Hol que tal, siguiendo con mas historias, quisiera mencionar antes que se sumerjan en este breve relato, que esta inspirado en una experiencia real ocurrida, al sol de hoy, no tengo explicacion mas alla de simplemente repetir un dicho en mi pais que dice...
Son cosas que pasan en el Valle...
sin mas, los dejo con...
EL Hombre que Pela las Ovejas
"imagen generada por IA y modificada por mi persona"
Un grupo de amigos viajó hacia áreas rurales de su país, ¿el motivo? Pasarla bien y, de paso, ayudar a instalar unos servicios sanitarios.
El área era bastante humilde: algunas casas tenían cloacas y paredes de zinc. Sus habitantes se dedicaban sobre todo a la granja; tenían ovejas, ciervos, vacas, cerdos y gallinas. Curiosamente, al ciervo le habían puesto “Bambi” de cariño.
"Imagenes propias "
Carlos había organizado la buena obra y reclutado al grupo de amigos para llevar a cabo la faena. Al llegar, saludaron a quienes vivían allí y fueron recibidos con mucha amabilidad. Cocinaron y prepararon cuartos para ellos:
una sopa de pollo con yuca hecha al leño, una delicia sin igual.
Luego de comer, visitaron a los animales, y aquel ciervo fue lo más excepcional. Nunca había interactuado de cerca con uno. El animal, como cachorro, movía la pequeña cola y se bamboleaba con emoción buscando ser acariciado por Carlos, quien estaba maravillado.
Más tarde, se instalaron, trabajaron, comieron y, por la noche, bebieron. Reunidos alrededor de una fogata, contaron historias junto a una casa en plena construcción. No tenía puertas ni ventanas instaladas, solo los muros de ladrillo de cemento, a la espera de que continuaran con la instalación de marcos y pintura. El lugar ni siquiera tenía techo; estaba en pleno proyecto.
Sin prestar mayor importancia, colocaron un mantel y se sentaron junto al proyecto sin terminar a contar historias. Carlos estaba recostado sobre la pierna de una de las muchachas. En total eran siete amigos: cuatro hombres y tres mujeres.
Mientras conversaban y reían, Carlos miró la ventana negra, que le devolvía una mirada oscura. Esto comenzó a robarle la calma. De repente, un grito a lo lejos:
—¡La carne está lista! —gritaban los lugareños.
Ahora venía un asado digno después de un arduo día de trabajo. Comieron más y bebieron más. Finalmente, al apagarse la fogata, llegó la hora de descansar; mañana continuaría la faena.
A Carlos le tocó dormir con uno de sus amigos. No habían pasado cinco minutos cuando su compañero cayó rendido, pero pronto comenzó una orquesta insufrible de ronquidos. Era imposible conciliar el sueño con tal escándalo. Lo miró, pensó en asesinarlo… luego rió irónicamente y salió del cuarto.
La noche estaba poco iluminada, solo por el cielo y las estrellas: un cielo que en la ciudad no logra apreciarse, alejado del ruido y las calles. Carlos tomó una linterna y, acompañado de un espíritu valiente impulsado por el alcohol, caminó el largo sendero oscuro.
Quien nunca ha caminado entre animales de granja por la noche no tiene idea de lo gutural que pueden ser estos sonidos. Nervioso pero convencido, Carlos siguió su camino y llegó hasta la casa. Junto a ella había una hamaca de metal. Decidió que allí intentaría conciliar el sueño.
Se sentó, probó la firmeza de la hamaca y, convencido, se recostó. Ayudado por el alcohol, poco a poco fue quedándose dormido. La brisa era tal que la hamaca se mecía de lado a lado sin que él tuviera que hacer nada. Durmió plácidamente.
Pasaron algunas horas y, entonces, despertó. En medio de la noche abrió los ojos y miró a su alrededor. A lo lejos vio una silueta que se hacía más clara con cada paso que daba. Carlos, intrigado y todavía bajo los efectos del alcohol que lo valentonaban, se sentó en la hamaca e intentó comprender quién era.
Un hombre alto, con delantal y guantes oscuros, llevaba también un tapabocas y ropa blanca. En ambas manos sostenía unas cubetas. Carlos levantó la mano intentando saludar, pero el hombre simplemente pasó de largo hacia donde estaban los animales de granja.
