There are places in Spain where the earth, torn apart thousands of years ago by a necessary and revolutionary inner alchemy, rescued primordial mountain ranges from the primordial oceans. Now, seen in the sunlight and accustomed to the dew of the nights and cold dawns of Castile, they resemble spectacular enchanted worlds, harboring, in their primordial memory, stories and legends that, deep down, capture the magnetic attraction they produced in different cultures and societies.
This is the case, for example, of that spine, which, stretching from Aragon to a good part of that untamed Guadalajara, provokes, along its path, unusual sensations in the mind of the curious traveler, as he walks enthusiastically through it, observing how the resilient erosion of wind and rain has shaped, like the prodigious hands of a metaphorical Rodin, stone sculptures, whose forms provoke sparks of illumination, in that romantic bias that always accompanies the imagination.
These are the unfathomable recesses associated with that enigmatic region known as Alto Tajo, a focus of attraction for primitive cultures who left traces of their feelings in the petroglyphs that illustrate some of the stones, which also record Marian apparitions, mysterious lights crossing the starry backdrop of the nights, and the presence of mysterious hermits who one day decided to follow the tradition of knowing themselves, taking advantage of the benefits that the school of silence always offers.
Hay lugares en España, donde la tierra, desgajada hace miles de años por una necesaria y revolucionaria alquimia interior, rescató de los océanos primordiales unas cordilleras primigenias, que ahora, vistas a la luz del sol y acostumbradas al rocío de las noches y de las frías madrugadas de Castilla, semejan espectaculares mundos encantados, que albergan, en su primigenia memoria, historias y leyendas, que, en el fondo, recogen la magnética atracción que produjeron en diferentes culturas y sociedades.
Es el caso, por ejemplo, de esa columna vertebral, que, extendiéndose desde Aragón a buena parte de esa Guadalajara indómita, provoca, en su recorrido, insólitas sensaciones en el ánimo del viajero curioso, mientras las recorre entusiasmado, observando cómo la resiliente erosión del viento y la lluvia, han ido moldeando, como las manos prodigiosas de un metafórico Rodin, esculturas pétreas, cuyas formas provocan chispazos de iluminación, en ese sesgo romántico que conlleva siempre la imaginación.
Son los recovecos insondables asociados a esa enigmática región conocida como el Alto Tajo, foco de atracción de culturas primitivas que fueron dejando señales de su sentimiento en los petroglifos que ilustran algunas piedras, donde también se recogen apariciones marianas, luces misteriosas surcando el telón estrellado de las noches y la presencia de misteriosos eremitas que un día, decidieron seguir la tradición de conocerse a sí mismos, aprovechando las ventajas que otorga siempre la escuela del silencio.
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