El corazón comienza a ponerse chiquitico como hormiguita de la emoción cuando los ojos ven la inmensidad de los páramos bañados de neblina y arropados por la nieve. Si vas desde Barinitas, Santo Domingo es por excelencia, la primera parada. Una bienvenida llena de frailejones y pinos, que según me cuentan, no son originarios de allí, sino que fueron plantados tiempo después; riachuelos cristalinos que descienden de las cumbres y que son hogar de las truchas, plato fundamental de la región andina.
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La tierra es fértil, bondadosa y gentil con el merideño. Con una temperatura que puede descender a los cinco grados centígrados, nos puede hacer comprender porqué el merideño es introvertido, pausado y calmado.



Locales de cobijas, sábanas, gorritos tejidos y beanies, hay por doquier. Sembradíos de diversas hortalizas y tubérculos en las laderas de las montañas me dicen mucho sobre lo esmerado que es el merideño. La cría bovina y producción de quesos también abunda y es visible a pocos metros de la carretera.
En nuestra primera parada comimos unas ricas arepas andinas y un chocolate caliente que le hacía reverencia a toda la belleza que hasta el momento mis ojos habían visto. Ya había cumplido mi sueño de ver niñitos con las mejillas rojas y estaba ansiosa por más.

Los días siguientes en Mérida me hicieron reafirmar, que Venezuela es un país lindo y sin duda alguna, con un gran potencial turístico, pero aún quedan muchas cosas por hacer a nivel educacional e institucional. La entrada de Mérida (ciudad) tenía montones de basura por doquier y algunas plazas carecían de mantenimiento.


El Centro es una linda mezcla entre la supervivencia de la arquitectura colonial y la moderna. Las casitas de tejas rojas y ventanales típicos de hace dos siglos, aún siguen en pie. Las facultades de la Universidad de Los Andes (ULA) se dispersan por toda la ciudad, lo cual le da un toque particular al paisaje. Su estructura me recordó muchísimo al centro de Caracas: cuadriculada con manzanas y esquinas con letreritos. Mercaditos de artesanías para llevar contigo un pedacito de los Andes. Sobran locales de comida con las dos b: buena y barata. Bares para tomarse un descanso acompañado de una refrescante cerveza y sitios que ofrecen una gran variedad de paquetes de excursiones hacia los pueblitos aledaños a la ciudad.





Mérida te incita y seduce a nunca querer salir de su clima fresco, del miche y los pastelitos andinos. Me fui con ganas, muchísimas, de regresar.
(Fotos tomadas por mí con Nikon CoolpixL120)