Im-Posibilidad - Cuento

@itsjunevelasquez · 2025-06-27 03:05 · Literatos

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Im-posibilidad

Era imposible y lo sabía.

Lizzy no era para mí, y no lo sería nunca. Éramos dos personas completamente diferentes; dos personas que no estaban destinadas a estar juntas. Debía reconocer que la posibilidad de una relación entre nosotras era descabellada, y me extenuaba tener que pensar en las miles de razones que ella no entendería. Sin embargo, cuando sus ojos se clavaban en los míos desde el fondo del salón de clases, algo en mí temblaba.

Ella sabía el efecto que tenía sobre mí, y había elegido mi clase a propósito. Nuestras miradas se habían cruzado en la biblioteca, donde ella me confundió por una estudiante más de la universidad. Tenía que admitir que me halagó saber que me veía todavía como una universitaria y supuse que aun los treinta y cinco no se veían como cuarenta. Unas pocas palabras bastaron para hacerle saber que era una profesora más de la universidad, a lo que ella sonrió avergonzada, huyendo luego con una timidez que me pareció tierna.

Volvimos a vernos nuevamente en diferentes ocasiones, aunque ninguna decíamos nada en lo absoluto. Era un juego de miradas en el que ambas, silenciosamente, desafiaba a la otra a dar el primer paso. Muchas veces la atrapaba mordiéndose los labios, lo que causaba en mí un revoloteo intenso en mi interior.

No era lo correcto, y no era prudente. Ella era una estudiante y yo una profesora. Esos dos títulos eran lo suficientemente imponentes para saber que podrían despedirme si actuaba ante mis impulsos, pero era casi imposible dejar de pensar en ella. No lograba entender que era lo que llamaba tanto la atención; sus ojos oscuros como la noche, su pelo azabache que recogía en una cola de caballo alta, o su atuendo de colegiala de revista. Habías muchas más cosas en ella que me llevaban a los pensamientos menos sensatos.

Y entonces, el desafío se hizo peor cuando se registró en mi clase de Literatura. Me presenté ante la clase como la profesora Philips, y luego les di la oportunidad a ellos de presentarse. Su nombre llegó a mis oídos como el título de una canción y casi no pude retener el nombre de las otras quince personas porque sus ojos me miraron fijamente al decir el suyo.

La hora de clase pasó más rápido de lo que esperaba, y cuando todos salieron, noté que solo ella quedaba en el aula. Mentiría si dijera que mi corazón no estaba latiendo incontrolablemente. Comenzaba a recoger mis cosas, cuando ella se aclaró la garganta frente a mi escritorio.

Levanté mirada, y sus ojos negros esta vez me escrutaban con una determinación que no había visto antes.

—¿Me dirá su nombre? Creo que lo olvidó durante su presentación —dijo con una sonrisa poco inocente. ¿Acaso había perdido su timidez?

—Claro. Mi nombre es Jean. —Extendí la mano con cordialidad—. ¿Qué tal te ha parecido la clase?

—Interesante. Antes me debatía entre Administración de Empresas y Literatura, pero creo que ya tengo una respuesta a mis dudas.

—¿Ah, sí? ¿Cuál es el veredicto?

—Creo que Literatura se adapta más a mis necesidades. —Esa declaración hizo que tragara el nudo formado en mi garganta.

—¿Alguna en particular? —No sabía por qué estaba siguiéndole el juego.

Ella me sonrió, tomó un post-it de mi escritorio junto a un bolígrafo. En él escribió una serie de números que luego pegó a la portada de mi libro de Introducción a la Literatura.

—Sí. Usted.

Automáticamente, una sonrisa se dibujó en mis labios. No sabía que responderle, y ella lo notó de inmediato dejándome sola para que procesara lo que estaba sucediendo.

Regresé a mi apartamento con la mente nublada. No quería sucumbir. No quería cometer un error y por sobre todas las cosas, tenía que controlar mis impulsos. Era una adulta, no una adolescente hormonal.

Me repetí eso por una semana, dejando aquel post-it pegado al refrigerador. Las horas de clase una vez me parecieron fugaces, ahora se me hacían eternas. Lizzy no dejaba de mirarme, y a veces me preguntaba si el resto de las personas no notaban la intensidad de su mirada hacia mí. Me negaba a llamarla por teléfono, y en clases me limitaba a responder sus dudas. No había más contacto que ese, era una profesional ante todo.

La veía en los pasillos, o en la biblioteca. La veía caminando por el campus con sus amigos, riendo y jugando. Por un momento deseé ser una estudiante más, y entonces así podría tener una excusa para acercarme a ella. Para poder decirle lo que era obvio.

Se había hecho de noche y mis pasos cansados me dirigían a casa. Se estaba volviendo agotador evitar mis sentimientos, y más cuando la veía en todas partes. Tenía mis audífonos puestos, intentando inundar mis pensamientos con música, cuando de la nada, una mano enlazó la mía. Me giré de inmediato para encontrarme con unos ojos oscuros que brillaban con la luna.

Con la otra mano me quité los audífonos sin dejar de mirarla.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté con el corazón latiéndome descontroladamente.

—¿Tengo que ponerlo en palabras? —Era una pregunta retórica.

—Creo que no entiendes la situación en la que estamos. —Y aun así no sueltas mi mano. —Era cierto, y por alguna razón mi mano se aferró todavía más—. Quiero que me lleves a tu casa.

—¡¿Qué?! —¿Acaso la había escuchado bien?

—Iré contigo de todos modos. —Lizzy dio un paso adelante, obligándome a caminar con ella—. ¿Puedes, por favor, dejar de pensar en un momento en todos los contras en tu cabeza y simplemente hacer lo que quieres? Ya sé que no te vas a atrever a llamarme, por eso decidí ser más directa contigo.

Su atrevimiento me desarmó por un momento. Ella entendía los riesgos, de eso no me cabía ninguna duda. No obstante, estaba dando un paso a lo prohibido sin miedo a las consecuencias.

La oscuridad de la noche nos brindaba cierto anonimato, y eso me dio el valor que necesitaba para actuar. Caminamos rápido de la mano y casi parecíamos una pareja normal. Al llegar a mi edificio, miré a los lados para cerciorarme de que no había nadie, y entramos al ascensor. Sentía que me faltaba el aire, y que me daría un infarto en cualquier momento. Estaba cometiendo una locura, pero ya era muy tarde para retractarme. En el momento en el que las puertas se cerraron, no pude contenerme más, y pegué a Lizzy contra la pared del ascensor.

Mi respiración entrecortada se encontró con la suya. Nuestras miradas anhelantes se desafiaban una vez más. Ya no había vuelta atrás. Nada la detendría, y nada me excusaría esta vez.

Su rostro cerró la poca distancia entre nosotras, pegando sus labios a los míos. Sentía que alucinaba, que todo era un juego de mi imaginación, y que cuando abriera los ojos, ella ya no estaría conmigo. Pero luego, su lengua entró en contacto con la mía haciéndome ver que todo era real.

El beso fue profundo, cargado de un deseo tangible y arrollador. Me repetía que era un error, que no debía, pero mis manos diestras tocaban su cuerpo con tanto ímpetu que dudaba de mi sentido de la razón.

Sus labios se separaron de los míos con una sonrisa traviesa.

—Supongo que ahora no tendrás razones para evitarme.

Ambas nos reímos como un par de tontas y salimos del ascensor para dirigirnos a mi apartamento. Entre todas las imposibilidades, Lizzy había encontrado una posibilidad que era una amenaza excitante por la cual estaba dispuesta a correr el riesgo.

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