
Aragüí es un pequeño pueblo del que pocos han oído hablar. Surgió de un peculiar matrimonio entre el ferrocarril y un embarcadero de ganado. Un rico hacendado, dueño de casi todas las tierras de la comarca, se estableció en el lugar y su próspero negocio atrajo a quienes fueron los primeros habitantes del pueblo. Los fértiles potreros y arroyos de aguas limpias, garantes de alimento abundante para las reses, más la laboriosidad de su gente, hicieron de Aragüí un sitio para vivir de la cuna a la sepultura.
A pesar de ser un insignificante punto en el mapa, Aragüí conoció temprano los adelantos de la modernidad. Fue el único pueblo en muchos kilómetros a la redonda en tener luz eléctrica y telefonía. El adinerado ganadero, venido de la capital, invirtió su dinero para no renunciar a los privilegios de la gran ciudad.
En una casa, junto a las vías del ferrocarril, nació Ramón, el día más frío que se recuerde en las memorias del pueblo. Ese amanecer, cuando Pura dio a luz, la hierba estaba cubierta de escarcha. Siendo ya una anciana, seguía contando el trabajo que le costó parirlo. Decía, que de tanto frío, su hijo se resistía a abandonar el calor de su vientre. Cuando por fin logró traerlo al mundo, salió morado como una berenjena. Pura siempre culpó a la temperatura ambiente, pero la comadrona sabía que la causa eran las circulares que traía al cuello.
Ramón aún no tenía cinco años cuando su padre desapareció para siempre de su vida. Le dijo a la esposa que iba a los almacenes mayoristas para comprar mercancías para la bodega. Pasado el tiempo que habitualmente empleaba en tales menesteres, sin que regresara ni llamara al teléfono de la tienda, Pura, como si nada hubiera sucedido, se encargó de la bodega. En Aragüí relacionaron la desaparición del bodeguero con una voluptuosa mulata, que había estado por aquellos días, de paso por el pueblo.
A partir de entonces, Pura asumió sola la crianza de su hijo. Compartía su tiempo entre prepararle de comer y jugar con él a la pelota. Le espantaba la idea de que, a falta de un patrón masculino que imitar, su hijo se le amanerase. Se tomaba tan en serio cuando encarnaba el rol de padre, que cambiaba su tono de voz por otro más grave.
La primera vez que Ramón se enamoró lo hizo de una voz. Al mediodía, mientras almorzaban, Pura encendía la radio para escuchar la novela de turno. Los parlamentos de la protagonista, causaban un efecto erógeno en Ramón. Con solo 14 años, se subió a un tren y fue a dar a la capital, para conocer a la joven, que lo tenía muriendo de pasión. Así comenzó lo que sería una larga historia de desilusiones amorosas. En los estudios de la radio descubrió que la excitante voz, pertenecía a una actriz con años para ser su abuela.
Ramón nunca quiso tener animales como mascota. Después de la desaparición sorpresiva del padre, Pura le regaló un perrito intentando llenar el vacío que dejó su partida. En solo una semana, el niño se apegó mucho al cachorrito, un pequeño chihuahua que lo seguía a todas partes. El domingo en la tarde, una tía paterna llegó a hacerle la visita de rutina. La pariente, fatigada por la caminata, fue directo a sentarse en el butacón de costumbre. El pobre animal no tuvo tiempo de emitir ni un quejido. La señora era la persona más obesa del poblado.
Desde entonces Ramón optó por las plantas. Las llamaba: - mis plantas afectivas. Entre todas, prefería los cactus, de los que cultivaba una gran variedad. Hablaba con ellos y los acariciaba. Aunque parezca raro que alguien acaricie una planta espinosa, para él era algo normal. La vida lo había curtido con hincadas a cambio del amor que entregaba. Todos sus lances amorosos, por más empeño que él pusiera, siempre terminaban en fracaso. Ramón decía que a Pura ninguna mujer le parecía buena, pero el rumor del pueblo aseguraba que su virilidad era la causa de los fiascos.
La vejez le llegó a Ramón tras el mostrador de la bodega que heredara del padre. El establecimiento ocupaba la parte delantera de la casa donde vivía con su nonagenaria madre. La anciana, aún se encargaba de los quehaceres domésticos. Era la única mujer de la que recibió solo amor que él siempre se esforzó en desestimar. Nunca le dijo mamá, la llamaba Pura, a secas, como marcando una distancia. La culpaba de estropearle la vida. Muchas veces le prometió largarse de Aragüí, como un día había hecho su padre, pero no pasaba de la amenaza. Se engañaba diciéndose que Pura no resistiría un nuevo abandono, porque él conocía la verdadera razón desde el día más frío que se recuerda en Aragüí.
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Relato para participar en el [Concurso de minicuentos en honor a Juan Carlos Onetti](https://peakd.com/hive-179291/@es-literatos/concurso-de-minicuentos-en-tributo-al-escritor-juan-carlos-onetti).
Texto de mi autoría creado para el concurso.
Imágenes generadas con la IA de Bing.

Entrada al Concurso de minicuentos de Literatos | El Vínculo.
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· 2024-05-28 16:41
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