Te he buscado en la vigilia amena, con alusión tierna; y antes, por los mares de Homero, por lo inmenso en sí.
Y ahora que llueve es posible verte; será por la serenidad de mi vieja nostalgia; porque te he llorado amenamente como la caída del rocío, con su ritmo de sucesión de gotas.
Ahora te veo en mis ojos como el cristal por donde mi alma se desliza y entiendo el fin de encontrarte: apreciar ese instante precioso de saber que sí existes.
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