Hola, mis amigos. Espero estén disfrutando la historia (noveleta hiveriana) que les traigo por estos días. Muchas gracias a todos por la lectura y por su tiempo.🙏
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Mientras tanto, en prisión, Ernesto se ejercitaba con frecuencia a la espera del gran momento. Temía hacer un papelazo, demasiado tiempo fuera de práctica, aunque estaba claro de que el sexo era como montar bicicletas, puedes estar siglos sin subirte a una, que cuando te encaramas, es como si nunca lo hubieses dejado de hacer.
Ernesto tenía todo el tiempo del mundo para meditar tras las rejas, leía todo lo que caía en sus manos, entre ellos, varios clásicos de la literatura universal. Así mataba al implacable, se ilustraba y de paso era un excelente divertimento, además de servirle como un eficaz método contra el alzheimer.
Cuando por fin llegó la esperada fecha, tanto Maura como Ernesto, andaban nerviosos, cada uno por su lado. Leonor preparó desayuno, almuerzo, comida, merienda y cuanta cosa se le ocurrió. La logística estaba garantizada para veinticuatro horas. Le entregó a Maura ciento veinticinco dólares y al otro día recibiría el resto. Maura fue a la prisión en un auto que alquiló la presunta suegra.
Luego de la respectiva revisión, la condujeron hasta el lugar donde, finalmente, se consumarian los hechos. Un local húmedo y despintado que nada tenía que ver con los cuartos cómodos que pagaban sus amantes del pasado. La cama era personal, con una sábana semi percudida donde probablemente hubieran unos cuantos ácaros dispuestos a ensañarse con su delicada piel. Pero eso no sucedería porque trajo consigo una lujosa ropa de cama que le dió Leonor.
También había una mesa con dos sillas y una minúscula ventana de barrotes gruesos. El pequeño baño no tenía puerta ni ducha, solo una llave, un cubo, un jarrito plástico desechable y en una esquina, un inodoro. Ernesto aún no estaba allí. Maura, inquieta, se sentó moviendo las piernas en señal de impaciencia.
Pasada media hora, abrieron la reja del cuarto y fue entonces que se vieron por primera vez. El corazón de Ernesto tembló y las piernas se le aflojaron, no recordaba la última ocasión en que tuvo a una mujer en frente. Y no solo por eso, Maura era una hembra hermosa con sensuales curvas que podían hacer suspirar a cualquier hombre.
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Por su parte, Maura creyó que él era más alto, según la foto. Ernesto tomó su mano y la besó en el dorso como todo un caballero. Este gesto hizo que ella respondiera con una sonrisa. Estuvieron mirándose durante unos segundo similares a una eternidad. Ninguno se atrevía a romper el hielo. Luego de un rato de solemne silencio, ambos, como si se hubieran puesto de acuerdo, soltaron una carcajada al mismo tiempo, un buen comienzo sin dudas. La risa es una gran aliada en estos casos.
Ya era hora de ir entrando en confianza y relajarse un poco, así que iniciaron una larga conversación que duró todo el día, nada más hicieron algunas pausas para comer. Era como si se conocieran desde siempre. Rieron y hasta lloraron con sus mutuas anécdotas. Todo el mundo tiene una historia que contar, decía ella. Muy cómodos se sentían el uno con el otro. Una feliz coencidencia que ocurre pocas veces en la vida.
A eso de las siete de la noche, Maura quiso bañarse y Ernesto le preparó el cubo con agua. Aunque él no hizo el menor gesto para mirarla bañándose, la fragancia del jabón y el sólo hecho de imaginarla desnuda y tan cerca, le provocaron una erección que no pudo evitar. Maura creyó que Ernesto entraría al baño, en definitiva ella había ido a eso, a prestar un servicio muy bien pagado. Pero nada sucedió, para su asombro.
En la noche, ni el calor ni los mosquitos ni la luz opaca, les impidieron disfrutar de una sutil complicidad que fue bien recibida por ambos. La madrugada los sorprendió entre charlas y chistes. Ernesto no quiso estropear la magia del momento con acciones de lujuria y desatino. Se tragó sus ganas, la abrazó, besó su frente y se quedaron dormidos hasta que a las diez menos cuarto de la mañana, tocaron la puerta y un soldado abrió la reja. Se despidieron con los ojos llenos de emoción.
_¿Volverás?
_Volveré.
Continuará...
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Pavilion. Chapter III
Hello, my friends. I hope you're enjoying the story (novelette) I'm bringing you these days. Thank you all so much for reading and for your time. 🙏
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Meanwhile, in prison, Ernesto exercised frequently while awaiting the big moment. He feared he’d make a fool of himself—too long out of practice—though he knew full well that sex was like riding a bicycle: you could go centuries without getting on one, but the moment you climb on, it’s as if you’d never stopped.
Ernesto had all the time in the world to meditate behind bars. He read everything that fell into his hands, including several classics of world literature. This was how he killed the relentless passage of time, educated himself, and enjoyed excellent entertainment—all while serving as an effective method against Alzheimer’s.
When the long-awaited day finally arrived, both Maura and Ernesto were nervous, each in their own way. Leonor prepared breakfast, lunch, dinner, snacks, and anything else she could think of. Logistics were guaranteed for twenty-four hours. She handed Maura a hundred and twenty-five dollars, with the rest to come the next day. Maura went to the prison in a car her supposed mother-in-law had rented.
After the required inspection, she was led to the place where the deed would finally be consummated: a damp, peeling room that bore no resemblance to the comfortable quarters her past lovers had paid for. The bed was prison-issue, with a slightly stained sheet likely hosting a few mites ready to feast on her delicate skin. But that wouldn’t happen—she’d brought luxurious bedding given to her by Leonor.
There was also a table with two chairs and a tiny window with thick bars. The small bathroom had no door or shower—just a faucet, a bucket, a disposable plastic pitcher, and a toilet in one corner. Ernesto wasn’t there yet. Anxious, Maura sat down, her legs jiggling with impatience.
Half an hour later, the cell gate opened, and they saw each other for the first time. Ernesto’s heart trembled, and his legs went weak. He couldn’t remember the last time he’d stood before a woman. And not just any woman—Maura was a beautiful female with sensual curves that could make any man sigh.
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For her part, Maura thought he’d be taller, based on the photo. Ernesto took her hand and kissed it like a true gentleman. The gesture made her smile back. They gazed at each other for seconds that felt like eternity. Neither dared to break the ice. After a solemn silence, both burst out laughing at the same time—as if they’d planned it. Undoubtedly a good start. Laughter is a great ally in these cases.
It was time to relax and get comfortable, so they began a long conversation that lasted all day, pausing only to eat. It was as if they’d known each other forever. They laughed and even cried over each other’s stories. "Everyone has a story to tell," she said. They felt remarkably at ease with one another—a happy coincidence that rarely happens in life.
Around seven in the evening, Maura wanted to bathe. Ernesto prepared the bucket of water for her. Though he made no move to watch her bathe, the fragrance of the soap and the mere thought of her naked and so close gave him an erection he couldn’t control. Maura expected Ernesto to enter the bathroom—after all, she’d come to perform a well-paid service. But to her surprise, nothing happened.
That night, neither the heat, the mosquitoes, nor the dim light could keep them from enjoying a subtle complicity that pleased them both. Dawn found them still talking and joking. Ernesto refused to spoil the magic of the moment with lustful, reckless actions. He swallowed his desire, held her, kissed her forehead, and they fell asleep. At a quarter to ten in the morning, a soldier knocked and opened the gate. They said goodbye with eyes full of emotion.
_Will you come back?
_I’ll be back.
To be continued...
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