La familia perpetradora: violencia de género en Pelea de gallos, de María Fernanda Ampuero

@limaescritora · 2025-03-26 11:00 · Literatos

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Introducción

Tras analizar los discursos ginocríticos existentes en las narrativas actuales escritas por mujeres latinoamericanas y ratificar la validez de la apropiación (subconsciente) de una articulación escritural colectiva, que refleja temas sobre los distintos tipos de violencia, encausé mi estudio para analizar la obra Pelea de gallos, Página de espuma, 2018, de María Fernanda Ampuero. La misma brinda de forma precisa una mirada a la problemática que pretendo desentrañar: el rol de la familia como perpetradora de la violencia de género. Por lo que, el título tentativo de la disertación sería, “La familia perpetradora: violencia de género en Pelea de gallos, de María Fernanda Ampuero”. Para dar paso al análisis del fenómeno en este corpus, la pregunta de investigación entonces sería: ¿A través de qué mecanismos y patrones dentro de la familia como grupo social se da una reproducción de la violencia de género en el libro Pelea de gallos, de María Fernanda Ampuero?

Como objetivo general me propongo: - Demostrar el rol que puede desempeñar la familia como perpetradora de la violencia de género a través del análisis de cuentos en la obra Pelea de gallos, de María Fernanda Ampuero.

No todas las familias pueden ni tienen por qué analizarse bajo este filtro, por razones obvias, socialmente hablando, ningún individuo es igual a otro y por ende ningún grupo tampoco se comporta de los mismos modos, sin embargo, la revisión bibliográfica al respecto ha permitido sentenciar que un gran porciento de núcleos familiares, me atrevería a decir que más del cincuenta por ciento, ya sea de forma consiente o subconsciente, desempeñan roles violentos hacia las mujeres, incluso como prácticas habituales normalizadas.

Para lograr lo anteriormente expuesto me trazo los objetivos específicos siguientes:

  • Determinar cuáles de todos los cuentos del libro Pelea de gallos de María Fernanda Ampuero resultan los más recomendables para el análisis de la familia como perpetradora de la violencia de género.

  • Analizar los patrones de violencia de género con el fin de crear un mapeo que permita reconocer dichos comportamientos con habilidad; de ese modo también sería posible estimar cualitativamente sus índices de frecuencia y medir su impacto.

  • Validar la violencia psicológica intrafamiliar como mecanismo más utilizado de sometimiento hacia las mujeres, bajo los roles normativos hegemónicos.

Hipótesis

La obra Pelea de gallos, de María Fernanda Ampuero permitirá demostrar cómo puede la familia desempeñar roles que perpetúen la violencia de género de todo tipo bajo la repetición de patrones socio-aprendidos y normalizados.

Marco teórico

La familia: rol, mitos y deconstrucción

La familia a lo largo del tiempo ha sido considerada como la institución fundamental de la sociedad, en la que los individuos se desarrollan como actores socioculturales, que irán creciendo individual y socialmente, teniendo como resultado una adecuada (o no) interacción con su medio (Aguirre y Toledo 20).

Los estudios históricos muestran que la estructura familiar ha sufrido cambios a causa de la emigración a las ciudades y de la industrialización. El núcleo familiar era la unidad más común en la época preindustrial y aún sigue siendo la unidad básica de organización social en la mayor parte de las sociedades industrializadas modernas. Sin embargo, la familia moderna ha variado con respecto a su forma más tradicional en cuanto a funciones, composición, ciclo de vida y rol de los padres. La única función que ha sobrevivido a todos los cambios es la de ser (deber ser) fuente de afecto y apoyo emocional para todos sus miembros, especialmente para los hijos. Algunos de estos cambios están relacionados con la modificación actual del rol de la mujer, (Rodríguez et al. 1) el empoderamiento femenino, como suele comercializarse el asunto.

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Las teorías basadas en la dinámica familiar asumen que la violencia es el resultado de problemas derivados de una interacción inadecuada en la familia y de los patrones desadaptativos de resolución de problemas de pareja o familiares (o ambos) inherentes en sus relaciones. Las teorías sociales y culturales, por su parte, abogan por la existencia de valores culturales que legitiman el control del hombre sobre la mujer. Así, los principales modelos teóricos sobre violencia de género proponen teorías asentadas en problemas de tipo individual, investigan alteraciones de la personalidad, disposiciones biológicas o experiencias violentas a temprana edad que puedan explicar tales reacciones (Expósito 20).

