—¡Hola!
—¿Hola? —En sus ojos un extraño azul.
—¿Puedo invitarte a tomar algo?
—Agua, gracias.
»¿Te gusta escuchar historias? Te contaré una historia…
Llegue hace mucho, tanto que ahora no recuerdo como era entonces.
Mi mundo se moría y me quedé. Me quedé y mi mundo se murió.
Sin alimento. Sola. Me fui marchitando…
Me encontró. Me alimentó. Me enseño a ser uno entre vosotros.
Le gustaba la lluvia en la cara; yo contaba las gotas que caían en los charcos…
—¿Quién te encontró?
—El era como tú.
Siempre me alimentó bien.
«Te quiero» —decía, y mi alimento era más dulce—. «¿Me quieres?» —yo sonreía.
Le gustaba fumar; yo contaba las veces que sacudía la ceniza…
—Cuando dices alimento, hablas de…
—¿…?
Mi instinto me empujo a buscar. Me marché.
Busqué y lo que encontré no me satisfizo.
Mi alimento las más de las veces amargo muchas envenenado.
No encontré un suministro continuo, fiable.
Concluí que alimentarme bien requería disponer de más recursos.
Volví —buscándolo— y no lo encontré…
—«¿Agua?» —¡El!
—«¡Tengo hambre!»
—«En todo este tiempo…
¡Di que me quieres!
Aunque sea mentira. Aunque no puedas»
—«Te quiero… ¡Eres mi alimento!» —yo sonreía.
Me encontró. Me alimentó. Me enseño.
Le gustaba el tacto de los libros; yo contaba las letras acentuadas…
—«¿Qué haces con un viejo?» —decía.
—«Eres mi alimento»
—«Al final va a ser que, en verdad, me quieres» —afirmaba, yo sonreía.
El tiempo, que para vosotros avanza deprisa, me lo arrebató.
Juntos disfrutamos de todos los pequeños detalles que nos rodeaban.
7345 días terrestres estuve a su lado…
—Bonita historia de amor.
—Yo no sé qué es eso que declaráis como amor.
»Sé que hace mi alimento más dulce. El amor me alimenta bien.
»Dime, tú… ¿me quieres?
»Hace mucho que no me alimento bien…
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