Entrada al Concurso “Llegaron los marcianos” / Primeros encargos

@jcaguila · 2025-07-16 14:16 · Literatos

En ningún momento dejaba de pensar en ellos, incluso cuando dormía los soñaba, los cuidaba de algún rebaño de fieras salvajes, se percataba de sus cuerpos desnudos y tristes. Abría los ojos siempre con sudor, su respiración agitada de creer que aquellos sueños eran muy reales, como premoniciones. Todos los días de Amber eran iguales, caóticos. No había un momento de tranquilidad y ocio para su instinto, siempre pendiente a su encargo. Ni las malas conductas propias de los adolescentes, ni los empinados egos de quienes velaba con ahínco podían desequilibrar su mente. Amber lucía como un ser sumamente racional. Lucy, la más pequeña de la familia no soportaba tener encima aquellos ojos rojizos y acechantes, apartaba la mirada inmediatamente o temblaba, sacudía sus manos. Una y mil veces le sucedía aquel extraño fenómeno, tan irritante como incómodo. Tener que enmudecer ante la gigantesca presencia de su madre.

-Tuve un mal sueño – Amber le habló, sin parpadear.

-¿Qué … dices? – tartamudeó la joven sin hacer contacto visual. Amber levantó su mano derecha muy lentamente y la sujetó por la barbilla, comenzó a voltearle el rostro que intentaba esconder Lucy.

-¿Madre … qué dices? – lloraba la chica. Los dedos de Amber apretaron tanto su rostro que los labios se separaron, mostrando sus dientes amarillos, la alocada respiración. Con cada exhalación brotaba de su boca la saliva. -En mi sueño no estabas – la madre forcejeó con la hija mientras esta intentaba retorcerse y voltear nuevamente la cabeza.

-¿Dónde estabas Lucy? -No lo sé, madre – la hija se rindió, con los ojos cerrados aun no podía sostener sus lágrimas.

-Hoy te quedas en casa – Amber la soltó muy despacio, Lucy corrió frenética a un rincón oscuro y apartado de la cueva, a llorar. Amber permanecía con la vista clavada en el espacio que ocupó su hija, pronto notó la presencia opaca de sus cinco hijos mayores que la miraban atemorizados, incapaces de dirigirle palabra alguna.

-Alístense – la madre se repuso – debemos regresar a las canteras y encontrar a Mikk.

Rápidamente los cinco adolescentes reptaron hacia un pequeño foso en el centro de la caverna, de él extrajeron lanzas rústicas, confeccionadas con maderas del bosque de Ullis, las puntas eran de pedernal afilado. Cercanos al pozo estaban colgados en una rama los petos tejidos por Lucy, armaduras de fibra vegetal que protegían los pechos de la familia. Karr deslizó su mano diestra por la vestimenta, miró hacia el oscuro rincón donde gemía su hermana, reducida a una roca inerte incapaz de andar por sí misma. Karr sintió deseos de hablarle a su madre, y lo intentó, mas Amber lo miró de repente, justo cuando el chico tenía en los labios sus primeras palabras, como un rayo. Él simplemente agachó la cabeza.

-Todo lo que ha pasado es culpa mía – Amber recogió una macana, junto con una bolsa de cuero donde guardaba el agua y algunas hierbas medicinales – Somos una familia, no se abandona a un hermano solo en los yermos un día entero. No se pone en peligro a alguien que es cobarde. – la madre miró a Lucy, ya reducida a un pequeño bulto imperceptible, exponiendo en su espalda desnuda todas las vértebras. La luz del sol rojo apenas lograba atravesar la espesura del bosque de Ullis, árboles gigantescos como montañas, tapadores de toda la zona selvática. Las marcas en sus troncos le permitían a la familia no perderse entre tanta belleza de helechos y flores, de humedad y aves silvestres. Iban uno detrás del otro, como hormigas en busca de semillas. Amber a la cabeza observándolo todo, detrás marchaba el valiente Karr, seguido por su hermana Diyaa, más atrás andaban los gemelos Kass y Dorr junto a la hermosa Beyy. Caminaban en orden de adultez, aunque la diferencia entre estaturas era inapreciable.

-¡Silencio! – Amber detiene la marcha y arrebata a Karr su lanza. Todos notaron la presencia del mixcoa a diez metros, un animal herbívoro de hermosa compostura, peludo y portador de cuatro enormes astas. Sus ojos eran azules intensos. Ocultos todos en la maleza esperaron con paciencia un acercamiento por parte del mixcoa, hasta que finalmente Amber apretó fuertemente la lanza, retiró de sus ojos algunos cabellos naranjas que le impedían mejor visión, se concentró y paró de respirar. Por el aire surcó la lanza voraz, en rápida trayectoria penetró en la carne tierna del animal, haciéndolo caer de costado entre la hierba que fue su último alimento. Karr corrió rápidamente entre los troncos, siempre observando los alrededores como le enseñó su madre, porque en esos lugares siempre pueden coincidir varios depredadores. El muchacho sintió entre sus manos el fino pelaje carmesí, vio los ojos azules agitarse muy rápido haciendo contraste con una respiración pausada. Amber se acercó sutilmente por detrás, colocó entre las manos del joven un cuchillo de pedernal. Los gemelos miraron todo con asombro y las hembras acompañaron el dolor del mixcoa.

