Estoy al borde del abismo, Pero desde aquí la vista es excepcional. Tracey Emin
Dicen que cada ciudad es un mundo, un pequeño universo de seres vivos y otros no tan vivos, de seres metálicos, de seres similares a los ectoplasmas. Son las ciudades encierros, son prisiones abiertas y donde se elige estar a voluntad… pero hay ciudades que se caen. Y el señor Bordelau sabía que esto pasaba. ¿Cómo lo sabía? ¿Acaso tenía una habilidad particular para saberlo? No, por supuesto, porque el señor Bordelau era un hombre común y corriente, aunque era un poco alto eso sí, de cabellos castaños y una constitución delgada. Bordelau sabía porque él no pertenecía a las ciudades, Bordelau estaba en otro mundo. El veía a las ciudades inclinarse y retorcerse, apretarse y otras veces rehuían una de la otra. Bordelau pasaba más tiempo en Assange, porque allí era donde él trabajaba, justo en una agencia publicitaria cuyo nombre si mal no recuerdo era Le nouveau tourisme. Al terminar cada jornada tomaba un taxi justo en la entrada, y a partir de ahí comenzaba el viaje a la ciudad de Catena, donde vivía, o para decirlo mejor, comía y dormía, porque el señor Bordelau no tenía más vida que esa. Él no vivía solo, un matrimonio que le tenía mucho afecto lo acogió en agradecimiento a sus padres, como una forma de pagar las bondades que una vez tuvieron los padres de Bordelau para con los ancianos. Le ofrecieron un pequeño cuarto en un departamento, el cual se encontraba en la periferia sur de Catena. Desde su ventana Bordelau tenía una vista bastante decente desde el último piso del edificio, más al sur se veían las montañas bajas de la zona interior de la isla en la que se encontraba. A él le gustaba salir al balcón en las noches y sentir el aire fresco que provenía del campo, leía mucho, como si los libros no tuviesen final alguno, como si fuesen infinitos. Los ancianos eran conocidos por la familia como Amalie y Pretor Fébal, aunque esto era lo único que a Bordelau le importaba de ellos, sus nombres, nunca le impresionó que los ancianos se enfermasen o que fuesen ellos los que casi siempre llevaban la comida a la mesa, pues Bordelau era incapaz de reconocer que se veía como un niño, un niño grande que ronda los trentaitantos años de edad, pero eso comenzó a cambiar el día que Bordelau empezó a ver como las ciudades se caían una sobre la otra, un calvario inexplicable. Todas las madrugadas las pasaba con los ojos abiertos, incapaz de dormir. Porque pensaba y sobre pensaba las cosas, tratando de darle una explicación científica a aquellas alucinaciones que veía. Las imágenes en su mente no estaban lejos de ser especulaciones o mal entendidos, Bordelau veía con claridad, como si tuviese una pantalla grande en su cabeza y esta colocara todo lo que pensaba, y murmuraba, porque la voz interior de Bordelau era un susurro, casi no la escuchaba. Vio como no tenía nada, nada más que sus libros y la vieja máquina de escribir, ¡ah! y una bicicleta rota. A Bordelau le dolía que las ciudades se cayeran sobre él, y perdiera todo bajo los escombros. Él sabía que pronto sellarían su tumba y su apellido sería olvidado para siempre, a nadie le importaba eso, eso le dolía mucho. Porque Bordelau siempre deseó poder ser alguien mucho más afortunado, solo así podría justificar sus malos pasos (si es que daba alguno), pues su vida fue tan insignificante, era una sombra, el ánima de un ectoplasma. Y todo eso lo pensó una noche, una noche donde se cortó el fluido eléctrico del vecindario y se escucharon las voces de los vecinos, se vieron estrellas en el cielo negro. Bordelau se levantó de la cama muy despacio y abrió la ventana, vio la oscuridad asechándolo, la timidez de sus dedos sujetando las persianas y regresó a su lecho, con miedo, miedo de que la ciudad se hubiese caído tan rápido. ¿Cómo estará Assange? Pensaba mientras ladraban los perros callejeros. Al menos en Assange podía concentrarse en la confección de carteles y cintas promocionales, eso lo distraía de su voraz hambre de pensar en los apocalipsis y recordar las palabras escritas en la biblia al respecto, porque cuando murió su abuelo una noche, él no quiso ir con su familia al velatorio porque creía que era algo insignificante, pero Bordelau sintió hielo sobre su piel, sintió la necesidad de leer algo religioso, entonces leyó el final del segundo testamento toda la madrugada frente a un cuadro