Si hay un tipo de organización social que ha sido privilegiado como horizonte de realización y como destino de felicidad es la familia, entendida como nuclear, heteronormativa, compuesta por padre, madre y niños. Según Ahmed, la familia es un objeto feliz, aquel hacia el cual se dirigen los buenos sentimientos y que ofrece un horizonte de experiencia compartido (96). Ahmed considera que la familia feliz es un objeto porque es algo que nos afecta, algo hacia lo cual somos direccionados (97). Y esto tiene una carga importante de reproducción social, confirmar el proyecto de la familia y actualizar su herencia significa a la vez convalidar un cierto orden de cosas (Ahmed 101-102), porque también la felicidad —como institución u objeto social y como dispositivo normalizador— es lo que se obtiene por desear de la manera correcta (Ahmed 84). Y acá correcta significa también heterosexual.

Violencia de género: diversidad de criterios y resonancias entre ellos El término violencia ha sido parte de las diferentes sociedades, familias e individuos desde el principio de la historia de la humanidad hasta la actualidad. Los mitos griegos, romanos, aztecas, los estilos de recreación utilizados por estas sociedades, estuvieron llenos de agresión, suicidio y asesinatos. La lucha de poder con aprobación familiar convirtió a sus miembros en agresores y/o agredidos. La violencia resulta difícil comprenderla en toda su dimensión histórica, porque desde el surgimiento de la humanidad el hombre utilizó métodos violentos para conseguir los alimentos, explotar a los más vulnerables y apoderarse de territorios a través de guerras sangrientas, mientras que una pequeña élite se apoderaba de los trofeos, los hombres y las mujeres, así como de las riquezas de los territorios conquistados; por otro lado los más débiles no sabían cómo defenderse, a causa de su ignorancia y se vieron obligados a someterse como esclavos o morir en los conflictos.

Pero, indiscutiblemente la asimetría social en las relaciones entre mujeres y hombres favorece la violencia de género. Es necesario abordar la verdadera causa del problema: su naturaleza ideológica. La definición más aceptada de violencia de género es la propuesta por la ONU en 1995:

Todo acto de violencia sexista que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psíquico, incluidas las amenazas, la coerción o la privación arbitraria de libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la privada.

En este marco conceptualizamos la violencia como: la coacción física o psíquica ejercida sobre una persona para viciar su voluntad y obligarla a ejecutar un acto determinado. Puede adoptar formas diferentes: física, verbal, psíquica, sexual, social, económica, etcétera. Unas formas de coacción que se han ejercido, en mayor o menor medida, a lo largo de la historia (Expósito 20).

Los términos "violencia familiar" o "violencia intrafamiliar", con una importante presencia en Sudamérica, se vienen utilizando desde 1988 y 1993 respectivamente debido a lo común que resulta la aparición de esta violencia en el ámbito familiar. Por otro lado, violencia de pareja, utilizado a partir de 2001, es un concepto que mantiene exclusividad en el ámbito marital En la década de 1970 las feministas analizaron el alcance de la violencia doméstica (considerada como un fenómeno exclusivamente masculino) y se crearon centros de acogida y de ayuda para las mujeres maltratadas y para sus hijos. A lo largo de la historia, el patriarcado, según el movimiento feminista, ha puesto el poder en manos de maridos y padres en cualquier relación conyugal o de pareja (Rodríguez et al. 2).

Para explicar la conducta del maltratador se ha apelado con frecuencia a la existencia de una serie de psicopatologías: carácter agresivo, falta de control de la ira o una infancia marcada por experiencias de malos tratos. Dichas explicaciones tienden a buscar una causa externa, por lo que reducen el grado de responsabilidad de la persona que lleva a cabo la acción.

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Se estima que el fenómeno de la violencia intrafamiliar tiene un alto costo socioeconómico, pues algunos estudios en América Latina plantean que el maltrato físico y la violencia sexual en las mujeres disminuyen sus ingresos entre 3 y 20%, por la repercusión en su actividad laboral. En las economías de mercado, la violencia intrafamiliar representa casi un año de vida perdida por cada quinquenio de vida saludable en mujeres de 15 a 49 años de edad (Rodríguez et al. 2). Esto permite analizar también el sometimiento económico al que quedan expuestas tras ser víctimas de la violencia de género.

