La imagen fue tomada con mi teléfono y editada por mí. Corresponde a la Ermita de Monserrate en Matanzas.
El presente se volvió abstracto en la noche lluviosa, sentía en el ambiente húmedo una tensión singular. La idea de que ella pudiese estar muerta revoloteaba en el aire. Los miedos interiores forjaron un camino fangoso hasta la tumba de Lorena. Allí estaba la lápida mojada que encerraba su cuerpo, entonces levanté el pico para romper la sepultura: -¡No lo hagas Karl! – gritaba Ángelo desesperado, temiendo que la familia de la fallecida nos acusara de profanadores. -Tengo que saber la verdad, tú no lo entiendes – dije dando el primer golpe sobre el concreto tallado de la tumba. Las lágrimas corrían por el rostro al compás de la lluvia. Cada golpe me retorcía el alma entera, la vida solo me tumbaba una y otra vez con mayor fuerza. Cada vez que soñaba ella aparecía, portando vestidos delgados, dejándome ver sus líneas corporales. Sabía que nada era real, mas se acercaba y tocaba suavemente mis manos. A veces deseaba despertar y que ella estuviera del otro lado de la cama. Nunca pasó, tal vez los sueños sencillamente no se vuelven realidad. No deseaba mirar en el interior de la fosa, temía profundamente encontrar su rostro. Ángelo solo callaba y apartaba los escombros. El amor duele demasiado, lo sé porque no tuve otra opción más que echar un vistazo al cadáver y confirmar la sospecha, Lorena estaba muerta hacía ya tres años. Al final todo no era tan malo como se planteaba, ella seguía apareciendo repetidamente en mis sueños. Caminaba lejos, luego cerca, parecía un fantasma, una ilusión dentro de una ilusión misma. ¿Qué son los sueños? Antes solía despertarme en una lujosa mansión, repleto de muebles finos y cuadros de pintores famosos. Deseaba siempre algo más humano y consciente. Algo que no se quedara quieto como las pequeñas estatuas de la sala. Faltaba ese toque femenino permanente que todo lo cambia, ese perfume de mujer. La monotonía del trabajo cansaba los párpados. Comenzaba a aburrirme el hecho de ser un simple asistente de electrónica cuando podía ser mucho más, entonces empecé a demostrarlo. Nunca lograba llenar las expectativas del jefe, algo que si hacía muy bien mi amigo Pierre. Mi potencial intelectual logró salir a la luz y demostró mi competencia para trabajar en el área de recursos humanos, para desde allí lanzarme hacia los mejores puestos dentro de Industrias Clarksen. Al final, el tiempo dijo la última palabra, convirtiéndome en el supervisor técnico de la mejor empresa diseñadora de Smartphone. Aquella noche cesó de llover cuando las manecillas del reloj coqueteaban sutilmente las dos de la madrugada. El pobre viejo tuvo que cargar con la reparación de la tumba y parte de mi sufrimiento, hasta hace pocos días creía que estaba volviéndome loco, luego comprendió todo. Al principio de toda esta singularidad pensaba que se trataba de un alma en pena invasora de sueños, la verdad fue más cruel. ¿El idiota fui yo entonces? ¿Cómo llegué a enamorarme de una mujer subjetiva e inexistente? Como no hacerlo si ves que en esos sueños ella sufre y pide a gritos protección. La primera vez que la vi fue el día de su entierro. Salvaje paradoja tendía su trampa revelando la verdadera esencia del espacio – tiempo tantas veces comentado por la física. Precisamente ese día estábamos en un bar y acostumbrada a las borracheras de su novio buscaba soledad en la barra y besaba sensualmente el borde de la copa. Se le pegaban hombres de todo tipo, comentándole un repertorio de atributos que ella desde hacía mucho tiempo conocía, recalcaban sus ojos verdes hermosos, su pelo rubio y ese cuerpazo de modelo. ¿Qué buscaba? Dentro del modo ilógico critiqué sus pestañas postizas y su entrecejo un poco descuidado. Seguro estaba que no comprendía como alguien se resistía a su belleza. No