Algo más

@j2e2xae · 2025-08-22 22:21 · Literatos

 

  Su amiga podría ayudarla. Se sabe demasiado tímida.

  —A mi amiga le gustaría conocerte. —mirando hacia donde ella.
  El mira en la misma dirección y dice: —Yo prefiero estar contigo. Tú estás aquí, ella no.
  ¿Se ríen? Dejan de mirarla. Charlan unos minutos y se marchan. ¡Juntos!

  —¡Te la ha jugado bien! —el hermano de su amiga, a su lado.
  —¿Tú sabías?
  —A mi hermana le gusta hablar.
  »Si tanto te interesa…
  —Yo prefiero estar contigo. Tú estás aquí, él no.

  El demonio que se posaba en su hombro izquierdo susurraba: —«Todo queda en casa…»

  Ni perdonaba ni olvidaba. Siempre avanzaba, no sabía hacer otra cosa.
  Comenzaron —los cuatro— a salir tal como todas las parejas de amigos suelen salir. Se reconoció —sin dudas— en el papel que le otorgaron: débil, manipulable, sin valor alguno. Sabía hacerlo muy bien, no tenía que esforzarse apenas.

  Cómo podía haberla angustiado tanto un ser tan vacío, tan pequeño: era algo guapo pero poco más. Al respecto de su amiga y el hermano de ésta; ambos no podían evitar sabotearse mutuamente, implacables. Aquel curioso grupo disfrutaba de un continuo no acertar a que decir ni hacer. Se sentía tal que un tahúr en una partida amañada: el resto de jugadores le habían enseñado sus manos. ¡No podía sino ganar!

  Con mucho esfuerzo, consiguió que una noche terminase en uno de aquellos locales que parecen no tener horario de cierre. Locales en los que siempre hay una zona a la que denominan como reservados. Una vez allí, que los cuatro ascendiesen las escaleras que conducían a la zona reservada, fue cuestión de esperar.

  El intenta besarla, ella lo aparta. Se levanta la blusa por encima del pecho, y desplaza el sujetador hasta que sus pequeños senos aparecen resaltando unos pezones inquietos. Le toma por sus sienes y guía su boca. Después, guía sus manos por el interior de la minifalda hasta las proximidades de las bragas. La torpeza de él, la compensa ella al percatarse de dónde y cómo nace el placer más intenso. El vigor que se extiende por su pecho se encuentra con la excitación que desborda a su sexo, y desde su ombligo un espasmo abarca la totalidad de su cuerpo. Se separa de su, ahora innecesario, acompañante. Se adecenta y se va hacia las escaleras, a tomar algo dice.
  Al poco, el resto del grupo aparece. Confusos, no aciertan con las palabras. Ella calla. De forma espontánea deciden irse a dormir.

  Surge la posibilidad de disponer de la casa del novio de su amiga, sus padres están de viaje. Deciden aprovechar la tarde para ver una película. Como siempre, queda encargada de la logística, ha de procurar las bebidas. Llega la tarde y se presenta con las manos vacías; se excusa diciendo que se ha olvidado, que ha tenido mil cosas que hacer; pero que en las afueras hay un supermercado que no cierra, que pueden ir allá. Sabe que la única que puede conducir es su amiga; así que los dos hermanos marchan, a regañadientes, a hacer la compra.

  Sin apenas esfuerzo, ella consigue que él se quite la ropa. Un par de indirectas, una ligera aproximación física y una orden camuflada de promesa le bastan. Ella furiosa se concentra en su propio cuerpo primero y después, saborea el de él. Tiempos medidos: sabe dónde y cuánto pararse. Todo acontece según el cálculo previo: ¡los sorprenden! Víctima necesaria, huye de allí entre sollozos.

   Ya en la calle, se limpia las lágrimas y su gesto se torna severo: está sola. No era una sensación desconocida, siempre había estado sola. Ahora siente algo más, distinto, nuevo; algo que no pedirá permiso para vivir, algo que vivirá la vida porque ¡puede vivirla!

  El demonio que se posaba en su hombro izquierdo sonreía, complacido.

 


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Aquel amor primero

 


Media
Akenkaai, CC BY-SA 4.0, vía Wikimedia Commons
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