de Jesús el Cristo, y lloró, porque la vida es el peor miedo que puede sentir el hombre, es el miedo que reúne todos los miedos y Bordelau comprendió eso esa madrugada, que la vida era una tortura eterna. Al amanecer se restableció el fluido eléctrico y Bordelau se vistió despacio, con suma paciencia, casi dormido pues estaba cansado, veía borroso y con dificultades logró llegar a la cocina donde Amalie le había preparado el desayuno. Algo mediocre para Bordelau, porque aquellos viejecillos no alcanzaban para más que un pan viejo y reseco con algo de queso. Esto a Bordelau le parecía miserable, ¿para qué trabajaba Bordelau? Si pasaba horas y horas, jornadas enteras haciendo carteles en Le nouveau tourisme. Bordelau trabajaba para otros, él lo sabía, como lo sabían muchos intelectuales de la época, todos trabajaban para otros, y digo todos porque esos otros no pertenecían a ese mundo. Todo su esfuerzo daba riquezas a otros mientras que sobre él caían migajas, migajas de billetes que no valían nada, para Bordelau no valían absolutamente nada y allí radicaba su mayor contradicción, porque él veía a los ricachones bien vestidos, los aristócratas que apenas ponen los pies en el suelo para detener sus motocicletas, las cuales exhibían a diestra y siniestra las gruesas nalgas de mujeres joviales, para Bordelau todo esto era un circo social en las ciudades, por eso Bordelau nunca tuvo motocicleta y mucho menos mujeres nalgonas. ¿Qué ganaba con saber todo esto? Nada. Bordelau no ganaba nada, pues estaba insertado en su mundo interior, deseando cosas externas que no podía porque las reglas del juego no le gustaban, y a Bordelau no le gustaba jugar el juego de las ciudades, el prefería jugar su propio juego, con sus propias reglas, aunque le costase la soledad. ¿Ustedes creen que Bordelau no deseó un amor? ¿Qué deseó ser feliz y poder sonreír? Cada día de su vida lo deseó todo, pero el mundo se lo negó. Bordelau aprendió que en las ciudades de la isla de Fascia el bien es cosa de fracasados, había que obligarse y obligar a los demás a castigar, a demostrar y perder la cabeza por cosas valiosas que procedieran de un lugar más allá de las aguas que rodeaban la isla. Había que matar si era preciso para ser respetado, había que lucir antes que comer, por eso se caían las ciudades y Bordelau lo sabía todo, incapaz de hacer nada. Entonces todas las noches fueron idénticas para Bordelau, y los días efímeros encuentros con un mundo depravado y hostil, por eso sintió impotencia, odió y guardó rencor a todos, a las ciudades por albergar a los demonios inmigrantes del infierno. Un día Bordelau se levantó agitado y trató de respirar pausadamente, controló los ánimos abruptos y recordó el apocalipsis, cada detalle de él, hasta que supo la verdad. Aquellos pies descalzos rozaron el suelo frío de la habitación, aun no se asomaba el sol en el horizonte y el señor Bordelau yacía sentado en el borde de la maltrecha cama, esa que había soportado largas noches de resquebrajamientos, ya no era una cama, sino más bien un montón de escombros. Bordelau puso sus manos en la cabeza y asimiló las verdades que yacían debajo de la cama, que todas las sonrisas eran falsas mientras el mal circunda por las calles con un cartel de bienvenida colgado del cuello, las sonrisas verdaderas eran un sueño para él, y es lo que más deseaba, cosas prohibidas. Supo que fuera de Fascia caían otras ciudades, otros reinos de puras supersticiones, a los que otros como él habían llegado para reclamar el trono de los sinalma, tras la ruptura agónica del símbolo sagrado que una vez inventaron los moribundos para soñar, todo sueño es un deseo prohibido, una apostasía, un viaje de peregrinación a lugares desconocidos de los cuales solo se han visto imágenes, solo se han escuchado canciones en idiomas extraños. Y Bordelau era un sinalma, parecido a Vyke, sin doncella, abrazado por la llama del frenesí…estuvo tan cerca. Ahora yace en una cárcel eterna. Pero no me alcanzarían todas las páginas del mundo para escribir las verdades que esa mañana Bordelau asimiló como un tragante de alcantarilla. Fue un aguacero brutal de aguas albañales, de mierdas negras, de unicornios demoníacos. Nunca antes las verdades habían sido tan heterogéneas y adictivas. Verdades como drogas. ¿Por eso se droga la gente en las ciudades? ¿Será que las verdades duelen y sacian a los sinalma? La verdad