El ataque del dragón (Capítulo 1)

@jcaguila · 2025-06-06 02:00 · Freewriters

La imagen es un dibujo de mi autoría y editado en Adobe Photoshop.

Los grandes monzones vertían las aguas de las montañas sobre el Valle Primavera, haciendo del extenso lugar un hervidero de vida. La formación de humedales permitía el cultivo de cereales por parte de los hombres asentados. Las enormes nubes grises de lluvia descendían de las colinas nevadas y enfriaban el aire. Las bestias herbívoras respondían a los temporales ocultándose en las cuevas, justamente en la base de las montañas. Entre las cordilleras se extendían las rocas grises, los ríos transparentes y repletos de peces marrones. El viento silbaba entre las laderas nevadas, levantando el polvo seco y las hojas marchitas de los árboles montañosos. Los hombres agradecían las tormentas, de ellas dependía en gran medida la productividad de las cosechas. Cientos de cabañas de madera se dibujaban en el hermoso páramo, muchas de ellas pertenecientes a los primeros nómadas que descubrieron la agricultura y luego las fueron legando a sus descendientes. Ese valle era para ellos su gran casa, los enajenaba del peligroso mundo exterior, un mundo repleto de gigantescas bestias. Los seres humanos pasaban desapercibidos ante las majestuosas criaturas que dominaban los dos continentes del mundo explorado por los intrépidos. Entre tanta belleza los habitantes intentaban salir a flote con sus dotes de ingenio. Liz apenas había terminado de recoger los últimos granos cuando las gotas de lluvia fría comenzaron a caer sobre su sombrero de fibras vegetales. Apresurada sostuvo fuertemente el cesto y caminó rumbo a la cabaña por el sendero fangoso y repleto de charcos. En la aldea esperaban sus padres, con sus arrugados rostros y fuertes manos, deseosos de verla entrar por la estrecha puerta de madera. Se sentían solos, olvidados como aquel arroyuelo en el que se bañaban de niños, sus recuerdos eran sus miserias. Desde que sus hijos crecieron lo suficiente como para valerse por sus propias manos, estos no volvieron a ser los mismos. Liz se mudó a una choza cerca de los campos para ayudar a las mujeres en la ciega, Lot hacía mucho tiempo que era un cazador a punto de ser olvidado como el arroyuelo, por aquellos que una vez le tuvieron profunda admiración. Los tiempos cambian y todos pierden cosas valiosas. El oficio de cazador era uno de los más peligrosos, pero al mismo tiempo el de mayor decoro. Ser cazador en esos tiempos difíciles era todo un honor, no cualquiera podía llegar a ser uno, ni tan siquiera el más fuerte de la aldea. Un hombre en sus condiciones físicas normales podía llegar a ser un buen cazador, sin embargo, para lograr vencer a la más noble de las bestias se requiere de una habilidad especial. La mayoría de los antiguos chamanes solían enseñarla a los hijos de las tribus exclusivamente, pero con el paso del tiempo estos hechiceros fueron desapareciendo hasta condenar en desconocida prisión sus ancestrales conocimientos. Lot tuvo la dicha de conocer a un chamán llamado Adelkader, este le transmitió conocimientos secretos sobre como interactuar con las bestias y principalmente a combatirlas. El gran secreto de la cacería radicaba en la forma en que los hombres evolucionan a niveles superiores de fuerza y espíritu, usando talismanes y adentrándose en una sabiduría antigua conocida como “el camino del cazador”. Dicho camino era una encrucijada entre el mundo material y el espiritual, se puede aprender a transferir energía vital de un mundo a otro, es de esa forma como los cazadores se hacen más fuertes. Con el surgimiento de varios gremios de cacería, muchos de estos conocimientos fueron monopolizados completamente, por tanto, para ser cazador era necesario pagar la academia. Estas instituciones otorgaron niveles a los cazadores, así buscaban compararlos y ponerlos a prueba, además cada uno de ellos contaba con un respaldo de bestias cazadas. Lot era un “cazador de dragón invernal”, uno de los pocos susodichos que pasaron la prueba de enfrentarse a un hermoso dragón. Esta bestia era poco común, habitaba en las montañas, cerca de la Colina de Mur y según los gremios es catalogada como muy peligrosa. En cualquier lugar que Lot estuviese, inmediatamente le reconocían por vestir un chaleco confeccionado con la piel de la bestia, escamas azules por todas partes le permitía una increíble resistencia al frío. Hacía ocho días que Liz no lo veía, la última vez partió rumbo a las Grutas Termales para descansar en la posada del gremio. La chica estaba acostumbrada a sus efímeras visitas, aun así, nunca lo juzgó por desatender a la familia. Entre las nubes revoloteaba un ser majestuoso, con enormes alas carnosas y cola puntiaguda. -No puede ser – dijo Liz deteniendo su apresurado andar. Un gigantesco dragón sobrevoló las cabañas, todos se alarmaron, nunca una bestia se había atrevido a cruzar al territorio de los cazadores, era un Lanzador de llamas temerario. La lluvia no le impidió incinerar casas enteras, quemó a placer todo lo que quiso. Lot siempre le había contado a Liz que los dragones son seres solitarios, generalmente se alejan de los humanos en busca de paz, jamás se atreven a violar este principio. Liz intentaba comprender la razón del ataque, entonces despertó y corrió fuertemente hacia la comarca. Sus padres no estaban en la cabaña, habían huido a las cuevas refugio. Liz tomó sus pertenencias más importantes y salió del asentamiento bajo un asedio de llamaradas constantes, los rugidos del dragón retumbaban en el cielo como auténticos truenos y agigantaban su poder. Cada vez que pasaba volando cerca de los tejados se podía observar su color rojo, su piel gastada y áspera repleta de sal, su cabeza era como la de un halcón escamado. La joven se internó en las cavernas y encendió una antorcha, quería recordar el lugar exacto de la guarida, escuchó unas voces:

