Ella me obsequia besos, me muerde y a veces me hiere; otras veces me quiere.
Sus besos me han matado y me han salvado -todo en segundos- mientras en el exterior se libran guerras por petróleo, por territorios llenos de tesoros, por religiones, por odio; por casi cualquier cosa.
Nuestras guerras, que a veces son interminables, son por placer y por no abandonarnos.
Su alma no es mía y mi alma no le pertenece, pero qué bien se sienten ambas cuando se encuentran al final del día.
Ella me guiña un ojo y el mundo se detiene para que podamos recorrer el universo y así entender que los mejores senderos de la vida están acompañados de risas.
Todo es bonito, aunque ella tiene malicia en la sangre y a veces mi destino corre peligro de quedar ciego;
pero yo ya me entregué ciegamente a su manera de quererme.