certeza de si iba a poder salir de allí o no, pero no desistió. Sus pies la conducían sin rumbo alguno, y pronto empezó a sentir escalofríos. Sintió una pesadez en su espalda, como si la mochila que llevaba, de repente pesara diez kilos extras. Detuvo el paso en total silencio, y por un segundo quiso mirar atrás, cuando de la nada un zorro rojo apareció frente a ella.
El animal miraba a Rina directo a los ojos, como si quisiera transmitirle un mensaje el cual ella no entendía. Por otra parte, sabía que era la única forma con vida que había visto en ese lugar lleno de soledad. La bestia se volvió y dio unos cuantos pasos adelante, para luego girar la cabeza hacia ella. Tal vez esa era su única opción, pensó.
Ella siguió a aquel zorro, con la cautela de no acercársele demasiado. Había oído tanto sobre lo engañosos que podían ser, que no quiso tomar el riesgo de ir al mismo paso. El peso en su espalda seguía allí, y le robaba el aire, ya que el camino era largo y la neblina era densa. El animal se volvía de vez en cuando, como si se asegurara de que la joven lo seguía. Inesperadamente, unos gritos ahogados se escucharon en lo más profundo del bosque.
El corazón de Rina se aceleró y el miedo hizo presencia en su garganta, haciéndola detenerse bruscamente. Entonces, los gritos de los jóvenes se mezclaron con los chillidos incesantes del zorro que tenía en frente. Ella miró al animal y sintió que sus lágrimas de temor mojaban sus mejillas. El zorro corrió y ella no dudó en seguirlo. No tenía nada que perder, no sabía si moriría en ese lugar o si lograría salir de allí. En ese momento, el peso que tenía encima no le importó, lo único que quería era poder ver a sus padres.
Los gritos de sus compañeros cada vez se hacían más tormentosos, como si estuvieran siendo torturados. Pues, la agonía que percibía en aquellos alaridos eran los de la muerte misma.
La joven siguió detrás de aquella bola roja que de la nada parecía un fuego que iluminaba su camino. Ya no le importaba el aire, o el peso que yacía en ella, ya no importaba si tenía miedo, pues el miedo de aquellas voces parecía mil veces que el que habitaba en su cabeza.
De repente, una farola de luz se apareció en su camino, y la cuerda que llevaba a la salida volvió a ser visible. Continuó corriendo, y esta vez cogió la cuerda para guiarse. Y así, los letreros escritos en japonés y otros idiomas volvieron a aparecer, indicándole que la salida estaba a solo unos metros.
Antes de poder notarlo, su espalda ya no se sentía pesada y la bola de fuego en la que se había transformado el zorro se detuvo. El animal se volvió hacia la chica, y ella en respuesta hizo una reverencia. Los gritos de su grupo habían desaparecido en cuanto la farola se vislumbró en su camino.
No fue entonces, cuando las voces de unos hombres que hablaban en japonés se fueron acercando. La joven siguió el camino aferrada a la cuerda dejando al zorro detrás. Al ver a los guardabosques, Rina sintió pleno alivio, y corrió hacia ellos.
Los hombres se extrañaron al verla salir del bosque, e incluso pensaron que podía ser un fantasma, hasta que ella llorando les dijo lo que había pasado y como su grupo seguía dentro del bosque. Estos, al no entender ni una palabra, la llevaron a la estación de policía que también tenía el sitio y allí la dejaron con el guardia para que pasara la noche.
A la mañana siguiente, cuando llegó el autobús con los nuevos turistas, Rina no dudo en tomarlo y dejar aquel lugar que con certeza había cambiado algo dentro de ella.
Sentía que se le había otorgado una segunda oportunidad, y que debía ser agradecida.
No fue, sino horas más tarde, cuando estaba en su asiento de avión, que vio en las redes sociales, como unos jóvenes, que grababan el recorrido del mismo bosque del que ella había salido, encontraban los cuerpos sin vida de sus compañeros de viaje. Solo en ese momento, Rina pensó en que de no haberse detenido, tal vez ella fuese una más en ese video.