-¿Quién anda ahí? – preguntó poniendo enfrente la llama. -Liz, somos tus padres – respondió la voz paternal de Namir.

-El pueblo quedará devastado - Liz colocó sutilmente la antorcha en una de las ranuras presentes en las paredes.

-Por suerte tu padre dejó aquí un cofre repleto de víveres – respondió Adelina. -Llevo mucho tiempo viviendo en Valle Primavera y nunca había visto algo parecido – Namir estaba enojado. -Lo hemos perdido todo – Adelina se lamentaba continuamente.

-¿Cómo habrá llegado hasta aquí? – Namir se recostó en el suelo. Liz cambiaba su ropa mojada por otra seca. -Las noticias llegarán pronto al gremio, algún cazador vendrá a por él – Adelina acompañó a su esposo. Durante cinco días permanecieron escondidos, constatando siempre la presencia del dragón en el cielo, estaba furioso, deseoso de acabar con todo a su paso. Era evidente que nadie se atrevía a enfrentarlo, las malas noticias siempre viajan rápido y por más que eso acudieron al valle los mejores prospectos de la cacería. ¿Por qué nadie venía a atraparlo? Algunos lugareños afirmaban que se había mudado a una enorme caverna en la cima del Monte Alessia. -No se ustedes, pero no pretendo pasar el resto de mis días en esta maldita cueva – Liz agarró su bolsa, la apretó a la cintura, estaba dispuesta a salir por las rutas del norte, estas atravesaban de lado a lado una enorme colina y la dejarían precisamente en el camino directo a las Grutas Termales.

-¿A dónde irás? – preguntó Namir. -Buscaré a Lot, le contaré todo. Con suerte aceptará venir, saben cómo es él, sin paga no hay trabajo – Liz se despidió.

Las llamas iluminaban tenuemente las grietas, las piedras musgosas y las formaciones de agua conocidas como colmillos de serpiente. La luz al final del túnel fue un digo premio para ella después de la extensa marcha, los árboles lanzaban una sombra crepuscular sobre el ascendente camino. Liz calzaba unas sandalias de madera, resistentes e incómodas, algunas yagas se abrían paso a través de la piel. Su ancho sombrero servía como paraguas, apretaba fuertemente sus manos contra el pecho para concentrar el calor. El camino comenzaba a volverse estrecho y empinado, varias cuerdas permitían a los viajeros aferrarse a las laderas y evitar caer al precipicio oscuro. Pequeñas rocas rodaban cuesta abajo con cada paso, solo se escuchaba el eco de los golpes, los chillidos de animales y el viento. Liz resbaló en varias ocasiones, el fango dificultaba en extremo la faena, deseaba salir de una vez del estrecho trillo. Llegó al puente de madera y justamente en el centro, el viento lo agitó bruscamente, se aferró a las cuerdas, respiraba violentamente. Del otro lado estaban las escaleras talladas en piedras macizas, por ellas se llegaba a la Aldea Alarius. El ascenso fue monótono y fatigante para la mujer, no traía monedas para lograr calmar su sed con una bebida, esperaba contar con la ayuda de su hermano. Alarius poseía una entrada magnífica, a ambos lados de las calles empedradas se alzaban dos tótems dedicados a los fundadores del gremio. Los mercados estaban especializados en vender frutas a los viajeros, especias y bebidas exóticas. Los pequeños negocios de hospedaje y fondas habían crecido exponencialmente en las Grutas Termales pues los mercaderes atravesaban constantemente el continente en esa posición.
Liz sabía perfectamente donde quedaba el gremio, no se detuvo hasta tocar varias veces los tablones que formaban la puerta: -Abran por favor – gritaba mientras los transeúntes miraban su facha. -Hola señorita ¿qué la trae por aquí? – dijo un cocinero, se secaba las manos con un pañuelo blanco. Liz sintió el olor a carne asada. -Busco a un cazador, se llama Lot – Liz agitó sus manos para desprenderse de las gotas de agua. -Pasa al salón principal, enseguida lo localizo – la puerta se abrió completamente dejando ver un local en tinieblas, iluminado con velas. En los rincones, varios hombres tomaban vino. -Siéntese por favor – el cocinero atravesó una puerta interior. Los sujetos miraban a Liz de forma amenazante, a ella le llamó la atención particularmente una armadura de dragón invernal que yacía sobre una mesa. Solo hay una armadura como esa en todo el continente y era la de su hermano, inmediatamente entró en trance y se acercó agresivamente a los hombres barbudos.