En las sociedades en las que no existe una jerarquía formal de privilegios de unos grupos sobre otros, donde hombres y mujeres ejercen el mismo poder, los niveles generales de agresión y de violencia contra la mujer son inferiores. En cambio, el sistema social del patriarcado integra un mensaje claro que afirma que los más poderosos se hallan en su derecho de dominar a los menos poderosos y que la violencia se contempla como una herramienta válida y necesaria para ello.

El ejercicio del poder tiene dos efectos fundamentales, uno opresivo (uso de la violencia para conseguir un fin) y otro configurador (redefine las relaciones en una situación de asimetría y desigualdad). El sometimiento se convierte en la única salida posible para mantener la nueva situación. La cultura ha legitimado la creencia de la posición superior del varón, reforzada a su vez a través de la socialización. Todo ello ha facilitado que las mujeres se sientan inferiores y necesiten la aprobación de los hombres para sentirse bien consigo mismas y con el papel en la vida para la que han sido educadas. La asimetría de poder de un género sobre otro ampara las diferencias y configura el diseño «apropiado» de proceder en las relaciones: los varones ofrecen la protección a las mujeres a cambio de la obediencia y el sometimiento. Ellos ocupan así una posición de control y dominio. El carácter sutil y encubierto de dicho tipo de sexismo («sexismo benévolo») dificulta su detección al tiempo que obstaculiza las reacciones de rechazo por parte de las afectadas.

Es un reto complicado desentrañar tal fenómeno de forma absoluta dado que la violencia de género parece ser, además de naturalizada, fomentada desde el hogar, escuela, medios de comunicación y demás instituciones, a través de las cuales se promueven relaciones sociales basadas en la desigualdad. Por tanto, la violencia de género es un problema social con un trasfondo sociocultural a combatir desde diferentes ámbitos.

¿Por qué abordar esta problemática desde el cuento como recurso y/o herramienta?

Tanto ha mutado ya con la experimentación creativa este género literario, como el resto de las artes, que resultaría un poco improcedente abordar reglas que a la larga se ven desafiadas por la propia ficción. No obstante, en teoría narrativa clásica, el cuento parte de la noción de límite, y en primer término de límite físico, pues una vez pasado de un número x de hojas, ya se comienza a considerar como "nouvelle" (noveleta), término medio entre la novela y el cuento. No es una ley que se aplique en todas partes, pero sí es real la condicionante de lo conciso ante la idea a desarrollar. A diferencia de la novela, que va ganando puntos capítulo a capítulo, en el que no todos tienen por qué estar en el mismo nivel de impacto ya que cada uno lleva su propio objetivo, previamente calculado y analizado según avance el croquis de la historia, el cuento sí funciona por knockout. La novela acumula progresivamente sus efectos en el lector, tiene tiempo de narración para ello, pero el cuento va a contra reloj y para estar bien logrado debe ser incisivo, mordiente, mantener el ritmo de inicio a fin, contundente desde la primera frase. Pero, tengo la convicción de que esto no debe entenderse literal a pie de letra, "porque el buen cuentista también puede ser un boxeador muy astuto, y muchos de sus golpes iniciales pueden quizás parecer poco eficaces cuando, en realidad, están minando ya la resistencia más sólida del adversario" (Cortázar, Teorías del cuento I, 1995). No obstante, se puede hacer un balance, intentar una aproximación valorativa de la estructura de este género de tan difícil definición, tan huidizo en sus múltiples y antagónicos aspectos. Pero sí considero importante no olvidar que la creación espontánea precede casi siempre al examen crítico y está bien que así sea.

En medio de tantas tesis y dilemas respecto a las técnicas narrativas del cuento en comparación a la novela y sus potencialidades para tratar cabalmente ciertos asuntos polémicos como reflejo de la realidad, amén de sus ficciones, resulta interesante la hipótesis que plantea Ana Rita Sousa en su artículo “La economía del cuento: el caso de María Fernanda Ampuero”. El mismo fue publicado en el no. 9 de la revista académica francesa CECIL (Cahiers d'études des cultures ibériques et latino-américaines) en el pasado año 2023. Basada primariamente en los numerosos y diversos argumentos propuestos por estudios del género en el siglo pasado, como los de Cortázar, Ricardo Piglia, Lauro Zavala, Ignacio Padilla y Andrés Neuman, sugiere que en este nuevo siglo un grupo cada vez más amplio de lectores y autores han venido y vienen solidificando la tradición cuentística latinoamericana. Expone, además, como conjetura medular de su artículo, que “el cuento como género literario está, en el siglo XXI, reuniendo consensos y acercando escritores de regreso a ese proyecto cultural que denominamos Latinoamérica” (226). Fortuito que trate la obra de María Fernanda Ampuero, narradora ecuatoriana catalogada dentro del llamado Nuevo Boom Latinoamericano protagonizado por mujeres, fenómeno mediático que dicho sea de paso pondera al cuento como género bandera en esta retórica literaria. El estudio de caso perfila su mirada crítica en torno al modelo de mediación narrativa con la realidad del continente que caracteriza a dos de los libros de Ampuero: Pelea de gallos (2018) y Sacrificios Humanos (2021). Ambos publicados por Páginas de Espuma, editorial española que se ha dado mayormente a la tarea de brindar espacio a este género (de manera semejante a lo que ocurrió con la novela en el XX) y a ponderar temáticas en torno a la evidente y antaña (aunque ninguneada) apropiación de un discurso colectivo con enfoques feministas, así como a su relación muy particular con ciertos contextos marginalizados que, en este siglo, se han tornado tópicos literarios: el cuerpo como territorio, el colonialismo interno y la violencia social creciente.

