Summer? Well, for folks in the intertropical zone, it’s no mystery. In my country, Venezuela, we’ve got two clear weather seasons: a dry season from November to May (tropical summer) and a wet season from May to November (tropical winter).
But the school vacation period—those highly anticipated breaks for kids and teens—lines up with summer in temperate zones. Those are the memories that still bring a smile to my face.
I’m from a border region where the sun blazes all year round, a permanent summer: Zulia. The place swings between lush green valleys and sandy deserts, and oil has been gushing out for generations. That's how it was back then, every year, my paternal grandmother, since I was six months old, took me with her to the capital from July to September every year until I turned eighteen, when I moved in with her to study at university.
Mama Mery—how she liked to be called—was super spoiled. And being the firstborn of her line, I got a very special, loving treatment. Yeah, she was overprotective, too, and as I grew older, her extreme care started to bother me. You know those “dumb” boys.
My grandma lived with my aunt Nelly in a tiny two-bedroom apartment, packed with decorations. No exaggeration: even though it was a tight squeeze, I felt comfortable sharing it with my grandma, aunt, their husband, and of course their two kids, who were five years younger than me. Tuckedin but happy.
The flat was on the third floor of a four-story building, with a communal roof for drying clothes. These days, new buildings don’t have those areas. At least, those old-school, no-frills places. That’s why modern apartments need washers and dryers, and the lucky ones even have little hanging racks on discreet windows.
The fun was in the weekend outings. Sometimes we’d hit the mountains—like Ávila, now called Waraira Repano—riding the cable car to eat strawberries with cream, skating on the ice rink, and watching the Caracas valley from the top; or the other day we’d stroll the central coast and the Caribbean Sea entrance. Other times, the trip was down Junquito road to the Tovar colony: a German settlement over a century old, sponsored by Agustín Codazzi, Alexander von Humboldt, and Manuel Felipe Tovar. Picture Bavarian-style chalets, beer, assorted sausages, and beautiful girls in traditional outfits—a tourist draw in the Tropic of Cancer. Grandma loved her fried pork, but I wasn’t that big on meat or dairy back then. Still, she, an excellent cook, figured out how to keep me happy.
I can’t even mention the trips to the sunny beaches of La Guaira. Honestly, as a kid, I didn’t enjoy them like I do now. I’d freak out at the ocean—maybe I was scared of getting eaten by sea creatures. The Spielberg movie Jaws still sticks in my mind, and who can forget John Williams’ soundtrack!
I’ve got a ton of other good memories, like climbing Pico Espejo in Sierra Nevada National Park from Mérida—back then, it was the world’s tallest cable car. I’m not sure if it still holds that title. I think it still does. That trip happened in August or September, not sure which year, probably when I was about twelve. I remember my sisters sipping hot chocolate like water at the top, and when we came back to Mérida, their mouths were all swollen and burned. Seeing themselves in mirrors, they laughed until they cried. I, being careful as always, took my chocolate slowly.
All in all, these moments warm my heart. Times to keep in your memory forever.
Hope you enjoyed reading about my childhood vacation adventures. I’ll say goodbye until the next SilverBloggers chronicles.
Take care and have an awesome day full of good stuff!
##### Thanks for reading to me. I hope this writing is to your liking. I would very much like to read your comments and enrich myself with your criticism.
  ##### Mis recuerdos favoritos de las vacaciones de verano de mi infancia.
¿Verano? Bueno, para quienes vivimos en la zona intertropical no es desconocida. Aquí, en mi país, Venezuela, existen dos temporadas climáticas bien definidas: una estación seca, entre los meses de noviembre y mayo (verano tropical), y una estación lluviosa, entre mayo y noviembre (invierno tropical).
No obstante, la temporada vacacional escolar, aquella ansiada por los niños y adolescentes, coincide con el verano de las zonas templadas. De esta época sí que guardo gratos recuerdos.