que más le dolió fue la del amor, esa me dolió hasta mí, porque Bordelau sabía que en aquellas ciudades no encontraría el amor a menos que abandonara su propio juego y decidiese entregarse a las ciudades corruptas, a menos que postergara sus deseos de libertad. Pero Bordelau jamás haría algo como eso, preferiría morir de tristeza, como mueren las madres sin hijos. El amor no es real, es algo cruel porque no refleja nada, es un sentimiento vacío ¿No me creen? ¿Acaso no han visto como viven los animales? ¿Ellos se aparean por que sí? No, ellos también aman. Solo para fornicar. A Bordelau le interesaba fornicar, pero más allá de eso le interesaba no estar tan solo, le interesaba abrazar y poder hablar con alguien, porque Bordelau pasaba días enteros sin hablar. A veces solo por cuestiones de trabajo, otras para hacer de payaso. Para él todo hombre sin riqueza es un payaso, es rudo eso, sí, pero al ver aquellas ciudades cayéndose comprendí a Bordelau, tenía razón en todo, era algo incuestionable. En la televisión a veces ponían reportajes de sinalmas que huían de Fascia hacia otras islas cercanas en busca de oportunidades de riquezas, y es que se me había olvidado decir que Fascia era un estado muy pobre, donde todos agonizaban día tras día víctimas de los tiranos que asfixiaban a los ectoplasmas, esos que dije, pertenecían a otro mundo, los intocables seres que eran como dioses. Era mejor huir que enfrentarse a los dioses, esa era otra gran verdad que impactó fuertemente en Bordelau, porque él hubiese querido destruirlos a todos, pero era un mediocre, alguien con deseos, como el soldado que quiere ganar la guerra y no sabe disparar el fusil, las guerras se ganan con habilidad, y Bordelau era un inútil, porque los carteles no los hacía muy bien. Aprendió también que seguiría así hasta su muerte, la probabilidad más probable de todas, morir como un insecto, como un gusano despreciable, eso fue muy fuerte para Bordelau, saber que no valía en aquella isla y en aquellos estados más allá del mar. Por eso Bordelau lloró… Quiso arrepentirse de las verdades, de las más insanas, pero fue muy tarde, el apocalipsis es un fenómeno interno, eso de algún modo es cierto… nadie se prepara para cosas así, y mucho menos un ser que ha pecado tanto, que no es perfecto, que absurdo es todo, hasta la historia de Jesús el Cristo ahora Bordelau sabe que es absurda. ¿Por qué ir a la cruz? Nadie se ha salvado ni se salvará jamás, la vida de Jesús no debe ser usada, mejor déjenla ahí, como algo fétido, como algo que no sirvió para nada, como el soldado, Jesús fue a la guerra desarmado… y lo mataron. ¿Qué hay después de la vida? Bueno… hay otra vida. En ese momento ya Bordelau estaba parado sobre la baranda del balcón, listo para inclinarse hacia adelante y flotar, la droga de la verdad le había provocado locura, deseos de ir a esa otra vida a la que había ido Jesús el Cristo, deseaba que fuera así de fácil, tirarse y suspenderse en la gravedad… caer y despertar lejos de todo, de todo lo insipiente. Estuvo allí por varios minutos, observando el sol rojo saliendo por el horizonte bello, sobre el mar y sobre las nubes purpúreas y carmesíes, Bordelau estaba cerca del último amanecer. Entonces le dolió todo el cuerpo y escuchó la voz de Amalie: no lo hagas hijo, hoy no. Y Bordelau se arrepintió, porque tragó las verdades como saliva y miró los ojos ancianos de Amalie que apenas estaban abiertos, él tuvo piedad del silencio, del soplido del viento y la abrazó, porque eso era lo que Bordelau quería, un abrazo. Amalie jamás supo las verdades que en ese momento Bordelau guardaba, simplemente lo acompañó adentro y le sirvió el desayuno con amor una vez más. Y todo se tiñó de luz en la cocina, como si hubiese entrado una estrella. Amalie lo despidió en la puerta, con un suave agitar de manos, una despedida miserable, porque Amalie sabía que Bordelau era raro, nunca se sabía como iba a tomar las cosas, era un ser impredecible… cuando era joven y estudió lejos de Fascia una carrera de diseño, sus compañeros evitaban hablarle, porque sus reacciones no tenían sentido, ya les decía yo que Bordelau entendía el mundo de otra forma, lo entendía a través de movimientos metafísicos… algo que a mí me tomó años comprender. Es que el señor Bordelau fue incapaz de tener más amigos que… ¿Cuántos? ¿Cuatro o cinco? Da igual ahora, era un tipo sin amigos, ahora