Crónicas de un residente de Pediatría - Lo que me enseñó la pediatría sobre la paciencia

@marijo-rm · 2025-09-03 11:00 · Holos&Lotus

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Si algo he aprendido en este camino de formación como pediatra puericultor, es que la paciencia no se enseña en ningún libro de medicina. No viene en los manuales de pediatría ni aparece como objetivo en el plan de estudios, pero se cultiva en cada guardia, en cada consulta y en cada momento de la residencia.

Al principio, confieso que la paciencia no era precisamente mi virtud más fuerte. Cuando uno llega al hospital, quiere que todo salga rápido, que el tratamiento funcione de inmediato, que el niño mejore ya, que la guardia pase volando. Pero la pediatría se encarga de recordarte, una y otra vez, que la vida no funciona con atajos. Una de las lecciones más difíciles de aprender para alguien como yo, cuya virtud nunca ha sido precisamente la paciencia.

La paciencia la aprendí en la emergencia, cuando pasaba horas al lado de un pacientico con fiebre que no cedía fácilmente y me tocaba esperar junto a la madre angustiada, explicándole cada paso, calmando sus miedos mientras esperaba el efecto del tratamiento. También la aprendí en las consultas de crecimiento y desarrollo, cuando ves a un niño que aún no logra caminar o hablar y los padres desesperados buscan una respuesta inmediata. Allí entendí que cada niño tiene su propio ritmo, y que parte de mi labor es enseñar a las familias a confiar en ese proceso.

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Ser paciente no significa quedarse de brazos cruzados, significa aprender a confiar en los tiempos. Y vaya que en pediatría eso se pone a prueba. Porque la infancia es eso: un tiempo que no se puede acelerar. Crecer toma tiempo, sanar toma tiempo, aprender toma tiempo. Y la paciencia es el puente que conecta la espera con la esperanza.

También descubrí que la paciencia no solo es hacia los pacientes, sino hacia mí misma. Me ha tocado perdonarme errores, darme espacio para aprender, aceptar que no siempre voy a tener todas las respuestas y que está bien pedir ayuda. En esta carrera llena de exigencias, la paciencia conmigo misma se convirtió en un acto de autocuidado.

Claro que no todo es zen. Hubo días en los que sentí que se me acababa el tanque de paciencia: cuando el cansancio de la guardia me superaba, cuando una mamá repetía veinte veces la misma pregunta, o cuando un tratamiento no funcionaba como esperaba. Pero con el tiempo entendí que la paciencia no es infinita, sino un músculo que se entrena. Y aunque a veces se agota, siempre vuelve a crecer.

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Hoy, a menos de tres meses de mi graduación, miro atrás y sonrío: la pediatría me ha dado muchas cosas, pero una de las más valiosas es la paciencia. Esa que me ayuda a escuchar, a esperar, a confiar y a no rendirme.

Porque al final, ser pediatra no es solo curar, es acompañar. Y para acompañar de verdad, hay que tener paciencia. Mucha paciencia. En fin, espero que disfrutaran de esta pequeña reflexión, por ahora me despido, nos vemos en la próxima publicación, con más de mis alocadas divagaciones.

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NOTA IMPORTANTE: Todas las imágenes son de mi propiedad, tomadas desde mi dispositivo móvil modelo I phone 12

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