Todo daba vueltas a mi alrededor, las personas eran demasiadas en las calles, en la facción de Albert había más edificios que árboles verdes. Dirigibles cruzaban el cielo mostrando propagandas y noticias. Logré perfeccionar mi comunicación y dominé su idioma. Por días pensé en lo bueno que sería si todos nos comunicáramos de la misma forma. Obtuve un cargo como contador en un distrito bancario. Los días eran repetitivos en aquel edificio, nadie hablaba con nadie, cada empleado estaba encerrado en su oficina, no se escuchaba ni una risa. Desde mi puesto tenía acceso a la mayoría de la información referida a la facción. Hice cosas arriesgadas, como introducirme en catálogos secretos y reservas de información digital. Manejé información sobre distintas personas, parte de mi trabajo consistía en analizarlas y archivarlas. Dormí en un pequeño departamento donde alcanzaba pagar la renta, allí utilicé las noches para investigar los mecanismos con los cuales los clientes ganaban dinero. En un corto tiempo tuve acceso a una red informática circulante en la capital. Conocí muchos eventos del pasado, el que más llamó mi atención fue el caso de un joven acusado de robar un auto, logró romper el récord de más segundos siendo perseguido por la policía con veinticinco. No dejé de mirar el rostro de Han en el reporte digital. Han había sido enviado a una prisión de elementos poco peligrosos, sin mucha seguridad. Al día siguiente de conocer la noticia falté al banco, tomé un ómnibus y solicité una visita. Me senté frente a él, sus ojos mostraban el dolor causado por lo apretado de las esposas. El lugar estaba poco custodiado y propuse a Han un plan temerario. Un solo soldado escuchaba nuestra conversación, era viejo y estaba cansado. -No le parece a usted que las esposas están muy apretadas – dije con firmeza al centinela. Este al ver las manos de Han sacó las llaves para aflojarlas, aproveché la ausencia de más efectivos policiales y le tapé la boca, luego torcí su cuello dejándolo inconsciente. Tomé las llaves y liberé al capitán. Tomé la ropa del soldado, pretendíamos burlar la vigilancia del punto principal: -¿Dónde va con ese prisionero? – preguntó un oficial en la entrada. -Albert solicita hablar con él – respondí. -Sin una orden directa no puede extraer al recluso soldado – se me acercó para intimidarme. Un transporte blindado tenía las puertas abiertas, era una gran oportunidad para escapar. Corrimos hacia él y empezaron a dispararnos. Una vez dentro sus disparos fueron en vano. Aceleramos hasta el desierto, sabiendo que pronto los helicópteros irían tras nosotros. Nos bajamos muy cerca de Ciudad Extraña, entre los lentos pasos en la arena conversábamos. Han contó su versión del robo del auto, recién había escapado de un laboratorio donde experimentaban con seres humanos. Después de horas de caminata llegamos a la gran urbe. El laboratorio estaba siendo dirigido por el doctor Green, este personaje lo reconocí al instante pues depositaba grandes sumas de dinero en el banco cada cinco días exactamente. Desde niño le gustaba experimentar con animales y en la adolescencia fue nombrado genio, pasó a ser un pilar importante en las intenciones expansionistas de Albert. Le proporcionaron condiciones de trabajo y desarrolló importantes investigaciones en la rama de la industria de armas y física. En una ocasión experimentó con su mujer y está falleció, algunos aseguran que se volvió loco. Este sujeto estaba creando un componente gaseoso que reaccionaba con el oxígeno y producían una sustancia tóxica. Fred creía que podría tratarse de un arma biológica altamente efectiva, entonces quiso impedir el sabotaje enemigo.
Tanto el texto como las imágenes son de mi autoría.
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