igual. Bordelau creía que todas las personas eran interesadas y buscaban el egocentrismo y la envidia, él palpitó una y otra vez sobre esas hipótesis hasta que finalmente leyó a Maquiavelo. En aquel entonces pensé que Bordelau terminaría odiando a la humanidad o sobrepasando los límites insospechados que logran inducir en el cerebro el estado de “voy a hacer lo que me dé la gana”. Una vez más tomó le taxi y sonrió al chofer, porque el sabía que las sonrisas, aunque fuesen falsas permitían empatizar con los demás, y el no podía escapar de esas ideas, comprendió las leyes sociales y las aplicaba, comprendió el juego y a veces lo jugaba, aunque no quería, era inevitable doblegarse ante las necesidades humanas. Y durante su viaje a Assange comenzó a leer un libro relacionado con la memorización, Bordelau quería memorizar cada día más, porque quería conocimiento que amparase las verdades ya digeridas y justificarlas después, porque eran como fuego en su interior, brazas ardientes y gigantes, él sabía que las úlceras serían incurables, pero el conocimiento, el conocimiento lo aliviaba. Justo a la entrada de Assange había un puente, pero este se había destrozado causa de una terrible tormenta que aconteció en la noche. El taxista no tuvo más remedio que ordenarle a Bordelau que se bajase del taxi y recorriera la Riviera del canal hasta un pequeño embarcadero donde podría tomar una barca hasta el otro lado. Bordelau se bajó silencioso… ¡Qué hace imbécil! Gritó el chofer cuando Bordelau abrió la puerta… Nada estaba roto, nada. Esa visión fue una falsedad. En ese momento Bordelau comprendió que sus mundos estaban colisionando, algo extraño y vívido, como una convergencia de mundos. Y Bordelau le temía al otro mundo, donde está la otra vida. ¿Qué por qué le temía? Claro, no lo saben… Es que Bordelau una vez despertó en el otro mundo y vio a su abuelo llamándolo, diciéndole cosas por cobarde, Bordelau sabía que en el otro mundo estaban los muertos reclamándole cosas. Por eso le temía, hasta tumbaron el puente. Bordelau recuperó la visión dentro del taxi, no tuvo palabras para responder al taxista, simplemente volvió a abrir el libro y continuó leyendo… imbécil le dijo, eso era lo que representaba Bordelau en ese mundo, un imbécil. Una vez más llegó a Le nouveau tourisme y subió a la oficina que estaba frente a la calle principal, esa por la cual fluía un tráfico voraz, unos desfiles de seres masas, como los llamó Gustav Jung. Abría las gavetas con sus herramientas, lápices, reglas y colores…Bordelau comenzaba sus diseños, pero rara vez los terminaba, simplemente no añadía todo lo que deseaba, porque a nadie le servían o a nadie le gustaban aquellas ideas nuevas, las más absurdas comprensiones. Hasta que vio el cielo arder cerca del mediodía, había un cometa rojo que cruzaba lentamente, con una larga cola blanca brillante, y el sol desapareció. Bordelau dejó todas sus herramientas sobre la mesa de dibujo y salió al pequeño balcón que había adyacente a su oficina, Bordelau vio como se paró el tiempo, como el cielo de Assange se desmoronaba. Él quiso sonreír, porque aquella ciudad le daba asco, ¡Al fin una venganza divina! Exclamaba por dentro, aunque su trabajo se fuese a la mierda, él sabía que todos los aristócratas perderían todo, se acabaría el circo… se acabarían los juegos sociales. ¿Qué haces Bordelau? ¿Acaso estás loco? Le gritaron desde el suelo. Ahí estaba otra vez, en el viejo balcón adyacente a su oficina, con los autos pasando a toda velocidad justo debajo de sus pies, Bordelau estaba nuevamente sobre la baranda de un balcón. En ese momento supe que Bordelau no podía controlar sus verdades, estas le estaban demostrando demasiado, como tomando control de sus ojos y enseñándole el otro mundo, esa vida paralela donde temía y donde podía vengarse, entendió que nada llega perfecto, que todo viene en partes iguales de sufrimiento y felicidad. Si deseaba vengarse debía ir al otro mundo, sacrificar su insignificante vida por un bien mayor (que no era tan mayor). Bordelau pensó la última verdad… miró sus herramientas a través de la ventana y se lanzó, sin miedo. Había asimilado la última de las verdades humanas. Lo único que le faltaba… ahora sí podía morir… y vengarse claro.
El texto es de mi autoría. La imagen fue tomada de Pixabay. Link de referrencia: https://pixabay.com/photos/boy-bedroom-messy-sad-lonely-6223817/