
Estábamos almorzando en el patio cuando aparecieron Zaymara y Zamyra con el muñeco en los brazos. Los platos de abuela Zayra eran los mismos de siempre y tal vez por eso, porque ya conocíamos hasta el mínimo sabor, degustado año tras año de manera invariable, o porque de alguna manera quisimos ahuyentar la permanente tensión de los domingos cuando la familia se reúne y ventila sus discrepancias habituales, nos concentramos en el muñeco por unos minutos.
Era de goma, obviamente y parecía un bebé, con una sonrisa de feria pero vacía aunque recordaba la cara de los payasos de circo. Le habían vestido de marinero de la armada real y le encontraron un puesto a la mesa, en algún momento, Zaymara hizo como le daba a probar de la sopa y Zamyra en competencia perenne con su hermana le puso el telefonito de juguete en la oreja y le dijo que lo llamaban por teléfono.
— ¿Cómo se llama? – preguntó Santiago con una sonrisa pero sin dar tiempo a que alguien respondiera dijo-. Raskolnikov, se llamará Raskolnikov-. Y empezó a reírse.
Después de levantada la mesa, la jornada fue transcurriendo entre chistes, conversaciones sobre el país, el viaje de Emelina a Cienfuegos durante sus vacaciones y de lo mal que estaba su suegra del corazón, la casa en la playa que había conseguido Sara en agosto a donde nadie de la familia había querido sumarse, de cómo el módulo alimentario le había costado el ridículo precio de mil pesitos cubanos, de lo linda que estaban Zaymara y Zamyra, en la escuela. Romualdo volvió a extrañar su viaje al Moscú de los ochenta, los paseos en la nieve, lo roja que se les ponen la nariz a los moscovitas cuando beben vodka. María del Carmen dijo que se alegraba de no haber viajado a Europa, que con su misión a Guatemala le había bastado para saber que el mundo allá afuera estaba muy jodido, y que su visita a las ruinas mayas era el mejor recuerdo de su vida, que un indio le había leído la buenaventura y le dijo que en su camino le esperaban grandes cosas, un indio alto, fuerte, con una sonrisa animal, como la de ese muñeco, dijo y señaló con el dedo, como si lo viera por primera vez, y caminó hasta el bulto de leña donde alguien lo había sentado y olvidado, al lado del hacha.
— ¡Dios mío! ¡A Raskolnikov le están saliendo los dientes! –dijo.
Y todos se acercaron creyendo se trataba de una broma. Y vieron, con pavor, que sí, que era verdad, que al muñeco le habían salido dos dientes. Durante unos segundos hubo un silencio atroz hasta que Zaymara y Zamyra empezaron a chillar y Santiago, agarrando el hacha y le cortó la cabeza al muñeco y dijo.
— A este no le sale un diente más. A mí los rusos siempre me cayeron mal. Muy mal, coño –dijo y miró con rabia a Romualdo.
*Este relato está incluido en mi libro inédito "La última isla"*.

Escribo ficciones. Algunos de mis libros publicados son: Convite de Cenizas (2002), Tras la piel (2004), En este lado de la muerte (2014), El orden natural de las cosas (2015), La Sangre del Marabú (2020), La Sexta Caballería de Kansas (2024) y La Nada Infinita (2024)
