Hombre con la cabeza entre las manos (1882) Autor: Vincent van Gogh
Después de una turbia noche, despertó Michel Awad sobre una cama ajena convertido en un humano. Estaba acostado boca arriba, y al levantar un poco la cabeza, veía su barriga flácida por falta de ejercicios. Tenía cuatro extremidades: dos piernas, dos brazos, cuyos miembros tenían otras extremidades alargadas llamadas dedos, que le permitían agarrar y hacer muchas cosas. Desde el momento que abrió los ojos, tuvo una extraña sensación de "ser", sentía algo que jamás había sentido en medio del pecho, otra extraña sensación humana súbitamente empezaba a corroerle: una inexplicable angustia. Se había dado cuenta que de repente había empezado a sentir preocupaciones sin motivo alguno, sentía por primera vez el dolor de tener consciencia.
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Aún pensaba en su lenguaje de insecto: «¿Zzzzbbbhhfffggrr?», («Qué me ha ocurrido?»). No era un sueño. «ZZzbffffzzzrrrZzzrrrbbbbffffff», («Creo que debo dormir un poco más, esto debe ser una pesadilla»). Pero cerrar sus ojos, como antes hacía, no bastaba. Pues en su mente revoloteaban pensamientos que no podía controlar, algo totalmente nuevo. Estaba desconcertado.
Michel tenía hambre, no había comida, tampoco tenía dinero. Sabía que tenía que hacer algo, pero no sabía qué. Tenía que buscar maneras de sobrevivir.
Para ello, Michel tendría que caer en lo peor que le podría pasar a un humano, necesitaba crear una rutina autómata, por necesidad. Él sabía que ya no podía pasarse todo el día sin hacer nada, durmiendo, arrastrándose y royendo cosas como en su anterior vida. Además, tenía que ser alguien productivo para la sociedad, no podía ser aquel bicho raro, con esos zumbidos inútiles en la mente, necesitaba salir a luchar, salvarse a sí mismo, porque ahora estaba en un mundo donde todo tenía su precio, y había que pagarlo.
En su lenguaje de zumbidos pensaba: «¿Qué me está pasando? ¿Qué he hecho para merecer este castigo, esta forma, por qué pienso de esta manera? ¡Qué horror! ¡No quiero nada de esto! ¡Qué se vaya todo a la mierda!».
Michel no entendía nada, no entendía qué tenía que hacer en esta vida.
Como todo animal, sentía miedo por instinto de supervivencia, pero no tenía la noción humana de la muerte, para él, el tiempo era eterno. A raíz de eso, le preocupaba el hecho de que esa extraña sensación de angustia lo acompañara siempre. No sabía qué hacer, solo veía a su alrededor para distraerse, se distraía lo más que podía. Descubrió que mientras menos pensaba, mejor se sentía, y que lo mejor que podía hacer era distraerse cada vez que podía, no darle tregua ni un segundo a su cabeza para pensar, pues aún no tenía ni la más remota idea de cómo apaciguar su mente.
Aún arrastraba aquella inocencia animal, no sabía qué era la malicia, ni sabía que le sería esencial para sobrevivir a su nueva especie.
Comenzó a darse cuenta que desde el momento en que su mente lo dejaba dormir a ratos, todos sus problemas desaparecían, y le estaba agarrando el gusto. Pensaba que ese momento letárgico debía durar más tiempo para no pensar en nada. Tal vez una eternidad.
Michel se vio en el espejo por primera vez, tocaba el espejo y tocaba su rostro. Sorprendido, abrió bien los ojos: descubrió la forma de su cara. Por un momento pensó que el reflejo no era él, que era otra persona, o que el seguía siendo el insecto y veía el reflejo de un hombre ahí, por eso movía sus brazos y se tocaba para estar seguro. No tenía idea sobre la belleza humana, pero él se veía en el espejo y no estaba conforme. Algo en su cara lo molestaba.
Se sentía imposibilitado para la vida, pues no estaba preparado para enfrentarla. Terriblemente confundido y desconsolado, no sabía qué hacer para escapar, estaba atrapado entre la espada y la pared, o buscaba una forma de *hacer cualquier cosa* para seguir o debía terminar esto como sea. Por un momento se sintió pequeño ante el mundo, indefenso, vulnerable, como el insecto que era antes. Tal vez no había mucha diferencia.
Al ver a su alrededor se dio cuenta que estaba solo en aquel lugar. Michel, en su vida anterior era un bicho solitario, no era algo nuevo, pero en ese momento de consciencia humana, sintió lo que era la soledad por primera vez, se sentía solo, aturdido y angustiado. No le molestaba la soledad, pero tenía la sensación de que faltaba algo. Él esperaba, estaba ahí esperando, por algo que nunca iba a llegar.
De repente se escuchó el ruido de unas llaves, acto seguido, el giro de un cilindro. Michel se empezó a sentir encerrado, tenía miedo real por primera vez. Ya no se podía esconder como un bicho, meterse debajo de la cama o salir volando, no sabía qué hacer. En ese momento, entró el dueño de la casa a la habitación, los dos quedaron petrificados viéndose la cara; antes de mediar palabras, saltó el dueño de la casa a la mesa de noche y sacó de la gaveta una pistola. Apuntando a Michel le dijo: ¡¿Quién eres tú y qué haces aquí?! Michel, sintió más miedo por los gritos que por la pistola, pues no sabía con exactitud qué era aquel objeto. No sabía qué pensar ni qué decir ni cómo explicar su situación, él solo abrió los ojos, y se encontraba allí, arrojado en ese mundo, convertido en humano.