El caro amigo @tonyes pregunta qué es la
felicidad y las páginas de #holoslotus nos reciben en la cordialidad de siempre.
Y aquí vamos, a sembrar nuestra semilla en terreno fértil y de resguardo.
La felicidad no es la estación terminal del viaje, ni el premio que se exhibe en la vitrina de los triunfos. Llevo veinte años habitando ese territorio ambiguo donde la vida se confunde con la ficción, y los personajes son fragmentos de mi mismo... y las palabras, más que herramientas, son compañeras de un diálogo perpetuo.
He aprendido, entre cafés tibios y madrugadas de escritura obstinada, que la felicidad es un animal sigiloso. No se deja cazar en las redes de la ambición; se aparece, en cambio, en los intersticios, en las rendijas de lo ordinario. Es un instante que no se anuncia, una pausa que no se programa. Reconocerla es el único modo de poseerla.
Mi decálogo para la felicidad, más que una serie de mandamientos, es un mapa de esos momentos furtivos. Un inventario de lo insignificante que, paradójicamente, lo significa todo.
La felicidad tiene el aroma del café que se enfría junto a la ventana, en una mañana de luz oblicua. Es el mundo suspendiendo por un instante su feroz exigencia.
>En ese silencio, la tarea de escribir se transfigura: ya no es un acto de exposición, sino de introspección valiente.
Escribir sin el yugo del ridículo, permitir que las palabras fluyan sin pedir permiso, es un acto de libertad íntima. Es la alegría de crear como si nadie mirara, porque en el fondo, lo que importa es la verdad del personaje, aunque este lleve nuestra propia máscara.
A veces, la felicidad es una carcajada solitaria que estalla en el silencio, un humor íntimo e irreverente que no requiere testigos. O el placer pequeño, casi culpable, de saborear a escondidas una galletita dulce, reivindicando un egoísmo gozoso que no da explicaciones. Es la desobediencia de un bolero a las tres de la madrugada, o de un rock estridente un domingo soleado. Bach limpiando el baño. La felicidad no pide permiso para exhibirse; irrumpe.
Hay una felicidad serena en el silencio compartido que no incomoda, no necesita llenarse de palabras, acompaña como un amigo que sabe cuándo callar.
>Y hay otra, más celebratoria, en la cerveza bien fría que corona la batalla librada contra una página difícil.
No se brinda por victorias monumentales, sino por pequeñas conquistas que solo uno conoce.
La felicidad, he comprobado, no es la amnesia del dolor pasado. Es, más bien, la capacidad de recordar sin que la herida se abra de nuevo. Es una sonrisa que no quiebra nada en el presente. Es la reconciliación con los fantasmas. Y es, también, ese puente invisible que se tiende cuando un desconocido dice “me conmovió”. Sentirse leído por uno solo es saberse menos solo en el vasto mundo.
La felicidad es la fe obstinada en que aún queda historia por contar. Aunque el cuerpo se canse, aunque el mundo arda, aunque la hoja en blanco acuse nuestra fragilidad. La felicidad es, en esencia, seguir escribiendo aunque nadie lo pida.
La felicidad no es fotogénica. Es un gesto mínimo, una palabra no publicada, una escena fuera de guion que se graba en la memoria. Es el instante en que uno se reconoce en lo escrito, en lo vivido, en lo callado.
>Este decálogo no es una brújula, no se busca como quien persigue un destino, sino que se encuentra como quien tropieza con una vieja canción que aún sabe la letra.
La felicidad es, al fin, esa página inesperada que no esperábamos escribir, pero que, misteriosamente, termina por escribirnos a nosotros.
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