dudó en dominarme con la mirada, jamás cedí ante ella, era un sepulturero, sí, pero era el mejor en eso y era más que suficiente para demostrarle mi valor. Dentro de su alma un conflicto se escondía y mi misión fue desde ese momento desentrañarlo. Habló cosas de su vida de forma abierta, sus palabras causaban en mi ser una terrible atracción nunca antes experimentada en la realidad. Jamás me regalaría ante una belleza como la suya, el camino correcto estaba en hacerla sentir ese carnaval de emociones que gritaban sus ojos brillantes. Su novio la abrazó y se la llevó condenándome a despertar en la antigua cama donde solía dormir una hija distante de Ángelo. Regresé a la habitación extenuado, con el corazón roto después de haber visto su cara opaca y sin vida. Mi mayor deseo era que ella fuese real, eso sencillamente se desplomó como un edificio sin cimientos. Entonces recordaba mirando el techo y veía su cara entre las grietas y musgos. Recordaba en silencio sus manos, su voz. Al fin y al cabo, los nanorobots hacían su trabajo en mi cerebro, no tenían de otra, buscaron un huésped nuevo pues así los programaron. La triste historia de Lorena contada en sueños por pequeñas máquinas diseñadas para curar padecimientos de amnesia. Fui un lector fiel, eso sí, nunca me perdí una noche sin verla en cualquier lugar que fuese. Si hubiese ganado el concurso nada de esto hubiera pasado, pero Pierre siempre fue más astuto. Es tiempo de olvidar las fiestas, las mujeres desquiciadas por el poder que se me avalanchaban en cada canción. Ninguna de ellas, ni tan siquiera las más hermosas empleadas de la empresa lograban despertar en mí el amor. ¿Qué es el amor? Lorena tenía mucho de eso y lo sabía porque lo trasmitía sin ni siquiera tocarme. Ella lo trasmitía fuertemente por sus venas visibles, su corazón palpitante. En ocasiones me perdía observando su cuerpo y entonces desaparecía. Comencé a creer fielmente que yo le gustaba de pies a cabeza y mucho más. Fue cuando descubrí su secreto, ese que una vez percibí en el bar. Alguien de la familia de Lorena apareció en la mañana. Era una anciana cargada de rosas y amapolas. Desde la ventana rezaba porque no se diera cuenta del remiendo utilizado para encubrir el ultraje. Salí velozmente de la casa de Ángelo: -¿A dónde vas muchacho? – gritaba parándose del sillón y con el periódico en la mano. -Voy a encontrarme con Pierre – dije Por el camino hacia la zona suburbana miraba las huellas de personas. Fijamente atendía a los detalles y charcos. No lograba arrancarla de la memoria, se hacía más que necesario encontrar la forma de extraer esos nanorobots, los cuales solo sabían incentivar sus recuerdos una y otra vez de forma insoportable, pero a la vez excitante. Esperaba que mi antiguo amigo de fiestas y negocios me ayudara, por muy cínico que yo fuese. Al final estaba viviendo en un apartamento, pagando una renta y manteniendo a su mujer e hija de forma desesperada por culpa mía. A veces Pierre no conseguía todo el dinero que necesitaba y la pasaba muy mal, luego su hija cayó enferma y necesitada de medicamentos costosos, fue por esa razón que acepté el trabajo de sepulturero. La dignidad la utilicé para ayudar a Pierre con su pequeña. Cometí muchos errores, el más grave, entregarle a la competencia información clasificada de nuestro mejor producto. Una empresa decidió contratar sicarios capaces de matar a mi madre si me negaba a entregar la información. Fue inútil contactar con las autoridades, cualquier movimiento de ese tipo arriesgaba la vida de ella. Intenté negarme varias veces y entonces mataron a mi padre. No hubo vuelta atrás y nuestra empresa fue a la quiebra. Estaba muy cerca del apartamento donde residía Pierre. Caminaba ansioso por llegar y quitarme de la vista aquella silueta encantadora, despojarme con una conversación del terrible