Carlos pensó:
—¡Wao! Las personas aqui madrugan de verdad…
Eran alrededor de las tres o cuatro de la mañana; probablemente iba a pelar ovejas.
Despues de eso, Carlos se recostó y volvió a dormirse.
A la mañana siguiente, con el sol arrancando la frescura de la mañana, Carlos escuchó el crujido de las hojas. Abrió los ojos y notó que a su alrededor había muchas hojas secas, y por encima de ellas pasaba un perrito que lo despertó. Sonrió y se sentó nuevamente.
Miró a su alrededor y vio a la abuela de la familia, la señora muy mayor que se había encargado de la sopa el día anterior. Rondeaba la cerca donde estaba Bambi, el ciervo.
La señora de pronto lo miró con asombro y extrañeza hacia donde estaba Carlos, pero él no comprendió por qué. Simplemente Levantó su mano saludándola, pero ella, sin responder, se retiró.
Algo extrañado, Carlos se recostó un rato más, pero al no poder seguir durmiendo decidió volver a la casa, donde ya se preparaba el desayuno.
Al llegar, su amigo lo molestó por haberse ido, Carlos refunnfuñando le respondio que el no podía dormir con una “licuadora triturando clavos”.
En eso lo interrumpe la anciana:
—Joven…
Carlos se volteó y dijo:
—Sí, dígame.
—¿Dónde está tu amigo? —preguntó ella extrañada—. ¿El de blanco?
Carlos, más confundido aún, se preguntó: “¿El de blanco?”. En ese momento apareció otro amigo con un suéter blanco. Carlos lo señaló:
—¿Él?
La anciana negó exaltada:
—¡No! ¡No! El alto… el alto de blanco.
Carlos, confundido, no entendía a qué se refería. La señora comenzó a persignarse y a rezar:
—¡Ay Dios mío! ¡Yo sabía… yo lo sabía!
Carlos, alterado, preguntó:
—¿Qué ocurre?
La anciana explicó que todas las mañanas sale a primera hora a visitar los animales. Siempre pasa por donde está el ciervo, que la recibe emocionado como un cachorro. Esa mañana, al llegar, le llamó la atención ver a la criatura espantada y temblando en una esquina. Por más que la llamara, el ciervo no se acercaba.
Entonces escuchó el sonido de las hojas y, al voltear, vio a Carlos acostado, con un hombre de blanco alto acercándose y observándolo.
Fue entonces cuando Carlos cayó en cuenta:
—¡Ahhh! —dijo—. ¡Es el Hombre que Pela las Ovejas!
Esto llamó la atención de los lugareños.
—¿El hombre que… qué? —repitieron.
—¡El hombre que pela las ovejas! —dijo Carlos—. Ayer, entre las tres y las cuatro de la mañana, lo vi allá abajo. Estaba cruzando a lo lejos y se dirigía a donde estaban las ovejas.
Debe ser ese hombre.
La anciana entonces menciono algo que le helo la sangre a Carlos...
Ella vio al hombre mientras Carlos la saludaba con la mano a lo lejos.
Carlos sintió un vuelco en el corazón y un nudo en el estómago.
Cuando despertó, solo vio al perrito; no había nadie más junto a él.
Los lugareños, asustados, buscaron alrededor sin encontrar nada. Uno se acercó y preguntó:
—Muchacho… ¿dijiste era alguien alto?
Carlos respondió:
—¡Sí!
—¿Más alto que tú?
Carlos, que medía 1,79 m, dijo que sí.
—No ves que todos aquí somos bajitos… —respondió el hombre, nervioso.
Carlos se quedó frío: era el más alto que estaba presente.
El resto ciertamente era de estatura baja.
Los lugareños buscaron y buscaron sin encontrar nada.
El resto del día trabajaron, comieron y, al caer la noche, bebieron.
A diferencia de la noche anterior, esta vez Carlos sí pudo dormir, incluso con el sonido de la “licuadora triturando clavos”que hacia su amigo.
Era mucho mejor que cruzarse a las 3:00 AM
con el Hombre que Pela las Ovejas.
Basada en una experiencia real:
"imagen propia, tomada en el sitio de los hechos que inspiraron la historia"