La Despedida
Era la última noche que pasaría aquí.
Con un gran dolor en mi pecho, y un enorme nudo en la garganta, había pasado una semana empacando todo. Nadie podía entender lo que sentía, ninguna palabra era el confort que necesitaba, pues no había nada que pudiera aliviar aquello que me apesadumbraba.
La mudanza vendría a primera hora en la mañana; ya casi todo estaba en cajas seleccionadas. Algunas, aunque me doliera, iban a ser donadas a albergues que, claramente, necesitaban de ropas y cobijas. Solo había seleccionado lo que me parecía más importante para llevarlo al nuevo departamento, aun sabiendo que no debería.
Caminé por la casa, que tenía un aura sombrío y triste, viendo cada espacio ya cubierto por sabanas blancas, y me detuve frente al piano. Había decidido venderlo, pues este era el mayor de los recordatorios de tu ausencia. Quité la sabana que lo cubría y miré con melancolía el instrumento que muchos días me dieron las más hermosas melodías. Me senté en el banquillo y con mucho cuidado acaricié las teclas de marfil.
Un suspiro pesado salió de mí, y comprendí que estaba conteniendo las ganas de llorar. De pronto, sentí una cálida presencia a mi lado, y un susurro suave se fundió en mi mejilla, como si de un beso se tratara. Cerré los ojos, sintiendo una opresión intensa en el pecho, y una lágrima se deslizó por mi rostro.
Era como si hubiera percibido mi angustia, y decidido hacer acto de presencia. Una despedida íntima del lugar que una vez albergó nuestros mejores días, que creó recuerdos felices y que supo lo que era el verdadero amor.
Nunca imaginé que esos días fuesen contados, nunca esperé que la vida te alejara de mí de una manera tan abrupta dejando solo un despojo de mí mismo. Pero el destino muchas veces es impredecible, muchas veces juega con nosotros con la idea de hacernos más fuertes. No obstante, me parecía un cliché estúpido. ¿Por qué habría de ser más fuerte al no tenerte? Ya era fuerte a tu lado, y aun así, el destino no nos regaló más tiempo.
Ahora solo me quedaba más que las imágenes de tu belleza en un aparato electrónico, y que era posible que cambiaran en el futuro por otras. Sin embargo, sabía que no era algo que iba a suceder así de rápido, y que mientras ese momento llegaba, yo aún estaría guardando un duelo que me arrebataría la forma más pura de amar. Porque aun si encontrase un nuevo amor, sabía que no sería como tú, y aunque no quisiera hacerlo, terminaría por hacer comparaciones de ambas.
La vida sin dudas era una tortura.
Me levanté del banquillo, y caminé como una criatura también sin vida, hacia lo que ya dejaría de ser nuestro dormitorio. Abrí la ventana, dejando que la luna plateada iluminara la oscuridad de mi ser, y volví a sentir la misma presencia a mi lado, solo que esta vez, un brillo etéreo se posó a mi lado. Sentí como si el mismo me arropara en un manto casi transparente que me llenó de tranquilidad y ternura.
Y hubiera deseado tenerte por mucho más tiempo del que se me había concedido, pero la vida tenía una forma cruel de dejarnos sin aliento sin quitarnos ser, así que respiré profundamente, y entendí que esa era nuestra despedida.