There were towns, in that same unfortunate emptied Spain, that experienced a slight, fleeting moment of happy rebirth, seeing how, in the battered homes for the destitute, the abandoned homes had become, a spark of hope shone again with the praiseworthy appearance of workshop schools. These schools, in addition to promoting the restoration of some of those houses definitively abandoned to their fate, also offered the hopeful vision of a breath of life, which, in some way, illuminated the shadows of what until then seemed destined to lie eternally under the heavy burden of oblivion.
This attempt to rehabilitate what seemed dead, providing, in the process, job training for conflictive individuals who, in many cases, were trying to escape the slow death of that metaphorical dark horse that is heroine, had some success in a past that, unfortunately, seems increasingly distant to us, but which nevertheless continues to pose a great threat to a substantial portion of society, decidedly disoriented.
Some of these towns, lost in the vast steppe of Castile, also allowed part of a historical and artistic heritage to fade into the shadows. The legacy, ultimately, not only belongs to us all, but also represents episodes in our cultural history, as well as a living testimony to how difficult it was for the generations that preceded us to find the comfortable balance of settlement and well-being that, supposedly, as their direct heirs, we experience today. Respecting and caring for it, then, is a way of expressing gratitude and honoring their memory.
Hubo pueblos, en esa misma y desgraciada España vaciada, que vivieron un leve, fugaz momento de feliz renacimiento, viendo cómo, en las maltrechas residencias para musarañas en las que se habían convertido los desahuciados hogares, volvía a brillar una chispa de esperanza con la meritoria aparición de escuelas-taller, que, además de apostar por la restauración de algunas de esas casas abandonadas definitivamente a su suerte, ofrecían, también, la esperanzadora visión de un hálito de vida, que, de alguna manera, alumbraba las sombras de lo que hasta entonces parecía destinado a yacer eternamente bajo la pesada losa del olvido.
Ese intento de rehabilitar lo que parecía muerto, aportando, de paso, una cualificación laboral para unas personalidades conflictivas, que, en muchos casos intentaban apartarse de la muerte lenta de ese metafórico caballo negro que es la heroína, tuvo cierto éxito en un pasado, que, desgraciadamente, nos parece cada día más lejano, pero que, sin embargo, continúa representando una gran amenaza para una parte consistente de la sociedad, decididamente desorientada.
Algunos de esos pueblos, perdidos en las inmensidades esteparias de Castilla, dejaron ensombrecer, además, parte de un patrimonio histórico y artístico, cuya herencia, en el fondo, no sólo nos pertenece a todos, sino que además, representa episodios de nuestra historia cultural, así como un testimonio vivo de lo difícil que les resultó, a las generaciones que nos precedieron, encontrar el holgado equilibrio de asentamiento y bienestar, que, supuestamente, siendo sus directos herederos, vivimos hoy. Respetarlo y saber cuidarlo, pues, es una forma de agradecer y de honrar su memoria.
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