Childhood toys?
Wow, it feels like this cue is tied to old-school stories about the best friends we had! Usually, we used to play with them during recess, in preschool, or in elementary school. Do you see what I mean? And yes, that’s partly true.
Now I realize it’s not entirely the case. Especially for most of us in the GenX generation, we compare those toys to today’s kids, who are glued to mobile devices. While digital and virtual toys have notable advantages, they also remove the joy of real-world play—play grounded in sensory experience where you touch the toys until you break them with your own hands.
What am I saying? I’m not advocating for destroying toys as a requirement for enjoyment and learning. That would be nonsense! In the past, toys were of excellent quality. Breaking them was hard. Our parents also encouraged us to take care of them.
But today I want to remember handcrafted toys. In my area, from the ’60s to the early ’80s, the most popular toys were a wooden or tin perinola that spun on a cord; a rhomboid top that spun on its metal tip; glass or ceramic marbles—my friend Rixio would roll them at will; a paper parrot or a stiffened paper “lustrillo” on a wooden base or dry coconut stalks that flew through the air on breezy days; rag dolls made from scraps of cloth by mothers and grandmothers. But the one I want to talk about today is the wooden rattles and carts—assembled with bearings, boards, and a lot of imagination.
Do you recognize any of these clever toys? I believe my fellow countrymen, or anyone in Hispanic culture who played with them, will recognize them. I also don’t rule out that these toys were more universal than I think. After all, we’ve been moving toward a homogenized culture for quite some time.
The wooden cart—made of a bottle crate (for soda bottles) or basquet (of guacales)—was an engineering marvel that made us proud. I remember competing with cousins and neighbors to see who had the best, prettiest one. Mine had a German flair, Porsche-style: a Beetle (Volkswagen). Meanwhile, some of my cousins’ carts were painted bright colors and rolled so smoothly and reliably that it looked like they were driving sleek Lamborghinis and Ferraris, even though they were made with simple materials: baby car wheels, broomsticks, nylon cords, nails, soda caps (little plates), and even greased rollers.
Instead of destroying toys, it was all about design, care, and polished construction—nothing to envy from the plastic carts mass-produced by industry, which only children from wealthy families could afford.
What times!
It’s a shame I didn’t get the chance to build some of these “bolidos” with my kids. The hard work and inertia of modern life led me to buy them PSPs and notebooks instead of investing in quality time together, breaking and building toys the way I did in my childhood. Lost time is never found again!
At least these stories will serve my descendants who care about their roots while our Hive blockchain runs.
I bid you farewell, my dear SilverBloggers, until our next encounter for a new story.
Writing by @janaveda in Spanish and translated to English with https://translate.google.com
The thumbnail was created from an AI-generated image of MS-Copilot
The photograph is my property.
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¿Juguetes de la infancia? ¡Vaya, siento que esta indicación está relacionada con las crónicas pasadas sobre los mejores amigos! Puesto que, por lo general, con ellos jugábamos en los recreos, en el jardín de infancia o en la escuela primaria. ¿Ven a lo que me refiero? Y, sí, en parte, es cierto.
Ahora, observo que no es así del todo. Más bien cuando, nosotros, en su mayoría de la generación X, comparamos aquellos juguetes con el boom actual para los niños de estos días, concentrados en los dispositivos móviles. Y, si bien estos juguetes digitales y virtuales tendrán notables ventajas, también les niegan el placer de los juegos en el mundo real, aquellos fundamentados en la experiencia sensorial que permiten toquetear los juguetes hasta romperlos con las propias manos.
¿Qué digo? No exhorto a la destrucción de juguetes como requisito indispensable para el goce y el aprendizaje per se. ¡Eso sería una tontería absoluta! De hecho, en el pasado, los juguetes manufacturados a escala eran de muy buena calidad. Así que romperlos era un reto. Además, también nuestros padres nos instaban a cuidarlos.
No obstante, en esta ocasión quiero rememorar los fabricados en forma artesanal. En donde vivo, en los años 60 hasta el inicio de los 80, predominaban la perinola hecha de madera o latas, giraba con un cordel; el trompo de forma romboide que giraba sobre su punta metálica; las canicas de forma de bolitas de vidrio o cerámica hermosa que ―¿y qué?― mi amigo Rixio solía rucharme a su antojo; el papagayo confeccionado de papel periódico o lustrillo sobre base de madera o de tallos secos de cocoteros que surcaba los cielos en días de brisa; las muñecas de trapo elaboradas con retazos de tela, hechas por madres y abuelas. Pero de las que quiero hablarles hoy es sobre las carruchas y carritos de madera, armados con rodamientos, tablas y mucha imaginación.
¿No sé si conocéis estos juguetes de ingenio? Doy por sentado a mis pueblerinos coetáneos, y quizá también a los de cultura hispana que hayan jugado con estos. Claro, no descarto que estos juguetes fueran más globales de lo que creo. Al final, ya llevamos tiempo caminando hacia una cultura homogénea.
Sí, el carrito de madera, de gavera (de refresco), de cestas (de guacales); era una obra de ingeniería que enorgullecía. Recuerdo la competencia con mis primos y vecinos por tener el mejor, el más bonito. El mío tenía una tendencia alemana, al estilo de Porsche: un escarabajo (Volkswagen). En cambio, algunos de los carritos de mis primos estaban embellecidos con colores brillantes y con un desempeño de rodamiento tan suave y fiable que parecía que ellos andaban en esbeltos Lamborghini y Ferrari, a pesar de los medios comunes: ruedas de coches de bebé, palos de escoba, cordeles de nailon, clavos, tapas de refresco (chapitas) e incluso con rolineras engrasadas.
En vez de destruir los juguetes, era diseño, esmero y pulida construcción. Nada que envidiar a los carritos plásticos manufacturados por la industria, solo al alcance de los niños de familias pudientes. ¡Qué tiempos aquellos!
Es una lástima que yo haya perdido la oportunidad de fabricar alguno de estos bólidos con mis hijos. El bendito trabajo y la inercia de la modernidad. Preferí comprarles PSP y Notebooks, en vez de invertir en tiempo de calidad con ellos, destruyendo y construyendo juguetes a la usanza de mi propia niñez. ¡El tiempo perdido lo lloran los necios!
Bueno, al menos estas crónicas servirán para mis descendientes interesados por sus propios orígenes mientras funcione nuestra blockchain de Hive.
Me despido de ustedes, mis queridos SilverBloggers, hasta el próximo encuentro para una nueva crónica.
Un escrito muy personal de @janaveda
La miniatura se creó a partir de una imagen generada por IA de MS Copilot
La foto es de mi propiedad
##### Gracias por leerme. Espero que este escrito sea de su agrado. Me gustaría mucho leer sus comentarios al respecto para enriquecerme con sus críticas.
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