-¿Hay qué comer verdad? – preguntó Karr. Amber asqueó la mirada, no le gustaba ver a sus hijos flaquear. El filo entró despacio en la garganta de la bestia, provocó una erupción de sangre azul, como si fuese un manantial serrano. Amber retiró el cuchillo de las manos de su hijo, lo apartó bruscamente con un empujón y sin mucho celo rebanó violentamente las extremidades del animal, salpicándolo todo de azul. En la noche ya descansaban junto a la hoguera, masticando la carne asada, desatando sobre las fibras los dientes. Nadie hablaba, solo se escuchaba el crujir de la leña en las llamas y los arrullos de las aves nocturnas revoloteando en los árboles. Amber extrajo de su bolsa el envase con agua y repartió a sus hijos. Sedientos de un día entero de marcha terminaron por vaciar el recipiente.

-Grrrrr… - un gruñido irrumpió la perfecta sinfonía nocturna. Amber rápidamente lanzó arena al fuego, todo oscureció. -Grrrrr… - el gruñido se acentúo.

-¡Aaaaaaah! Madre, me arrastran – gritó Diyaa. Amber por un instante quedó quieta, frustrada -Animales carroñeros – susurró furiosa.

-¡Hermana, continúa gritando, te alcanzaré! – Karr comenzó una intensa carrera por el bosque intentando localizar la procedencia de los gritos.

-¿Qué hacemos madre? – preguntó atemorizada Beyy. -Sube a un árbol – Amber registró el suelo cercano, indagando con las manos logró encontrar las lanzas. Le entregó una a Kass y otra a Dorr, luego los tomó por las manos libres y corrieron frenéticos de rabia en busca de Diyaa.

Pronto llegaron a una zona menos densa del bosque donde abundaban los claros, en el cielo nocturno y estrellado brillaban las dos lunas violáceas. Enmudecieron totalmente, percibieron a la distancia los gemidos de la joven, gritos de dolor agravados por el frío de la cercana estación invernal. Caminaron hasta llegar a la madriguera de las bestias carroñeras, negras como las sombras, cuadrúpedas y esqueléticas, con ojos saltones y orejas caídas. Estaban ahí, mostrando sus dientes irregulares, una pareja enfurecida al ver cuatro humanos a solo unos pasos de sus crías hambrientas. El macho fue el primero en posicionarse frente a Amber, acto seguido la punta de su lanza silbó en el aire, atravesó el cráneo de la bestia de un lado a otro. La hembra no dejaba la pierna de Diyaa, esta sangraba incontrolablemente, suplicaba a su madre que acabara con su sufrimiento. La hembra retrocedió al fondo de la madriguera con su presa, gruñendo y clavando la mirada en Amber. La madre se acercó lentamente al nido donde chillaban las crías, entonces un impulso se desató en la hembra, un impulso maternal por protegerlos, mas temió acercarse a la lanza y simplemente entristeció. Amber cargó a una de las crías por el lomo lanudo, este comenzaba a desprenderse, la hembra intentaba acercarse, pero retrocedía después. La indefensa Diyaa estaba extenuada, no le quedaban fuerzas ya para lamentarse. En último acto de desesperación la hembra tomó entre sus dientes los cabellos resecos y negros de la joven, la arrastró hacia Amber, la depositó entre sus piernas, casi moribunda y envuelta en un manto de sangre. Amber depositó la cría en el nido muy despacio, cargó a su hija en hombros y todos salieron con desconfianza hacia un riachuelo cercano al claro. En el alba estaban siendo sometidos por el frío devastador de la madrugada, todos temblaban escasos de ropa, esperando con paciencia la salida del sol rojo. -Voy a morir madre – pronunciaba con su último aliento Diyaa. Amber estaba pálida, mirando el tobillo desgarrado e irreconocible. Apretó los labios secos fuertemente, recobró la calma. Acarició suavemente los cabellos de su hija.

-¿Hermana? – Karr tragó saliva y se le enjugaron los ojos – Qué desgracia madre. El hermano cayó de rodillas en la arena, aferrado a su dolor interno, sabía que no vería más a la dulce Diyaa. -Este dolor se volverá eterno – Karr miró a sus hermanos, estos también lucían tristes, pero ninguno de ellos amó tanto a Diyaa como la había amado él.

