A continuación les dejo unas palabras que le escribí a mi hermana menor a pocas horas que se fuera del país hace unos meses. Originalmente coloqué este escrito en mi Instagram y me impresionó la cantidad de personas que se sintieron identificadas y lo compartieron, etiquetando a sus propios hermanos y hermanas.
No tengo mucho más que decir al respecto. Espero les guste.
Esta foto siempre me ha gustado bastante y no había encontrado el momento para subirla. Vaya día que elegí para hacerlo.
Fue tomada en el patio del colegio Cristo de Jose, en el pueblo de Puerto Píritu del estado Anzoátegui, posiblemente en el año 2000 o 2001.
Esa de ahí es Gabriela Carolina, posando sonriente y tranquila creo que después de alguno de nuestros actos escolares, esos llenos de bailes típicos, Frescolita y música de La Factoría, podría apostar.
Gaby ha sido mi hermana desde hace casi 20 años, desde que ella tenía 3 y yo 9, específicamente. Obvio que Gabriela no nació con tres años cumplidos, pero sí fue a esa edad que el Instituto Nacional del Menor finalmente dejó que mis papás la llevaran a la casa tras un largo y burocrático proceso de adopción.
De ahí en adelante se desarrollan varios años y hechos de una familia normal (junto a varios eventos y dinámicas de otra no tan cuerda, debo admitir) pero eso no es lo importante en este momento. Porque lo que me pone a escribir estas líneas aquí y hoy es lo que pasó ayer.
Ayer miércoles, más o menos a las 3pm, le di el último abrazo que le daré quién sabe en cuánto tiempo a Gabriela. La abracé fuerte y medio solté el guarapo que tenía aguado (y aguantado) desde hace días porque Gabriela, como tanta gente ya, se fue del país.
Ojo, como muchos en Venezuela este no es el primer abrazo/despedida que doy. Probablemente tampoco sea el último. Sólo que esta vez sí me dejó knockout y en la lona.
Entonces, en lugar de vomitar odio en forma de palabras enumerando la razones por las cuáles mi hermana se fue o peor aún, señalando a los culpables, voy a usar este espacio como exorcismo de mis culpas y como carta abierta a ver si no me siento tan peorro después de darle a "Publicar".
Gaby, perdón por todo lo malo. Desde no dejarte pasar al cuarto mientras yo jugaba a que tocaba en alguna banda mediocre de rock, hasta por no haberte hablado y escuchado todo lo que pude cuando pude. No me leí el manual de cómo ser un buen hermano mayor y dentro de las cosas familiares que sólo tú y yo sabemos o entendemos, siempre intenté ser no sólo tu amigo sino también una especie de ejemplo. No un ejemplo altruista de un ser inmaculado y perfecto, nada que ver, pero sí un ejemplo de que no todo es malo a tu alrededor y de que puedes conseguir las cosas que te propongas en la vida si le echas bolas (u ovarios en tu caso).
Perdóname también por las veces que te traté mal o de lejitos. Por querer enviar un mensaje y ayudarte en ocasiones puse distancia, pero nunca dejé de extrañarte así estuvieras en el cuarto de al lado.
Importante también me perdones por hacer que este post melodramático y novelero te llegue en algún pueblo en medio de la nada o en alguna frontera colapsada y tengas que gastarte los megas leyendo este penoso despliegue de las cosas que en persona y con un nudo en la garganta, no te pude decir.
Y recuerda también que a pesar de todas las cosas que vivimos, las buenas y las malas, como una vez te dije (o te escribí en un post it, para ser más exacto): Eres mi hermana y te amo. Todo lo demás es negociable.
Buen viaje. Espero que seas todo lo libre y feliz que mereces ser.
Creo que al final, me gusta mucho esta foto porque Gaby sale sola. Independiente, cuchi y segura, como terminó siendo también de adulta. Nos volveremos a ver.