A propósito del tema propuesto en la columna "Esa vida nuestra" por @charjaim, en el que conversamos acerca de las fobias, me gustaría conversarles acerca de los miedos que de alguna forma heredamos de nuestros mayores. Saludos, amigos y amigas de Holos &Lotus.
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Mientras leía algunas publicaciones, observé que muchas de las fobias o miedos comenzaron en la niñez, escuchando comentarios o viviendo experiencias negativas. Uno de los miedos más comunes, es el miedo a la oscuridad, que se establece en las personas, la mayoría de las veces, por costumbres como, ver películas de terror, o por cuentos y leyendas que de niños les contaban. Sin embargo, también se dan, porque alguno de nuestros mayores lo manifestó y de alguna forma influyó en que ese miedo se generara.
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Por ejemplo; el miedo o fobia a las culebras. En muchas localidades, de generación en generación, se fueron ideando estrategias para mantener a las culebras alejadas de las casas, y muchas madres y abuelas demostraban un miedo increíble hacia estos animales, generando en los niños de su hogar el mismo terror.
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#### Le transmití un miedo a mi hija mayor.
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No puedo calcular la felicidad tan inmensa que sentí cuando por fin pude ser madre. Después de 11 años intentándolo, llegó mi niña. Nació sana y llena de energía, se notaba cuando lloraba a todo pulmón. Al día siguiente de haber nacido mi niña, nos dieron el alta y regresamos supercontentos a casa. Era mediodía cuando llegamos, así que mi mamá decidió darle su primer baño a la bebé. Mientras le quitaba la ropita, se dio cuenta de que a la niña le costaba respirar, se estaba asfixiando con su propia flema. Mi esposo de inmediato la tomó en brazos y con su boca aspiró a la bebé para descongestionarla, eso la ayudó y volvió a respirar con tranquilidad. Nos asustamos muchísimo.
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Al día siguiente se repitió el episodio y esta vez la ayuda de mi esposo no funcionó, así que mi mamá y él se fueron con mi hija al hospital, que, gracias a Dios, queda a muy pocas cuadras de nuestra casa.
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No se imaginan el terror que se apoderó de nosotros. Como padres, estábamos literalmente aterrados de que le pasara algo a la bebé. En el hospital lograron aspirarle gran cantidad de flema, lo que le ayudó de nuevo a respirar. Pensamos entonces, que en la clínica no le aspiraron bien cuando nació y agradecimos que por fin en el hospital ya le habían sacado todo eso.
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Pero los episodios de asfixia siguieron repitiéndose y tocaba salir corriendo con la niña al hospital, allá la aspiraban y la enviaban de vuelta. Mi esposo y yo, no dormíamos, nos turnábamos para cerrar los ojos 15 minutos cada uno. Nos acostábamos con la bebé en el medio de los dos. Mientras uno vigilaba, el otro cerraba los ojos por esos 15 minutos. Manteníamos siempre las luces encendidas para poder verla mejor. Y así transcurrieron 19 días, mientras la salvábamos de cada asfixia y buscábamos la solución y un diagnóstico que nos explicara por qué nuestra niña se asfixiaba.
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Hasta que, por fin, cuando mi hija tenía 20 días de nacida, un pediatra nos indicó con certeza qué era lo que pasaba. El estómago de mi hija, no estaba lo suficientemente maduro y eso le producía reflujo. El líquido ácido se le iba hacia la nariz y se dificultaba la respiración. Eso tenía lógica porque cuando le aspirábamos la naricita, el líquido era blanquecino como la leche, pues era leche. Después de aplicarle el tratamiento por tres meses, mi hija nunca más tuvo episodios de asfixia. Creció como una bebé y una niña normal, feliz y muy activa.
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Pero yo no pude volver a dormir con la luz apagada ni lejos de ella. Al principio dormía con la luz encendida y cuando la niña cumplió el primer año, comencé a apagarla, pero dejaba la del baño encendida para poder verle la cara a mi hija y asegurarme de que estaba bien. Incluso si viajábamos, en el hotel o casa a donde llegáramos, me aseguraba de que por lo menos hubiera alguna luz que me permitiera velar por el sueño tranquilo de mi hija.
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[Fuente](https://pixabay.com/es/photos/bombilla-pera-electricidad-energ%C3%ADa-1640351/)
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Llegaron mis hijos menores, con total normalidad, sin ningún problema de salud y tan activos y felices como cualquier bebé sano, y aun así yo mantenía algún foco de luz cerca para vigilarlos.
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No fue hasta que mi hija mayor cumplió los 6 años, que decidimos enviarlos a dormir a su propio cuarto. Fue un proceso incómodo para mí, pero me responsabilicé en aprender a soltarlos. Los acostaba y a mitad de la madrugada iba a revisar que todo estuviera bien. Todavía lo hago.
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Pero mi hija mayor, no puede dormir en total oscuridad. Tiene la angustiosa necesidad de dormir con algo de luz. Entonces vamos experimentando con lámparas, bombillos recargables e incluso colocando telas sobre el foco para atenuar la luz y que sus hermanitos puedan dormir. Porque ellos, sí que duermen con total tranquilidad en sitios donde no hay luz.
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A veces mis hijos discuten con su hermana mayor, porque quieren dormir en total oscuridad y ella no puede. Les explico el porqué de este comportamiento en su hermana y lo entienden, pero también les frustra esperar a que algún día se le pase. Ella tiene 12 años y es totalmente sana, inteligente y activa, pero no logra superar su miedo a la oscuridad. Yo ya logré dormir con la luz apagada y trato de ayudarla en la medida de mis posibilidades a encontrar una solución. Quizás debería llevarla a visitar a un profesional en el tema para que la pueda ayudar.
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Me imagino que estos miedos heredados son más difíciles de superar, tal vez porque quedan grabados en el subconsciente. Pero que sea difícil no quiere decir que sea imposible. El bienestar y el equilibrio que necesitamos dependen de buscar soluciones para enfrentar miedos y afrontarlos con la certeza de que todo está y estará bien. Voy trabajando en ayudar a mi hija a superar ese miedo a la oscuridad.
Gracias por su amable lectura.