El artículo analiza de forma concreta y objetiva varios acápites que hoy resultan de interés para los estudios acerca de la cuentística latinoamericana. Partiendo de la archidiscutida subalternidad del cuento como género ante la novela, la autora expone en la introducción argumentos para validar dicha sentencia: (…) mientras la novela es indisociable del objeto libro, el cuento, más antiguo, proviene de una cultura oral que desde el eurocentrismo gráfico se consideró —y aún se considera— menor. Si la primera va conectada con una cultura regida por el binomio escritura/lectura, y todo lo que implica —alfabetización, cierto nivel de desarrollo económico y social, cierta cercanía a las instancias productoras y divulgadoras del libro y, por lo tanto, mayor control institucional y cultural—, el segundo, debido a su origen socio-cultural fue largo tiempo comprendido como el pariente pobre de la narratología que se fue, lentamente, instalando en la casa familiar de la cultura escrita (228).

Sin embargo, resulta una lectura a contrapunto cuando analizamos la praxis, pues, precisamente contemplando los orígenes populares del cuento, la oralidad como herencia latente e indisoluble, constatamos lo pragmático del mismo al ser herramienta de análisis y catalizador de denuncias sociales necesarias. Esta manifestación, lenguaje universal de todas las artes, lleva en su composición génica la posibilidad de deconstruir, criticar de forma más directa y contundente como mismo plantear soluciones a realidades, bien fabuladas, matizadas o contextualizadas tal cual en los argumentos de sus historias.

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Estado del arte del objeto de estudio

Pelea de gallos tiene trece cuentos. De ellos aproximadamente nueve podrían ser los que use para el análisis. de la representación que hace Ampuero sobre la familia como perpetradora de la violencia de género, incluso la incestuosidad es otro de los fenómenos que también tiene una marcada relevancia en el libro y que asocio a la misma problemática. Para esto contaría como guía con estudios similares en obras de otras escritoras del mismo grupo generacional que me interesa: cuentistas latinoamericanas nacidas a partir de 1970, las que hoy forman parte del supuesto Nuevo Boom Latinoamericano protagonizado por mujeres. Me refiero, por ejemplo, a los análisis sobre la maternidad o el culto a la muerte en la obra de Samanta Schweblin y Mariana Enriquez, realizados por Catalina Forttes Zalaquett (“Ausencia maternal, extractivismo y culto a la muerte en Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez”, 2022; “El horror de perder la vida nueva: gótico, maternidad y transgénicos en Distancia de rescate de Samanta Schweblin”, 2018); la mirada hacia la maternidad que también hace Virginia Cirani (“La maternidad contaminada: rituales de amor fracasados en Distancia de rescate de Samanta Schweblin”, 2023) o incluso Atilio R. Rubino y Silvina Sánchez con su estudio sobre el enfoque familiar en el artículo “La familia y los monstruos de la heteronormatividad la «futuridad reproductiva» en la narrativa fantástica de Samanta Schweblin” (2021). Que, si bien no tratan mí mismo problema de investigación directamente, sí tienen definido un análisis de los tantos que aborda la ginocrítica actual.

En este último artículo, que guarda mayor vínculo con mi tema, Rubino y Sánchez exponen ideas sobre la narrativa de Samanta Schweblin, la cual aborda muy a menudo las relaciones familiares y la maternidad/paternidad. Este artículo analiza desde una perspectiva sexo-disidente, usando para ello dos relatos de la autora:

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