Érase un ciego que andaba despierto, un ciego con ojos que un día ¿moriría? No, que ya estaba muerto porque muerto está el que estando vivo no vive en los ojos de quien lo desvive.
Érase un ciego como yo, que anduve sin verte y que al verte abrió sus ojos en sueños; mas tus ojos bellos, dueña de mis ojos, me han estado viendo como se ve el día que pasa hacia otro sin una alegría.
Érase un muerto que andaba mirando, con sus ojos vivos por verte, alma mía, que muere por verse en tus ojos bellos y que, si lo miras, aunque sea un instante, muere de alegría.