Crónicas de un residente de pediatría - La maleta invisible

@marijo-rm · 2025-09-07 17:31 · Catarsis

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Todos los días voy al hospital con mi maletica de siempre: la bata, el estetoscopio, algún snack escondido (porque uno nunca sabe), el bolígrafo de la suerte y, si me acuerdo, un cargador portátil. Pero con el tiempo me he dado cuenta de que lo que realmente cargo no está allí, sino en una maleta invisible que me acompaña a todas partes.

Esa maleta pesa, aunque nadie la vea. Está llena de cosas que voy recogiendo guardia tras guardia. Y no me refiero solo a los apuntes o la experiencia clínica, sino a todo lo que la residencia te regala (y te quita) en el camino. Más que una maleta es como una mochila y aunque suene exagerado, pesa una barbaridad en los hombros, hasta el punto que te duelen.

En esa maleta va el cansancio acumulado, ese que no se borra con una siesta rápida ni con un café doble. A veces siento que mi espalda lo sabe antes que yo, porque la carga aunque yo pretenda disimular.

También va la emoción de cada paciente. Hay historias que se pegan al corazón sin pedir permiso: la sonrisa de un niño al darte las gracias, el abrazo de una mamá agradecida, pero también el llanto en la madrugada cuando las cosas no salen como uno espera. Todo eso lo guardo, aunque a veces pese demasiado.

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Por supuesto, ahí meto el aprendizaje diario. Cada caso nuevo, cada error que me obligó a mejorar, cada enseñanza que un profesor o un compañero me regaló. Esa parte de la maleta no pesa, al contrario: siento que me da fuerza para seguir avanzando.

Y no voy a negar que en un rincón también llevo miedos y dudas. Ese temor de equivocarme, de no saber suficiente, de no estar a la altura. Es incómodo, pero con el tiempo descubrí que esos miedos también me impulsan a estudiar más, a preguntar, a no quedarme con la duda.

Lo bonito es que, entre todo ese peso, también va lo que realmente sostiene la maleta: los sueños. Ese deseo de graduarme, de tener mi propio consultorio, de ejercer la pediatría como siempre la imaginé: con alegría, con ternura, con profesionalismo. Esa parte es la que equilibra todo lo demás y me recuerda que, aunque la carga sea dura, vale la pena.

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Lo curioso es que nadie ve esa maleta, pero todos los residentes la llevamos. Y aunque a veces parezca que va a reventar, uno aprende a ordenarla, a sacar lo que no sirve, a guardar lo esencial.

Si algo me ha enseñado esta etapa es que la vida del residente no se mide solo en horas de guardia o en café consumido. También se mide en lo invisible: en todo lo que cargamos en silencio y que, sin darnos cuenta, nos está formando. Y aunque a veces me duela la espalda, miro esa maleta invisible y sonrío. Porque sé que un día, cuando cruce la meta y me gradúe como pediatra puericultor, todo ese peso se convertirá en orgullo.

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NOTA IMPORTANTE: Todas las imágenes son de mi propiedad, tomas desde mi dispositivo móvil modelo I Phone 12

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