[ESP/ENG] Trabajos de campo en la Sierra de Michoacán, México / Fieldwork in the Sierra de Michoacán, Mexico

Flora: Bosques de oyamel que se pierden en la neblina, orquídeas silvestres (Laelia speciosa), cactus columnares y jardines naturales de agaves. En las zonas bajas, huertos de aguacate ‘oro verde’ de Michoacán y maizales que siguen el ciclo ancestral del cuezcomate. Fauna: Águilas reales sobrevolando los cañones, venados cola blanca entre los matorrales, tlacuaches y, en invierno, el espectáculo sagrado de millones de mariposas monarca llenando el aire de color. Los Guardianes del Territorio: Los campesinos y comunidades indígenas (purépechas y nahuas) son el alma de esta tierra. Su sonrisa franca, su disposición a compartir un café recién colado o un taco de maíz criollo, y su conocimiento ancestral sobre los cerros "que blanquean después de la lluvia", convierten cada encuentro en una lección de humildad y sabiduría. La riqueza agrícola es un festivo mosaico: aguacates gigantes, guayabas perfumadas, chirimoyas dulces y campos de trigo ondeando al viento. Y en la mesa, la cocina michoacana—Patrimonio de la Humanidad—se revela en toda su gloria: Carnitas jugosas de Quiroga, cocinadas en cazos de cobre. Uchepos: tamales tiernos de elote fresco, bañados en crema. Moriches: insectos de maguey tostados, herencia prehispánica. ¡Un almuerzo en un puesto rural, bajo la sombra de un pirú, es un ritual que alimenta el alma! La misma actividad geotérmica que formó el caolín, regala hoy aguas termales de propiedades curativas. Cerca de Morelia y Ciudad Hidalgo, lugares como Cointzio o San José Purúa ofrecen pozas de azufre rodeadas de vegetación exuberante. Sumergirse en esas aguas tibias después de un día de mapeo, con el canto de las chicharras y el aroma a tierra mojada, es un bálsamo para el cuerpo y un diálogo íntimo con el planeta. El sabor de una tortilla recién hecha, calientita y salida del comal. Mapear vetas, tomar muestras y registrar coordenadas se vuelve un acto de reconexión con el origen de todo. Las Sierras de Michoacán no son solo un destino geológico; son una experiencia transformadora. Aquí, entre minas artesanales y bosques sagrados, uno entiende que la Tierra no es un objeto de estudio, sino un ser vivo que respira, suda aguas termales y se viste de caolín. Para todo geólogo, estudiante o viajero curioso, este rincón de México ofrece la rara oportunidad de hacer ciencia con el corazón y llevarse, además de muestras minerales, historias de gente que sonríe mientras labra la tierra. ¡Les comparto imágenes de los afloramientos caoliníticos, y algo de la campiña michoacana. "El mejor geólogo es aquel que ha visto más rocas, pero también ha escuchado sus historias".

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Flora: Oyamel forests disappearing into the mist, wild orchids (Laelia speciosa), columnar cacti, and natural agave gardens. In the lowlands, Michoacán's "green gold" avocado orchards and cornfields following the ancestral cycle of the cuezcomate. Fauna: Golden eagles soaring over the canyons, white-tailed deer in the bushes, opossums, and, in winter, the sacred spectacle of millions of monarch butterflies filling the air with color. The Guardians of the Territory: The farmers and Indigenous communities (Purépecha and Nahua) are the soul of this land. Their open smiles, their willingness to share a freshly brewed coffee or a Creole corn taco, and their ancestral knowledge of the hills "that turn white after the rain" turn each encounter into a lesson in humility and wisdom. The agricultural wealth is a festive mosaic: giant avocados, fragrant guavas, sweet custard apples, and fields of wheat waving in the wind. And on the table, Michoacán cuisine—a World Heritage Site—reveals itself in all its glory: Juicy carnitas from Quiroga, cooked in copper pots. Uchepos: tender tamales of fresh corn, bathed in cream. Moriches: toasted maguey insects, a pre-Hispanic heritage. Lunch at a rural stand, under the shade of a pirú tree, is a ritual that nourishes the soul! The same geothermal activity that formed kaolin today provides hot springs with healing properties. Near Morelia and Ciudad Hidalgo, places like Cointzio and San José Purúa offer sulfur pools surrounded by lush vegetation. Immersing yourself in these warm waters after a day of mapping, with the song of cicadas and the aroma of wet earth, is a balm for the body and an intimate dialogue with the planet. The taste of a freshly made tortilla, warm and fresh off the griddle. Mapping veins, taking samples, and recording coordinates becomes an act of reconnection with the origin of everything. The Sierras of Michoacán are not just a geological destination; they are a transformative experience. Here, among artisanal mines and sacred forests, one understands that the Earth is not an object of study, but a living being that breathes, sweats hot springs, and dresses in kaolin. For any geologist, student, or curious traveler, this corner of Mexico offers the rare opportunity to do science with one's heart and take home, in addition to mineral samples, stories of people smiling while working the land. I'm sharing images of the kaolinitic outcrops and some of the Michoacán countryside. "The best geologist is the one who has seen the most rocks, but has also heard their stories."