Mi viaje en la xilografía/My journey in woodblock printing [ESP/ENG]

@ivanetta23 · 2025-09-03 16:46 · Bellas Artes

ESP

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Mi viaje en la xilografía comenzó como un experimento, una curiosidad que encontró su camino desde el taller hacia las páginas de mi trabajo de grado. No era solo un reto técnico; era un puente entre la intuición de mis manos y la rigurosidad que exige cada talla. Cada trazo sobre la madera, cada curva que imaginaba y luego marcaba con cinceles y gubias, se convertía en una conversación silenciosa con un material que guarda memoria: la madera recuerda las herramientas que la han molido, las presiones que han dejado huellas y las ideas que han sido escritas en ella una y otra vez. Cuando la tinta parecía adherirse a la superficie y cada impresión revelaba una versión nueva de la misma idea, entendí que la xilografía no es duplicación mecánica sino diálogo entre la paciencia del artista y la resiliencia de la materia.

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En mi proceso, la elección del soporte —la madera adecuada, el tipo de papel, la grasa de la tinta— se convirtió en una coreografía de decisiones. Primero definí la imagen que quería expresar, luego pensé en cómo esa imagen podía reconstruirse a través de líneas, espacios y texturas. En la xilografía, cada línea no solo delimita forma; también implica una decisión sobre qué dejar fuera y qué enfatizar. El recorrido de la tinta sobre la plancha es un registro de intenciones: la presión, la dirección, la velocidad, todo se traduce en una impresión que porta el pulso del momento en que fue creada. El resultado, por más que se repita, conserva una singularidad: cada tirada es única en su equilibrio entre lo planificado y lo contingente, entre la estabilidad de la matriz y la variabilidad de la mano que imprime.

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Este proyecto fue mucho más que la realización de una serie de imágenes; fue una prueba de mi capacidad para sostener un proyecto a lo largo de meses, para solventar imprevistos y para sostener la curiosidad cuando la práctica parecía repetitiva. A veces la plancha no aceptaba la tinta como esperaba; otras veces el papel absorbía más de lo deseado, desatando un error que, sin embargo, se convirtió en una oportunidad para replantear la composición. Entender estas dinámicas me permitió construir un cuerpo de trabajo coherente, en el que cada pieza dialoga con las otras y, al mismo tiempo, mantiene su propia voz. Este proceso me enseñó a valorar la paciencia y la repetición consciente como herramientas de aprendizaje profundo.

La historia de la xilografía es, ante todo, una historia de encuentros y cruces culturales. Sus orígenes se entrelazan con tradiciones orientales y africanas, donde la imagen se repetía y multiplicaba para comunicar ideas, historias y visiones de mundo. Con el tiempo, la xilografía atravesó continentes y se infusionó en las imprentas europeas, alimentando la industria gráfica y, sobre todo, ampliando las posibilidades expresivas de artistas que buscaban democratizar la imagen. No es casual que, en los talleres de artes gráficas, la madera siga siendo un medio de gran libertad: permite que lo táctil, lo visual y lo conceptual coexistan en una misma superficie. La técnica no es una reliquia del pasado; es un lenguaje vivo que se reinventa cuando cada nuevo artista le da un giro personal.

Este trabajo de grado consolidó mi licenciatura y, además, afirmó mi compromiso con las artes. Amo mi carrera porque cada proyecto es una oportunidad para aprender a mirar con paciencia, a decidir con precisión y a comunicar ideas de forma que el lenguaje visual tenga su propio peso, su propio tempo y su propio pulso. En la xilografía encuentro una ética de la mirada: una invitación a observar detenidamente la textura, la dirección de las fibras, la geometría de las sombras y la resonancia emocional de la imagen impresa. Ver las tiradas, compartirlas con compañeros y, sobre todo, permitir que otras personas se detengan ante la obra y lean a través de la impresión, es para mí una forma de responder a la pregunta fundamental del arte: ¿qué ves cuando miras con atención?

En definitiva, la xilografía me enseñó a convertir la intuición en técnica, la duda en exploración y la memoria del material en una narración visual que continúa creciendo con cada nueva experiencia. Mi amor por las artes se fortalece en cada experiencia de taller, en cada libro de artista que reviso, en cada conversación con colegas que me inspiran a seguir descubriendo. Y aunque el camino de una tesis es, a veces, un sendero exigente, la certeza de estar haciendo algo que deja huella —en mí, en el material y en las personas que lo contemplan— es lo que da sentido a este viaje.

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ENG

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My journey in woodblock printing began as an experiment, a curiosity that found its way from the workshop to the pages of my thesis. It wasn’t just a technical challenge; it was a bridge between the intuition of my hands and the rigor demanded by every cut. Each stroke on the wood, every curve I imagined and then marked with chisels and gouges, became a silent conversation with a material that remembers: the wood recalls the tools that have shaped it, the pressures that have left traces, and the ideas that have been written on it again and again. When the ink seemed to cling to the surface and each impression revealed a new version of the same idea, I understood that woodblock printing is not mechanical duplication but a dialogue between the artist’s patience and the resilience of the material.

In my process, the choice of support—the right wood, the type of paper, the ink’s fat—became a choreography of decisions. First I defined the image I wanted to express, then I thought about how that image could be rebuilt through lines, spaces, and textures. In woodblock printing, each line does not only delimit form; it also implies a decision about what to leave out and what to emphasize. The journey of ink across the plate is a record of intentions: the pressure, direction, and speed—all translate into an impression that carries the pulse of the moment it was created. The result, even when reproduced, retains a singularity: each print is unique in its balance between planned and contingent, between the matrix’s stability and the variability of the hand printing.

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This project was much more than creating a series of images; it was a test of my ability to sustain a project over months, to solve unforeseen problems, and to maintain curiosity when practice felt repetitive. Sometimes the plate wouldn’t accept ink as expected; other times the paper absorbed more than intended, triggering an error that, however, became an opportunity to rethink the composition. Understanding these dynamics allowed me to build a coherent body of work, in which each piece dialogues with the others while maintaining its own voice. This process taught me to value patience and deliberate repetition as tools for deep learning.

The history of woodblock printing is, above all, a history of encounters and cross-cultural exchanges. Its origins intertwine with Eastern and African traditions, where imagery was repeated and multiplied to communicate ideas, stories, and worldviews. Over time, woodblock printing crossed continents and infused European presses, fueling the graphic industry and, above all, expanding the expressive possibilities of artists who sought to democratize the image. It’s no accident that in graphic arts workshops wood remains a medium of great freedom: it allows the tactile, visual, and conceptual to coexist on a single surface. The technique is not a relic of the past; it is a living language that reinvents itself whenever a new artist gives it a personal twist.

This thesis not only solidified my degree; it also affirmed my commitment to the arts. I love my career because every project is an opportunity to learn to look with patience, to decide with precision, and to communicate ideas in a way that the visual language carries its own weight, its own tempo, and its own pulse. In woodblock printing I find an ethics of looking: an invitation to observe carefully the texture, the direction of fibers, the geometry of shadows, and the emotional resonance of the printed image. Seeing the prints, sharing them with peers, and above all letting others stop before the work and read through the print, is to me a way of answering the fundamental question of art: what do you see when you look with attention?

Ultimately, woodblock printing taught me to turn intuition into technique, doubt into exploration, and the material’s memory into a visual narration that continues to grow with each new experience. My love for the arts deepens with every workshop experience, every artist’s book I review, and every conversation with colleagues that inspires me to keep discovering. And although the path of a thesis can be a challenging route, the certainty of doing something that leaves a mark—in me, in the material, and in the people who contemplate it—is what gives meaning to this journey.

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