¡Hola mi gente de #hivegaming! Hoy quiero compartirles un nuevo capítulo de mi aventura en Hades II, un juego que no deja de ponerme a prueba cada vez que creo haberlo dominado. Después de la épica batalla contra la Maestra en mi última sesión, estaba convencido de que el peor obstáculo había quedado atrás. Craso error, el juego volvió a demostrarme que en el Inframundo siempre hay algo más oscuro, peligroso y desesperante esperándote a la vuelta de la esquina.
Esta vez, mi camino me llevó directo al mundo submarino, un escenario que mezcla belleza y amenaza a partes iguales. Es un lugar que te deslumbra al principio corrientes brillantes, criaturas marinas que parecen flotar con calma, una luz turbia que atraviesa las aguas y le da un aire casi místico. Pero esa calma es pura trampa. A los pocos pasos ya entendí que estaba entrando a un territorio donde cada enemigo parece diseñado para recordarte lo frágil que eres.
Los peligros que encontré allí iban más allá de lo que imaginaba. Enemigos que se movían a una velocidad absurda, ataques que te obligaban a leer patrones nuevos cada segundo, trampas naturales que aparecían cuando menos lo esperabas. Y justo cuando estaba comenzando a sentirme un poco confiado… apareció Némesis. Sí, la eterna rival, con su actitud desafiante y esa manía de querer competir a toda costa. Cada encuentro con ella es un recordatorio de que este juego no solo se trata de sobrevivir, sino de demostrar quién manda en el campo de batalla. Pude superarla una vez más —no sin esfuerzo—, pero la muy descarada terminó robándose la mejor recompensa del encuentro. Es imposible no odiarla un poquito cuando hace eso: te deja con la gloria de la victoria, pero te quita el botín que necesitabas para el siguiente tramo. Y claro, yo me quedé con una mezcla de orgullo herido y resignación.
Sin embargo, nada me preparó para lo que vendría después. Avancé con lo poco que tenía, recogiendo lo que podía, ajustando mi build como buenamente me dejaba el juego… hasta que llegué al jefe de la zona la aparentemente encantadora “sirenita” Ariel y sus hermanas. Al principio pensé que sería un combate manejable. Movimientos predecibles, ataques fáciles de esquivar y la sensación de que, por fin, podría salir de esa región sin problemas. Iluso de mí. Bastaron un par de fases para que todo se transformara en un infierno acuático.
El trío pasó de ser una amenaza moderada a convertirse en una tormenta de ataques frenéticos. Se volvieron inmunes en ciertos momentos, lanzaban proyectiles por todo el escenario y sus áreas de efecto ocupaban prácticamente la pantalla completa. Me sentí como un simple mortal intentando sobrevivir a un huracán submarino. Cada intento de acercarme para golpear era un riesgo enorme; cada segundo que pasaba, la batalla se volvía más caótica y desgastante.
Y claro ahí terminó mi racha. Sin la preparación adecuada y con recursos limitados por culpa de mi encuentro previo con Némesis, la pelea se volvió insostenible. Me derrotaron, una y otra vez, hasta que mi paciencia también cayó derrotada. Fue de esos momentos en los que apagas el mando, respiras hondo y piensas: “Ok, Hades II, ganaste esta vez… pero volveré mejor preparado”.
A pesar de la frustración, debo admitir que es justamente eso lo que hace grande a este juego. Cada muerte no se siente como un simple “Game Over”; es una lección que te obliga a replantear tu estrategia, a mejorar tus reflejos y a conocer mejor a tus enemigos. El mundo submarino no es solo una nueva zona bonita: es un campo de pruebas que exige respeto, planificación y, sobre todo, paciencia.
Así que aquí estoy, derrotado pero motivado, planeando mi próximo intento. La próxima vez no pienso llegar tan mal preparado ni dejar que Némesis me robe lo que es mío. Ariel y sus hermanas ya me mostraron los dientes, pero será distinto cuando regrese. Porque en Hades II cada caída es solo el preludio de un regreso más fuerte.
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