La ama ordena, yo obedezco.
La ama es una mujer de belleza imposible.
Todos, hombres y mujeres, ceden a sus caprichos sin oposición alguna. Casi todos.
El caballero —que juro celibato— perturba sobremanera a la ama.
Una luna de sangre la ama me hizo llamar a su presencia,
—Sí, ama.
—Estás aquí.
»El caballero visita el valle, mantenme informada de sus idas y venidas.
—Sí, ama.
—Ve… ¡Vete ya!
El caballero y su huestes habían acampado en un llano cercano.
La complicidad de la oscuridad me permitió llegar sin dificultad hasta su tienda.
Sorprendida, aparte la mirada. El caballero yacía ¡completamente desnudo!
Había movimiento, no estaba solo… ¡yace con otros hombres!
«La ama no puede saber esto, me haría azotar».
Paralizada por el terror que la cólera del ama infunde —sin saber cómo— me encontré en el interior de la tienda.
El escudero del caballero
me sujetaba firmemente por los antebrazos… zafarse… imposible,
—Señor, mire lo que ha traido la noche… la gatita de la bruja.
»Señor, ¿puedo probarla para usted?
Su dura verga penetro salvajemente mi culo. Un dolor frío, metálico; recorrió mi espalda y se alojó en mi nuca. Con cada brutal acometida ese dolor frío iba transformándose en una punzante quemazón que no ceso ni cuando su ardiente semen resbaló por el interior de mis muslos…
No podía respirar, no sentía mi cuerpo. El caballero se acercó,
—¡Desnúdate!
Con cada prenda un intenso sentimiento de vergüenza hacía tambalearse a todo mi ser…
Desnuda, mis brazos y manos trataban azarosamente de proteger mi cuerpo.
El caballero se abalanzó sobre mí, me tiró al suelo y en un único movimiento, casi felino, introdujo su enorme miembro en mi poco explorada vagina. Creí morir… con cada envite, cada suspiro, cada gemido, cada grito, la vida escapaba de mi cuerpo a borbotones… me impregno… exhausta, me desvanecí…
Desperté tirada en el suelo, ninguno de los dos hombres me prestaba atención alguna concentrados en sus juegos eróticos. Torpemente recogí mis ropas y me fui de allí.
La ama está eufórica, ¡ha subyugado al caballero !
Pero la flor del caballero —en realidad— fue mía.
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Todos los ahorcados mueren empalmados