-¿Por qué no lloras madre? ¿Acaso no la amabas? ¿Acaso …? - Amber le interrumpe con una bofetada. -Eres débil – una vez más la repugnancia se dibujó en el rostro de la madre. Cargó el cuerpo de Diyaa y lo lanzó al río. Nadie pronunció palabra alguna después. Amber recogió sus pertenencias y antes de regresar a la hoguera llenó el envase con al agua del riachuelo.

-¡Beyy! ¡Beyy! Baja ya – gritaron los gemelos.

-¡Aquí estoy! – gritó la chica e inmediatamente todos cambiaron la vista a un árbol viejo y apartado del sendero. Beyy bajó con rapidez. Karr corrió hacia su hermana y la abrazó muy fuerte: -A partir de ahora no te separes de mí Beyy.

-¿Ah? – la joven quedó inmóvil. -Diyaa ha muerto … la extraño, no quiero perderte – una vez más Karr no pudo evitar la abrumadora tristeza. Amber dejó de recoger la leña. Se acercó a los dos hijos abrazados y estos destruyeron su unión.

-¿Qué haces? – la mirada repugnante de Amber ya le parecía intolerable a Karr.

-¿Madre? – dijo asustado.

-¿La amas? – al decir esto, Kass y Doyy se voltearon rápidamente. Sí, una vez más su madre estaba pálida, con los ojos mirando al vacío, a algún lugar dentro de su mente.

-La amo, madre – respondió Karr apretando los puños. Amber arrojó a su hijo violentamente hacia el fango, tomó a Beyy por los cabellos, la miró directamente a los ojos y le retiró la ropa. -Toma una vara – dijo Amber a Karr.

-No madre, no – suplicó el muchacho desde el suelo y retrocedió. El cuchillo de pedernal fue hasta la garganta de Beyy quien no pudo evitar orinarse encima.

-¿Cuánto la amas? – preguntó Amber alzando a Beyy, obligándola a sostenerse en puntas de pies. Karr cogió una rama gruesa sin vacilar, en su rostro solo existía el odio y el llanto. Corrió cortando el aire hasta Beyy. Así hizo sonar el primer golpe en la espalda de su hermana. Luego sonó el segundo azote … Karr no se detuvo hasta haber provocado un charco rojo bajo aquellos piececitos temblorosos. El cuchillo volvió a su funda. Karr miró sus manos con espanto. -Esto sucede cuando amas Karr – Amber soltó a Beyy y esta se desplomó sobre un hormiguero – las personas que amas salen lastimadas, pero tú más.

-¿Para qué es el amor entonces madre? – indagó el muchacho, intentó ponerse en pie. -Para hacer débiles a los hombres – Amber retomó la marcha hacia las canteras y todos la siguieron en silencio.

Justo en el ocaso llagaron al yermo, un terreno abonado con rocas grises y marrones, repleto de monolitos enormes y puntiagudos. Entre las aves de rapiña yacía el cadáver descompuesto de Mikk. Amber intentó esconder su decepción, esperaba que el muchacho, que en vida era fuerte pudiese resistir solo en los yermos, pero ahí estaba, siendo alimento de los picos, con las vísceras esparcidas por todo el lugar. Todos los hermanos se horrorizaron al ver la escena, incluso Doyy vomitó sobre una roca.

-Ya lo dijiste en casa madre – Karr se paró firme ante Amber – que la culpa era tuya. Amber suspiró tres veces:

-Lucy es una cobarde – hizo una pausa para colocar las manos sobre los hombros de su hijo – dejar solo aquí a Mikk. ¡Ven las consecuencias de dejar abandonado a un hermano! El grito se multiplicó en ecos. -Algunos tenemos miedo. Otros son valientes. Pero ninguno es como tú – susurró Beyy con rabia.

-¿Qué dices? – Amber estuvo a punto de mostrar su cólera. -Por favor madre, está muy herida – suplicó Karr. Los gemelos sujetaron al hermano mayor para que no interviniese. -Dije que no todos somos como tú, madre – Beyy se intentó poner firme, con la mirada seria y sin mostrar miedo alguno.

-Dime hija. ¿Cómo soy? – Amber realizó algunos movimientos faciales bruscos. -Un monstruo, madre – toda su firmeza se desplomó al instante y lloró aferrada a sus heridas – eres un monstruo.

-Deja de llorar – Amber la sostuvo por las sienes y le obligó a mirarla frente a frente – tú eres una de las hijas del monstruo. Beyy miró con extrañeza a su madre, como suplicando que la dejara:

-Yo jamás seré como tú – Beyy cerró los ojos.

Amber retiró sus manos, avanzó hacia el cadáver de Mikk y cortó mechones de su cabello. Entregó a cada uno de sus hijos un pequeño bulto de pelos.

