Se cuenta que hace muchísimo tiempo, cuando aún los españoles caminaban sobre las plazas de Camagüey, que en las noches los criollos y mulatos se sentaban en los bancos a “romancear”. Porque las peticiones más calientes se hacían en la oscuridad y bajo la tenue luz de una vela. Una sutil mano sobre los hombros se insinuaba sobre la mujer quien atentamente escuchaba las peticiones de aquel que afloraba en sus ojos. Y sutilmente le quitaba parte de la blusa y apretaba las llaves del cuartico contra su brazo, de una forma muy agradable y sensual. Luego de conversar par de horas tras los sonidos de la plaza, algún carretón lleno de viandas que pasaba, los grillos y hasta algún campanazo proveniente de la iglesia, ambos se levantaban risueños, pero con una premura exquisita, tomados de las manos se acercaban a la puerta del pequeño rincón donde juntarían sus cuerpos cansados del día, para sentir a pesar de todo lo negro de la noche, la más intensa de las luces.