Yo soy oriundo de una región fronteriza, donde el sol flamea con intensidad todo el año en un permanente verano: el Zulia; un lugar que varía en su extensión entre el exuberante vergel y la aridez de un desierto arenoso, y el petróleo ha manado a borbotones por generaciones. Así fue como entonces, todos los años, mi abuela paterna, desde que tenía seis meses, me llevaba con ella a la capital, de julio a septiembre, hasta que cumplí dieciocho años, cuando me fui a vivir con ella para estudiar en la universidad.
Mama Mery, como le gustaba que la llamaran, era muy consentidora, y yo, al ser el primogénito de su linaje, era tratado de una forma muy especial y amorosa. Sí, también era muy sobreprotectora, y a medida que fui creciendo, sus cuidados extremos empezaron a molestarme. Ya saben, esas “boberas” de muchachos.
Mi abuela vivía con mi tía Nelly en un apartamento minúsculo de dos habitaciones, atiborrado de adornos. No exageraré: a pesar de la dificultad para desplazarse en él, me parecía cómodo compartirlo con mi abuela, mi tía y su esposo, y por supuesto, con sus dos hijos, cinco años menores que yo. Apretados pero felices.
El apartamento estaba ubicado en un tercer piso de un edificio pequeño de cuatro niveles, con una azotea de uso colectivo para tender la ropa. Ahora, los nuevos edificios carecen de estas áreas. Al menos, esos sin ostentación ni lujos. Por tal razón, los apartamentos modernos requieren lavadoras y secadoras eléctricas, y los más afortunados cuentan con tendederos rotatorios en las ventanas más discretas.
La diversión estaba en los paseos de los fines de semana. A veces a las montañas, como el Ávila, hoy Waraira Repano, montados en el teleférico para comer fresas con crema, patinar en la pista de hielo, y ver desde su cima el valle de Caracas en una de sus laderas; y en la otra, contemplar el impresionante y bello litoral central, la entrada al mar Caribe. Otras veces, el paseo era por la carretera del Junquito hacia la colonia Tovar: un asentamiento alemán con más de un centenario, auspiciado por Agustín Codazzi, Alexander Von Humboldt y Manuel Felipe Tovar; donde los chalets pintorescos al estilo de Baviera o Suiza, cervezas, salchichas variadas y chicas hermosas con trajes típicos representaban un singular atractivo turístico en pleno trópico de Cáncer. Mi abuela disfrutaba mucho del cochino frito. En cambio, yo, en aquel entonces, no era muy amante de degustar carnes ni lácteos. Sin embargo, ella, excelente cocinera, se las ingeniaba para tenerme contento.
Ni que decir, de los viajes a las cálidas playas de la Guaira. Aunque siendo honesto, de niño no las disfrutaba como ahora. Sufría de ese temor irracional al mar, quizá por evitar ser devorado por esas criaturas del mar. También está viva la fuerte impresión que dejó la película Tiburón de Steven Spielberg. ¡Cómo olvidar la banda sonora de John Williams!
Tengo muchas otras anécdotas agradables, como el ascenso al Pico Espejo, dentro del Parque Nacional Sierra Nevada, desde la ciudad de Mérida, en aquel entonces, el teleférico más alto del mundo. No sé si ya lo hayan destronado. Creo que todavía conserva su trono. De ese paseo, realizado en agosto o en septiembre, no preciso ni el mes ni el año; tal vez yo tenía unos doce años. Recuerdo que mis hermanas sorbieron chocolate caliente como si bebieran agua en la cima, y al regresar a la ciudad de Mérida, sus bocas estaban hinchadas y quemadas. Al verse en los espejos, se rieron a morir. Yo, en cambio, precavido, como siempre, me bebí mi chocolate despacio.
Gratos momentos, sin duda, que ablandan el corazón. Tiempos para atesorar por siempre.
Confío en que mis vivencias vacacionales infantiles hayan sido de su agrado; me despido de ustedes hasta las próximas crónicas de los SilverBloggers.
Saludos, y que tengan un excelente día, lleno de cosas buenas.
##### Gracias por leerme. Espero que este escrito sea de su agrado. Me gustaría mucho leer sus comentarios al respecto para enriquecerme con sus críticas.