Vivir cerca del Centro de la ciudad es un arma de doble filo que, mayormente, termina apuntándome a tardes de ajetreo, a las imperativas palomas de la Plaza Bolívar, el olor a orine entre los oscuros pasillos del Centro Simón Bolívar y el temor que me inspiran mujeres y hombres, quienes inocentemente o no, pueden sobresaltarme haciéndome creer que me van a robar. Más allá de todo eso, está un misticismo atrapado entre la madera de los zaguanes en sus casas coloniales, entre los locales de dulces y café y en las edificaciones que a continuación les muestro con esta perspectiva simétrica.
(Fotos tomadas por mí con una Nikon Coolpix L120)