En aquella edad, en la que un par de años parecen casi toda una eternidad…
—¡Mira! ¡Tu novio!
—Tonta… —El rubor en sus mejillas.
Ellas ignoraban que las habían oído, que él lo sabía.
Bajo unos soportales, a la sombra de un sol de justicia, fumaba distraído.
Un poco más allá, su novia secreta parecía discutir con su amiga. «Niñas enigmáticas». Decididas se acercaron hasta él.
—¿Nos das un cigarrillo?
Se lo pensó dos veces, pero ofreció el paquete de tabaco a la risueña amiga.
—¿Tú no quieres? —dirigiéndose a ella. No respondió, no dijo nada. Ni siquiera lo miro—. ¿Fuego? —insistió.
Las dos muchachas se fueron corriendo, entre risas, anunciando su travesura. «Para qué querrán el cigarrillo si ninguna fuma», se preguntaba.
Llueve a mares, ella encuentra refugio en la puerta de un bar.
—¿Tu madre sabe que fumas? —él, divertido, a su espalda.
—Yo… ¡Yo no fumo! —ella, nerviosa.
—Puedo llevarte a casa. Tengo paraguas.
Ella duda, responde que sí mientras afirma con la cabeza. Juntos, protegidos de la lluvia, avanzan. Ella coloca su mano sobre la de él, que firme sujeta el paraguas. Sienten el pulso del uno en el del otro. El fuego del amor, tímido, se les aparece con el calor que sus manos comparten. Callados, llegan a su destino y al unísono sentencian: —¡Hasta mañana!
Seguirán muchos más hasta mañana; una infinidad de hasta luego, de largos paseos, de confidencias mutuas, de momentos de intimidad…
Las exigencias de la vida los irán separando; poco a poco, suavemente; hasta que, un día, no existirán ni un tiempo ni un espacio comunes entre ambos.
En la cola de la caja de un supermercado…
El hombre inmediatamente delante le resulta extrañamente familiar. El se gira hacia ella, y durante unos instantes sus miradas se encuentran. Ambos callan. Ambos guardan un secreto en su corazón: esa cálida, tenue alegría del primer amor. Ambos temen que esa claridad, que los arropa, se apague con el frío en la noche de la realidad. Ambos saben que esa historia de amor no es suya. Es la historia de dos niños que se fueron; hace mucho tiempo, para no volver… Nunca jamás.
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