-¿De dónde han sacado esa armadura? No me mientan. Uno de los hombres bebió tranquilamente de su jarra, luego se paró enfrente de Liz y respiró muy cerca de su cuello: -La he ganado – su voz grave llamó la atención de otros en la sala.

-¿Cómo que la has ganado? – incrédula intentaba no flaquear ante la enorme figura varonil. -Un cazador la apostó y perdió – añadió.

-¿A cambio de qué? Esa armadura vale cientos de monedas – Liz tocó las escamas. El hombre delicadamente sacó de su bolsa una flauta de cristal:

-Por esto – agregó. -No lo puedo creer – se lamentaba Liz. -Señorita, el señor Lot no se encuentra en la posada – dijo el cocinero irrumpiendo en la conversación. -Puedes encontrarlo en la cantina del frente. Ja ja ja – el hombre terminó de beber su vino y se marchó cargando en la espalda la antigua armadura. Liz agitaba su cabeza en señal de negación, su mirada se clavó en el suelo, avanzó suavemente hacia la cantina. Al entrar notó la presencia de una riña:

-¡Paga maldito! – un dependiente apretaba fuertemente el cuello de Lot con sus manos sucias. -No tengo monedas, je je je – su estado de embriaguez lo hacía lucir como un payasote. -Juro que te arrancaré los dientes – gritaba de impotencia el dependiente mientras lo lanzaba sobre las mesas y esparcía restos de comida por todo el lugar.

-¡Basta ya! – gritó Liz, se acercó a su hermano, lo observó.

-¿Cuánto le debe? – preguntó. -Veinte monedas. Liz extrajo de su bolsa una gema plateada muy brillante: -Esto es más que suficiente – dijo entregándole al dependiente el preciado objeto. -No lo creo – agregó – quiero monedas. -No tenemos monedas, le pagaremos de otra forma – insistió Liz. El dependiente se puso a pensar:

-¿Él es cazador? -Sí – miró a su hermano soñoliento y estirándose de éxtasis en el suelo mugroso. -Cerca de aquí crecen ciertas especias, personalmente me hubiera encantado ir a buscarlas, pero considero que el riesgo de encontrase con algunas bestias puede liquidar la deuda. Esas especias solo florecen de noche, son fáciles de encontrar por su color azul intenso. – explicó el hombre. -Aceptamos el trato – Liz levantó a su hermano del suelo y lo ayudó a caminar. -Liz – hablaba con dificultades Lot – que hermosa estás, has crecido muchísimo.

-¿Qué estás haciendo con tu honor? – suspiraba Liz. Ambos salieron de la cantina rumbo a la posada del gremio, Lot por ser miembro tenía derecho a una habitación. La mayoría de los hombres al verlos subir las escaleras que conducían a las habitaciones comenzaron a silbarles: -Lot ten cuidado, las pelirrojas suelen ser traicioneras. Primero te llevan al cielo y luego terminan robándotelo todo – gritó uno de los cazadores en el bar. -Oye pelirroja, ese hombre no tiene donde caerse muerto, mejor ven conmigo, tengo todo un arsenal – otro sujeto esparció sus monedas por toda la barra y las risas se apoderaron del salón.

-¿Por qué todos los cazadores son tan idiotas? – se preguntaba Liz. Una vez en la habitación aseguró la puerta y acostó a su hermano en la cama rústica rellena con trapos.

