La ama ordena, yo obedezco.
La ama frecuenta la corte.
Corre el rumor de que es bruja de nacimiento.
Que su madre fue un súcubo, algún desgraciado de sangre azul su padre.
Una luna vieja la ama me hizo llamar a su presencia,
—Sí, ama.
—Estás aquí.
»Me ausentaré por unos días.
»Has descuidado tus tareas, que no se repita.
—Sí, ama.
—Ve… ¡Vete ya!
Una doncella del valle ha aparecido en la puerta, dice que la ama la hizo llamar, que yo sé…
La doncella es una muchacha esbelta. En la que resaltan los atributos femeninos precisamente por su ausencia, no tiene pecho, apenas caderas…
Su cabello rojizo —nada común en el valle— me incita a tratarla con cierta prevención.
Tras varios días observando a la doncella —«Ir y venir». Sus pezones, marcando los límites de su cuerpo. «Aparecer y desaparecer». Sus ropajes, estremeciéndose entre sus glúteos— quise meterme entre sus piernas.
Pero…
Abrazándome desde atrás con su brazo izquierdo alrededor de mi cintura, y poniendo mi brazo derecho alrededor de su cuello, bajo sus labios hacia mí y susurró: «Te doy mi contraseña: un beso». Su cuerpo me empujó hacia adelante y acabe tirada en el suelo.
Se desnudó.
La visión de su pubis lampiño deposito un vigor inaudito en mis pechos, respirar me causaba inquietud… se percató de mi excitación, los descubrió y devoró ferozmente…
Mi lengua, curiosa, exploró los recovecos de su ser… sus dedos, traviesos, forzaron todos mis orificios… su sabor quedó en mi memoria.
Llegó el alba y nos dormimos…
Un estruendo me despertó sobresaltada… ¿Un trueno? ¡Caballos!… ¡ La ama !
No volví a ver a la doncella. Ni ese día. Ni los siguientes.
No acumulé el valor suficiente para osar consultar a la ama.
No encontré a nadie que me diese razón de su ser.
Por algún tiempo me engañe —es un mal sueño— como mi desgracia junto a la ama.
Ahora sé que fue.
Por las noches el sabor de su sexo hambriento llena mi boca; la estancia se llena con su perfume de doncella y es entonces cuando ya no dudo, ¡fue!
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