Maiah | Relato emocional III

— Entonces, ¿Maiah no habla con la gente? — Preguntó la psicólogo con cara pensativa a la madre de Maiah en la sala de consultas. — No, a veces solo me habla un poco a mí y a su abuela, pero no lo entiendo, hasta hace poco Maiah era una niña tan dulce con todos — Dijo con tristeza la señora Samantha, madre de maiah, y luego le habló a su esposo — ¿No es así, nate? — Él solo se dignó a mirarla y asentir con la cabeza— Estoy segura que es por este gran cambio, ya sabe, un nuevo papá es algo muy grande y entiendo que sea difícil pero me preocupa demasiado, no sé qué hacer. — Entiendo, es probable que sea por este caso de una nueva familia pero hay que visualizar diferentes razones... diferentes diagnósticos, ¿le parece bien si la hacemos pasar y ustedes me dan un tiempo para hablar a solas con ella? — Preguntó la psicóloga Martins — Por supuesto, aunque seguramente solo será usted hablando y ella mirándole. Maiah era una niña de apenas unos 4 años con el cabello color cobre y ojos verdes llenos de vacío, como perdidos en la nada pensando en un todo. Mientras sus padres salían, Maiah entraba y tomaba asiento en una pequeña silla para niños frente al escritorio de la Dra. Martins. — Hola, Maiah, ¿cómo estás? — Preguntó con apacible voz pero no obtuvo ninguna respuesta, solo una pequeña y vacía mirada. — ¿Cuántos años tienes, Maiah? — Pero la pequeña niña solo levantó su mano y señaló 4 de sus dedos — ¿Quieres hablar? — La niña asintió débilmente la cabeza. — Entonces hazlo, ¿por qué no lo haces? — La doctora esperó un rato algún tipo de respuesta, pero nada sucedió. Todo esto le parecía muy raro y pensó qué podía hacer para obtener alguna respuesta. — Está bien, ¿Te gusta pintar? — Y por primera vez la pequeña Maiah dijo "Sí" — Vale, entonces yo te daré esta hoja blanca y algunos colores y quiero que me dibujas lo que te da más miedo en el mundo ¿sí? mientras tanto yo acomodaré algunos papeles por acá en este rincón. La psicólogo dejó en su privacidad a la pequeña Maiah para que tuviera más comodidad y no le interrumpió ni un solo momento hasta que la pequeña no dijera que ya estaba listo el dibujo, la Dra. Martins tomó asiento nuevamente frente a Maiah y observó el dibujo donde podía apreciar cuatro figuras humanas de hombre, tres de ellas formando un triángulo y la cuarta figura ubicada en el centro del triángulo. — Maiah, ¿qué es esto? ¿puedes explicarlo? — Preguntó muy asombrada la psicólogo. Con algo de timidez, Maiah habló — Este de aquí me pone unos palitos calientes de papel en la piel y me quema — Dijo señalando a una de las figuras. — Este otro, él me grita y me golpea muy fuerte — Esta vez señaló a otra figura. — Y este... este me toca... abajo, él hace... cosas conmigo, me obliga a hacer cosas que duelen mucho ahí — dijo esto último muy apenada y se quedó callada. La psicólogo se quedó sin habla por unos segundos, sin respiración incluso. — Maiah, ¿qué te hace la figura del medio? — Pero Maiah no respondía, solo encogía sus pequeños hombros. — Maiah, tienes que decirme quién es el hombre del medio. — No... no puedo, lo siento — La pequeña pelirroja se veía muy nerviosa y llena de miedo. — Vamos, Maiah, será nuestro secreto, debes decirme... Maiah volteó hacia la puerta donde por la ventana de vidrió pudo ver al esposo de su mamá — Él, es él. — Dijo y bajo su cara a mirar hacia el piso. Las 4 figuras humanas en el dibujo eran idénticas...  Pero Maiah no tenía 4 años, no más, y su madre no estaba viva, estaba muerta igual que la psicólogo. Era domingo por la madrugada y Maiah había despertado de una pesadilla... una pesadilla que la perseguía desde hace 12 años. — ¿Estás bien, bebé? ¿otra pesadilla? — Pero Maiah solo asintió a su padrastro mientras él la abrazaba para dormir. A los 4 años la madre de Maiah la llevó a un psicólogo porque su pequeña hija ya no hablaba con casi nadie, cuando la psicólogo descubrió que su padrastro abusaba de ella fue hasta su casa para contarle a la señora Samantha, madre de Maiah; pero Nate, su esposo, las escuchó, así que decidió incendiar la casa con ellas adentro fingiendo también su propia muerte y la de la pequeña Maiah, compró identidades y documentos falsos para ambos y se mudó a una ciudad muy lejana donde nadie le conocía, ¿y nuestra pequeña pelirroja? la encerró en un cuarto bajo la casa, a veces encadenada, a veces libre en su esclavitud, pero siempre violada, siempre abusada. Pequeñas ventanas enrejadas aveces eran abiertas para que algo de luz solar iluminara su hermoso rostro, y un poco de comida, no mucha para que siempre fuera delgada, y por supuesto, nada de visitas para que nunca tuviera con quién hablar. Nate llenaba de flores su habitación, flores de plástico siempre, para que no marchitaran. 12 años, 12 años habían pasado desde el peor día... 4384 días, 4384 pesadillas siempre iguales. El rojo de su cabello parecía opaco, tal vez apagado, igual que el color de su piel, igual que su alma; Maiah estaba apagada. Nada la salvaría, nadie la salvaría, no existía un solo dios que se apiadara de su vida o un solo diablo que robara el alma a Nate y la encerrara en un caldero del infierno. Ya no había esperanzas para Maiah, lo único que podría salvar a Maiah era la muerte, el único dios de Maiah, era la muerte; era al único dios al que le rezaba día y noche aunque no le escuchara.