Solo faltaban escasos minutos para que la noche cayera completamente sobre la aldea. En aquella pocilga se respiraba un olor asqueroso, la ropa de Lot estaba esparcida por doquier. Liz encontró una cantimplora con agua y una bolsa llena de pan, se alimentó antes de partir. Sus padres les enseñaron que el honor siempre va delante, luego las penas, por eso pretendía limpiar el nombre de su familia y la reputación de su hermano. Era una lástima verlo tan descuidado y añejo. Pasó sus manos tiernas por el rostro del hombre, sintió lo hiriente de su barba serrana, las duras mejillas, el cabello reseco y naranja. Pasó un paño húmedo por el rostro de Lot y lo cuidó mientras dormía. La noche mostraba la luz blanquecina de la luna, Liz apretó su traje tradicional azul oscuro, hombros descubiertos y pantalones anchos. Protegió sus pechos con una malla de acero, al igual que los codos y las rodillas. Lot usaba mucho la espada larga de hierro y hueso, pues proporcionaba una profundidad en el corte de pieles exquisita, a ella le parecía demasiado pesada, prefirió tomar dos espadas de hierro plateadas. Cuidadosamente salió por la ventana y descendió en escalada hasta el suelo. Sus pasos en la hierba no eran perceptibles y rápidamente se perdió en la oscuridad. Liz confiaba plenamente en que la especia fuese una planta abundante en la zona, mientras caminaba por la maleza intentaba reconocerla. Finalmente divisó un campo repleto de ellas.

-¿Qué tonto? ¿Por qué no vino él? – Liz esbozaba una sonrisa mientras se acercaba a las plantas. De repente emanaron de los alrededores enormes avispones violáceos, dispuestos a ahuyentar a Liz de sus lugares de apareamiento: -Maldito desgraciado, pretendía darle un escarmiento a Lot, quien sabe si desaparecerlo para siempre – Liz veía la velocidad de los insectos al volar, jamás se libraría de ellos corriendo, debía enfrentarlos.

-Y confío en él para espantar al dragón, que tonta soy – desenfundó las espadas en su espalda. La primera avispa intentó picarla, Liz rápidamente cortó su aguijón con un movimiento ascendente. Sobre ella se abalanzaron cinco más, intentó lanzar golpes continuos para mantenerlas alejadas, sin embargo, una de ellas la picó en la zona baja de la espalda. El aguijón se adentró, ella forcejeó para quitárselo de encima, pero recibió otro aguijonazo en el abdomen. Un tanto furiosa lanzó sablazos desesperados, en ese ir y venir de movimientos las espadas chocaron entre sí, provocando un sonido metálico muy agudo, las avispas se retorcieron de irritación. Liz se percató inmediatamente de esto y comenzó a chocar sucesivamente las armas hasta alejarlas a todas del lugar. Llena de paciencia aplicó un vendaje ligero a sus heridas, al principio temía poder estar encubando algún veneno, pero finalmente salió adelante. Recogió un buen número de hierbas y regresó a la posada. Colocó las plantas sobre la cama y descansó tirada en el suelo frío. Antes del amanecer se despojó de las mallas y limpió sus heridas. Escribió una nota para su hermano antes de marcharse de regreso a casa: “Felicidades hermano, lograste recoger las especias, recuerda dárselas personalmente al dependiente de la cantina, así la deuda estará saldada. Un dragón Lanza llamas temerario hace estragos en Valle Primavera, quemó nuestra cabaña y los cultivos, hemos perdido mucho, contamos con tu ayuda para alejarlo. Liz” Los rayos del sol iluminaron el rostro de Lot a la mañana siguiente, inmediatamente se estiró y abrió los ojos rojizos, observó la nota en sus pies.

-Cielos, no recuerdo nada de las hierb… Espera ¿Tenía una deuda con el cantinero? – se preguntaba el cazador en la soledad. Lot estrujaba sus ojos, intentó beber agua de la cantimplora, estaba vacía. Se levantó y vio las espadas manchadas de un líquido morado.

-Cualquiera que fuese la bestia de la riña, la hice pasar muy mal – se llenaba de orgullo – después de todo no he perdido mis cualidades, quizás recupere mi armadura pronto, o haga una mejor. Tomó la espada larga y sus cachivaches, llenó la mochila de hierbas. Salió de la posada.

-¡Valla, el cazador pudo traer las especias! – exclamó el dependiente en plena calle. -Justo como prometí – agregó Lot. -Vamos cantinero, que hasta mi abuela puede recoger esos yerbajos – gritó un cazador al pasar a su lado.

-Apuesto mi cantina a que esta noche no logras traer ni una sola – arremetió el dependiente contra el transeúnte.

-No lo dudes – contestó. -Bueno, si no hay más que hacer me marcho – Lot caminó despacio por la calle principal, espada al hombro y carácter sereno.

-¿Cazador? ¿Cómo venciste a los avispones? – gritó el dependiente. -Lo hice tan rápido que ni me acuerdo – devolvió la respuesta en un grito sin voltearse o dejar de andar.

El texto es de mi autoría.

#hive-161155 #art #story #hive #spanish #ecency #literatos #soloescribe #hivecuba #literatura #ecency
Payout: 0.000 HBD
Votes: 11
More interactions (upvote, reblog, reply) coming soon.