Veníamos hablando del destino, ¿no? Ese que aparentemente queda fijado cada 23 de Ramadán de cada año durante esa noche de tres noches de decreto.
El destino. Quedamos en que desde la cosmovisión esotérica y también la islámica existían dos: uno que es inmutable porque lo determina Dios y otro que podemos corregir con nuestros actos, buenas acciones y decretos. Entonces es una co-creación.
Hablo del destino porque él hace también parte de lo que vivimos cada día sobre todo esos días en los que creemos que sabemos qué va a ocurrir.
Hace rato que no tengo un día similar a otro. Así lo decidí. Y eso implica surfear en los días no tan buenos y en los días espectaculares, por eso hago esta intro para echar el cuento sobre vacas o camellos.
Antes de venir a Irán, sabía que se ofrecían dos comidas diarias en la residencia de la universidad. Desde la óptica occidental se podría pensar que es un protocolo de austeridad o miseria pues contrasta con las tres comidas al día que se establecen como saludables en Venezuela, pero lo cierto es que en Irán se come poco o nada de noche, a menos que sea el mes de Ramadán, que se come en dos ocasiones y en la ruptura del ayuno, hasta comen de más.
Acepté ese reto pues sería la oportunidad de poner en práctica una máxima de la medicina preventiva y holística que había estudiado y practicado los últimos cuatro años (Ayurveda) acerca de que una persona completamente sana podía y debía comer dos veces al día. La primera comida a las 8 de la mañana y la última comida, antes de que se oculte el sol. Esto contribuye a una buena digestión.
Los iraníes e incluso indios a los que he preguntado dicen no saber nada de “mi medicina”, los iraníes tienen otras razones para comer dos veces y tan poco en la noche, pero de cara a la realidad, la primera comida que probé en la universidad, el plato fuerte, consistía en gran cantidad de arroz especiado y, muy poco, guiso de no se qué, un pan iraní (tipo pan pita gigante) una fruta, y yo me decía “aquí falta algo, no sé, falta como una ensalada, como un plátano, algo…”
A la cena no llegué ni el primer ni el segundo día, porque le di corrido durmiendo; los otros días me había ido a comer fuera mientras pateaba Teherán, y al aterrizar nuevamente en la hora de las comidas en la universidad, conseguí de nuevo arroz, esta vez con fideos y uvas pasas dulces junto con un poco de guiso. Una combinación que me encantó. Tenía todos los sabores y texturas. Era colorido, saludable, equilibrado. Repetí y me llevé otro plato un poco al cuarto.
Como me gustó me mentalicé a que mediante mi infusión ayurvédica posterior a las comidas durante el invierno (un día hinojo, otro jengibre) resolvería el impacto de comer tanto arroz, olvidando algo elemental: que el arroz que se come aquí no es el arroz blanco al que estamos acostumbrados en Venezuela, es arroz basmati. El arroz con más aporte nutricional y de la mejor calidad (Lo pueden googlear).
Al día siguiente, salí y comí fuera Kebab. También probé otras curiosidades de la comida típica en Irán y, al otro día, en el hostal, de nuevo, veo en mi plato arroz blanco, y otro poco de guiso. Repetido.
Al día siguiente, ya me abandonaron el pensamiento ayurvédico y la emoción de la novedad. La sensación de ansiedad y de escasez me abrumó. “¿Y si quiero comer más de dos veces? ¿Y si no quiero guiso?”.
También me llegaron todas las memorias de aquel año 2017 de escasez en Venezuela producto de una mezcla de crueles sanciones financieras, mal manejo de recursos y un esfuerzo gubernamental porque la población no pereciera. Cuando apareció el CLAP y se comía todos los días un plato repetido: lentejas. Y no, no era bueno. No, no gustó. Y no gusta imaginarme del otro lado del mundo con la más mínima posibilidad de vivir la misma situación. Sin necesidad.
Se activaron las memorias traumáticas que no dejan tregua. Empecé a dejarme llevar por la idea de que estaba en problemas y necesitaba más dinero. Me dio un ataque de pánico a apenas cinco días de llegar a la escuela y pese a que realmente no he pasado hambre ni necesidad - al contrario, he comido hasta cinco veces en un día desde el 18 de febrero - pues sobran manos que comparten su comida, invitan a comer fuera y me dan lo mejor que tienen, conociéndome, sin conocerme, sin obligación, o sin idea de lo que estaba pasando por mi cabeza o sin entender mi idioma. Y he podido ir al mercado y llenar mi carrito de compras sin problemas porque en Irán hay soberanía alimentaria y la comida es ridículamente sabrosa, variada y barata.
Es el miedo. Es el terror que da cuando abandonas todo lo que te daba seguridad. Cuando caes en cuenta de que no estás (y me perdonan el cliché) en la llamada zona de confort. De pronto, se había hecho trivial todo compromiso conmigo misma de resistir cualquier adversidad a la que me comprometí resistir cuando esperaba por venir acá.
Y es así como opera el diablo interior, cuando estoy muy cerca de alcanzar sueños o avanzar en un propósito: Él llega con distintas diapositivas de MIEDO. Con ideas de carencia. Con ideas de desmejora y ruina. De insuficiencia. O de pobreza que me hagan perder la ilusión y el foco en mi objetivo. También me machaca una y otra vez con ideas de suficiencia "Que si yo no merezco esto. Que si no volveré a pasar por esto. Que si merezco algo mejor". pero el no te lo susurra desde el amor propio, sino desde el ego. Desde una soberbia que no tiene nada que ver con el merecimiento.
Y debo decir que, mientras escribo esto, a las 12:00am de esta séptima noche en Irán. Acostada boca abajo debajo de la cama de Sahar, el alivio a mi ataque de ansiedad y proyecciones de carencia anticipada lo encontré solo en la sura (capitulo) 2 del Corán: “La Vaca”.
Una sura que antes de venir, había escuchado que los sabios musulmanes recomendaban leerla de forma sincera todos los días, pues proporciona claridad, calma y poco a poco destrababa cualquier obstáculo o problema que agobie la mente.
Leerlo fue una forma de meditar y con ello recordé que todas las noches del último año 2024 había recitado casi como mantra una oración que aprendí cuando serví como guía scout en la adolescencia:
"Señor, enséñame a ser generosa. A servirte como tú te lo mereces. A dar sin medida. A combatir sin miedo a que me hieran. A trabajar sin descanso. Y a no esperar otra recompensa que no sea saber que hago tu santa voluntad. Así sea"