-En esta zona hay muchas rocas que contienen mineral Zitle – Amber inspeccionó el suelo de la cantera – recojan todo el que puedan, el día de la ofrenda se acerca. Este viaje no será en vano. Justo a la entrada de la caverna donde vivían estaba el montículo de Zitle, emanando un resplandor intenso, como una gran linterna de luz esmeralda. Dorr al comprobar el volumen de la colección exclamó:

-¡Hay que regresar por más! Solo quedan tres soles para la ofrenda y esto es una miseria – cayó sobre el montículo a revisar de cerca los zitles. -No hemos recolectado lo suficiente – Karr frenó a su hermano – Demasiadas desgracias, los dioses no nos desean sobre estas tierras.

-¡Cállense! – gritó Amber moviendo su nariz en respiraciones profundas. Del interior de la caverna emanaba un olor fétido. Al entrar notaron aquel cuerpecito delgado enrollado en el suelo, lleno de hormigas y culebras. Con el pie derecho Amber volteó el cadáver y vio la garganta perforada, en sus manos yacía un cuchillo de pedernal. Así estaba Lucy, con los ojos comidos y huecos, alimento de las plagas de tierra. Amber rodó el cuerpo hacia el foso hasta que cayó en el fondo sin hacer mucho ruido, luego lanzó tierra y creó allí su sepultura. Los hermanos la siguieron en el entierro. Beyy lanzó al hueco los cabellos de Mikk. Después de haber arrojado mucha tierra y haber llegado al nivel del suelo de la caverna, Amber caminó hacia una estructura cubierta por hojas enormes. Con mucho cuidado descubrió un artefacto de vidrio y metal, en cuyo interior se mecía un líquido espeso y amarillo. El artefacto era un gran estanque.

-¡Karr! – gritó Amber – tráeme un Zitle. El joven rápidamente acudió al montículo de rocas y regresó con un Zitle muy brillante. Lo colocó en manos de su madre con cuidado. Amber acercó el mineral al estanque y este inmediatamente se electrizó, dotando al líquido espeso de un movimiento frenético. Varias chispas verdes se hicieron visibles dentro del estanque y en un costado se encendieron unas luces blancas y rojas. La madre se acercó a un panel, accionó algunos botones y esperó escasos segundos. Del fondo del estanque emergió un cilindro metálico, con una abertura y de esta salió disparada hacia el centro una diminuta cápsula, unida al cilindro por un fino cable gris.

-¿Qué es esto madre? – preguntó Karr colocando las manos en el vidrio y mirando detenidamente el interior del estanque. -Aquí es donde los dioses han decidido que crezcan tus nuevos hermanos – del cilindro se disparó otra pequeña cápsula al interior del estanque. Amber estaba de pie, frente a sus hijos, sosteniendo en la mano derecha el cuchillo de pedernal. Como una estatua. Allí frente al filo alguien posaba, alguien muy pequeño:

-¿La amas? – preguntó. Todos sus hijos agacharon la cabeza. -La amas – la sangre brotó y bañó toda su mano extendida y fuerte.

-¡La amas! – gritó enojada y sin darse cuenta, quien posaba cayó al suelo.

-¿Cómo amarla madre? Así muerta no sirve de nada – lloró Mikk. Amber soltó el cuchillo y su cuerpo comenzó a temblar, muy despacio giró la cabeza hacia el suelo:

-¿Lucy? – observó el cuerpo perforado por sus manos, arrugado en el cimiento de la caverna. Mikk desapareció de repente, sin decir nada.

-¿Lucy? ¿Mikk? – parafraseó Amber mientras giraba como loca en busca de compañía - ¿Dónde están? Entonces la voz de Diyaa emergió del fondo del foso: -Estamos aquí, madre. Otro mal sueño… ¿Cómo evitar aquellos desvelos? A cualquier hora de la noche la despertaban esas voces inciertas, ella se volteaba en la cama de madera, intentando no mirar al foso, temiendo que la tierra ya no estuviese ahí.

-¿Qué temes Amber? – se preguntó. La madre se sentó en el borde de la cama y apoyó sus manos en ambas rodillas, se arrancaba los cabellos. Decidió caminar hacia el foso. Estaba tapado, no había que temer nada.

-Ellos te amaban – la voz de Karr emanó de su espalda. Amber se erizó. -Sabía que todo esto pasaría – Amber cerró sus puños fuertemente, como símbolo de impotencia.

-Madre – Karr la tomó del brazo – mírame. Amber se giró lentamente hacia su hijo y quedó sorprendida. Pronto la lanza en manos del hijo penetró en su abdomen.

-¿Ka…rr? – vomitó sangre al hablar - ¿No sobrevivirán sin mí? -Lo siento madre – Karr empujó con mayor fuerza la lanza y finalmente la punta afilada br

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