encantamiento. Toqué la puerta par de veces, Pierre abrió: -¿Cómo estas Karl? Pasa llevamos tiempo sin verte. -Estoy un poco confundido, pero estoy bien. ¿Cómo siguió Cinthia? -A mejorado mucho con las medicinas – dijo cargando a su hija que rondaba el año y medio de vida. -Necesito de tu ayuda – le dije mirándolo profundamente a los ojos. Él comprendió que algo extraño sucedía. -¿Conoces a algún neurocirujano? – le pregunté. -No lo creo Karl – dijo con cierta tristeza. -¿Qué me dices de un cirujano que frecuentaba mucho la empresa? – insistí tratando de ayudarle a recordar. -Ese es Antonio, pero el más bien realiza operaciones sencillas. Además, recuerda que su primo… interrumpe la conversación, va al cuarto de la pequeña y la deja en una cuna, luego regresa – recuerda que el primo de Antonio murió en el accidente. -Sí, recuerdo que por andar borrachos y conduciendo cometimos un crimen – dije suspirando. -Habla bajo, eso solo lo sabemos tú y yo, nadie tiene por qué enterarse, además ya eso pasó – dijo Pierre asustado y mirando continuamente hacia otros lugares de la casa. -No sé cómo puedes olvidar cosas como esa. Él murió por nuestra culpa. –dije parándome del asiento. -Así que ahora estás arrepentido. – me sujetó para sentarme nuevamente – recuerda que tu conducías. Empecé a tomar más aire de lo normal. Pasaba las manos por la frente sudorosa. -¿Qué fue de la familia de esa persona? – pregunté cerca del llanto. -No lo sé, fue hace tanto tiempo. – Pierre rascaba su cabeza - No tengo cara para volver a ver a Antonio cuando en realidad deberíamos estar en la cárcel. -¿Por qué tuve que llevarme la maldita luz roja? – gritaba de impotencia. -Tranquilo Karl, ya pasó – decía. -Mejor hablamos otro día, nos vemos. - dije saliendo del apartamento. El pasado se volvía perturbador ante los miedos. Quería deshacerme de todos los recuerdos incluso los de ella. Con las manos vacías regresé a la casa del viejo, esa que se enclavaba en lo más profundo del cementerio central de la ciudad. Pensaba en el costo de la operación y se desaparecían las ganas de separar esos elementos artificiales. La vida dejaba de tener sentido ¿Qué es la vida? Lorena amaba la vida, sabía interpretar sus señales. Solía pintar siluetas de mujeres en óleos. En todos los sueños estaba el cuadro de ella, de espaldas al observador, mostrando su espalda desnuda hasta un poco más abajo de las caderas. Con su cabeza volteada hacia atrás miraba su hombro, sentía deseos de tocarla, eso era vivir. El pelo derramado cerca de una cortina intentaba tapar lo inevitable, aquellas largas manchas rojas en la carne provocadas por golpes, ese era su secreto. Era víctima de desprecio por parte de su novio. Ella entonces al ver que interpretaba sus palabras y trazos decidió destrozarlo en cientos y cientos de pedazos. Lloraba y bebía. Quizás ese era el causante de todos sus miedos. Se saciaba la sed y se bañaba en él para quitarse el frío, para tapar el vacío que su hombre perfecto construía al beber de una botella similar. Lorena tenía miedo de los hombres. Atrapado en una red implacable, mi autoestima caía, se hundía en el mar de la depresión profunda e insostenible. Remoloneaba en la cama, seguía viéndola aun sabiendo que estaba muerta. Lorena se parecía mucho a mi madre, la extrañaba. Después de que murió mi padre, empezó a padecer demencia desenfrenada. La ingresé en un hospital de enfermos mentales. Él había sido el único hombre en su vida, yo el único hijo de su matrimonio. Su incapacidad le impedía reconocerme, lo había olvidado todo. ¿Qué es el olvido? El olvido es aquello que cuando se desea no llega y cuando se desconoce aparece. Regresé al trabajo de enterrar a aquellos que no volverán, a esas personas importantes para pocos y desconocidas por muchos. Un trabajo de sepultura y adiós. Corté flores para el día siguiente. En la noche