Este 27 de septiembre celebramos las festividades de San Vicente de Paúl, patrono de la nueva comunidad parroquial en la cual estoy prestando mi servicio sacerdotal. En este mismo día, se cumplieron dos meses de mi toma de posesión canónica, por lo cual es una excelente oportunidad para revisar el sentido del patronazgo en una parroquia, y particularmente el de este santo para una comunidad cristiana tradicional y antigua. Simplemente ciñéndonos a lo que significa la palabra patrón, podemos concluir que la intención es dar un modelo, una guía, a esta comunidad para su vida cristiana y su práctica de la fe. Es así como el patronazgo de San Vicente de Paúl marca dos directrices muy claras para esta comunidad: la primera se refiere al compromiso cristiano de la misión, y la segunda, muy unida a esta, es el deber de la caridad.
Cuando hablamos de la misión, nos referimos al mandato de evangelizar a la humanidad que nos dejó Jesucristo. Un mandato que, si bien en vida San Vicente de Paúl se refería a realizar en los lugares alejados, especialmente los campos, actualmente nos encontramos con otras realidades. Hoy no es necesario irse muy lejos para poder llevar el mensaje restaurador que nos presenta Jesucristo. Acá, a nuestro lado, podemos tener personas que, aunque no están lejos geográficamente, existencialmente, espiritualmente o emocionalmente se sienten desoladas. Es allí donde el mensaje cristiano tiene toda la oportunidad de renovar vidas, mostrándoles a Jesucristo, su vida y su mensaje, para devolverles o fortalecerles la fe y un sentido a sus vidas. Ya el papa Francisco hablaba de que hoy nos encontramos con muchas periferias existenciales, es decir, con lugares a donde ir donde la existencia de la persona ya no tiene ningún sentido porque pasan por soledad, tristeza muy profunda, rechazo o discriminación. Y esto se puede dar en cualquier sitio, en cualquier lugar, incluso en el centro de las ciudades, donde paradójicamente hay muchas personas, pero pocas se detienen a atender estas necesidades. Y es aquí donde podemos ir al segundo punto, la caridad.
Este es un deber cristiano, ya que nuestra fe se manifiesta en las obras. La gran caridad que realizamos con las personas es mostrarles que su vida tiene un sentido y, sobre todo, presentarles a la Fuente del Amor. Ese amor que no se acaba, ese amor que comprende, ese amor que nos impulsa a seguir adelante: el amor de Dios. Ahora bien, para muchas personas, este amor de Dios es necesario hacérselo concreto. Es por ello que una de las cosas que hemos buscado motivar en esta comunidad son los hechos concretos de dar la mano a aquellas personas necesitadas. Es allí donde surge la iniciativa del Comedor Santa Luisa de Marillac y la instauración del Kilo de Amor en cada Eucaristía dominical. Con la primera iniciativa, se está atendiendo de manera constante de lunes a viernes con el almuerzo a una cantidad de niños en estado de desnutrición. Lo segundo busca sensibilizar a toda la comunidad de que todos podemos aportar algo para este gran compromiso misionero de caridad que tenemos ante la humanidad necesitada.
Todo esto puede sonar muy bonito teóricamente, pero ¿cuál es la práctica? ¿Cuál ha sido mi vivencia en estos dos meses? Realmente sí he podido palpar y ver que la semilla de la misión, es decir, de la necesidad del anuncio del Evangelio, está en esta comunidad. Hay la conciencia de que debemos evangelizar, ya que una fe que no se comparte no tiene sentido. Al mismo tiempo, también está la sensibilidad de la caridad. Un punto a gran favor es que son muchas las personas que se acercan a la sede parroquial, lo que representa una gran oportunidad para que muchas otras personas se sumen a esta tarea. Como anécdota personal, muchos me han preguntado estos días, en el transcurso de estos dos meses, cómo me he sentido en esta comunidad parroquial. He dicho que muy bien, y aquí lo ratifico. Me he sentido bien, en gran parte, precisamente porque la identidad espiritual que tiene esta comunidad es muy hermosa, ya que San Vicente de Paúl une o resalta la necesidad de relacionar la evangelización con la caridad, de tal manera que estas dos vienen siendo como las dos caras de una misma moneda. Tomando sus palabras, podemos afirmar: No hay misión sin caridad, y la caridad es la verdadera misión.
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