Lorena habló con una voz tenue, de esas que se van desvaneciendo: -Karl mañana es mi cumpleaños ¿Me harás un regalo? – un eco multiplicó la pregunta por todas partes. -¿Dónde estás? – gritaba. Solo se escuchaban los ecos rebotando en un gigantesco teatro abandonado. A la mañana siguiente el cementerio se abarrotó de personas. Se cumplía un año más de la muerte de Lorena. Se veía lo de siempre, sombrillas y trajes negros, oraciones a dios y a todos los santos. Apenas tenía un corazón roto para compartir ese día con ella. Entre la multitud caminaba hacia su cadáver y sus familiares y amigos miraban mi sombra preguntándose una y otra vez ¿Quién es este pordiosero? Lorena tuvo la oportunidad de morir un día como en el que nació. No a todos le suceden cosas como esa. Es difícil imaginar que un día como hoy se le agotaron los recuerdos, eso me preocupaba. Aquella vez en el hospital supe que no estaba bien, ni siquiera recordaba a sus padres. El doctor dijo que debido al duro golpe que recibió en la cabeza perdió la memoria. Algunos decían que Lorena había caído de las escaleras de su casa, yo sabía que el novio estaba detrás de todo. Sufría al verla postrada en le cama envuelta en sábanas sin poder recordar mis caricias y abrazos. Entonces apareció ese enfermero con el bulbo repleto de nanorobots, explicando como aquellos microscópicos milagros de la ciencia eran capaces de adentrarse en el torrente sanguíneo y llegar a la zona afectada del cerebro para activar artificialmente la memoria. Esas máquinas apenas habían sido probadas en primates, pero la tentación de la familia y el gobierno por recuperar a la embajadora hicieron que aquel día se le inyectara un líquido transparente. Debían repetir la dosis cada tres años. Fuese cual fuese el sueño que tuviese ese día, sería el último, ya no habría más recuerdos de Lorena. Los nanorobots se verían obligados a morir. Después de todo rellenaron mi cabeza de treinta y dos años de vivencias femeninas. Fue partícipe de su nacimiento, de su primera menstruación, de su primer beso, de su primera vez. Se puede decir que si alguien la conoció completamente fui yo. Pude percibir a una niña soñadora, pero a la vez tímida. Sus altos estudios en la universidad, su importante papel de diplomática. Era una por fuera y otra cuando estaba sola. Todas las mujeres tienen esa otra, la esconden. No me gustan las culpas, pero si no hubiese sido porque los padres decidieron enterrarla en su país natal y luego regresarla a este en el cual se desempeñó, nada de esto hubiera ocurrido. Se cumplían ya tres años de su desaparición física. El día de su entierro yo sostenía el ataúd, un mal movimiento provocó que este cayera al foso de forma incorrecta, tuve que lanzarme para acomodarlo bajo una lluvia de insultos. Tenía una herida en la palma de la mano derecha. En el forcejeo noté que la caja se había agrietado y por la hendidura brotó aquel líquido transparente, entró por la herida sangrante. Esa misma noche conocí a Lorena por primera vez. Temía no volver a sentir su calor, ese calor onírico. Entre la añoranza y el recuerdo decidí dormir. Aparecí cerca de su casa, la veía por la ventana. Ella salió pidiendo un taxi. Corrí detrás del vehículo, el cual se alejaba rápidamente. Tropezaba con personas, con bicicletas, pero jamás me detuve. El vehículo que transportaba a Lorena paró en un semáforo, eso me dio cierto tiempo para alcanzarlo. Cuando estaba a solo diez pasos de ella la luz verde se dibujó, el taxi aceleró y estrepitosamente chocó con un auto negro. Puse las manos en la cabeza, corrí hacia el taxi incendiado, una explosión evitó acercarme. Solo percibí su sombra detrás de la ventanilla rota. El auto negro giró completamente para alejarse de la escena, no sin antes ver que en el volante yo estaba sentado a punto de pisar el acelerador.
El texto es de mi autoría.