La Experiencia de Vivir

@mole5852 · 2025-08-27 13:05 · Green zone

"Imagen generada con IA y modificada por mi persona"

El pasado… si algo hay que recalcar, es que hoy en día tenemos la tecnología tan al alcance de nuestras manos, que la experiencia de vivir se ha resumido a consumir algo de forma inmediata.

La nostalgia es un tesoro, y cada vez somos menos los que tendremos la dicha de poseerlo.

La tecnología ha dado tanto, que las nuevas generaciones crecen rodeadas de resultados inmediatos. Las tareas han evolucionado porque ahora existen herramientas como ChatGPT, que hacen que los jóvenes ya no investiguen… ¡sino que solo analicen lo que encuentran en sus búsquedas!

Y hay que ser realistas: estamos en un mundo competitivo. Hay que hacer uso de estas herramientas, porque de lo contrario otros nos llevarán demasiada ventaja.

Pero hablemos de la experiencia… ¡del vivir!

Hay un juego que me gusta mucho (sí, soy gamer). Se llama The Sinking City. Sin entrar en mucho detalle, en resumidas cuentas eres un investigador en una ciudad bastante fea, por decirlo así… pero la magia del juego está en que de verdad eres un investigador.

A diferencia de lo que muchos imaginarían, el juego no te dice nada. Estás allí, con un crimen frente a ti. Debes observar las pistas, interrogar, usar todo lo que tengas para descubrir más.

Me fascinaba una parte: investigar en la biblioteca. Por ejemplo, tenías un caso así:

“Un asesinato en 1986, en la calle 56, el 2 de junio. La familia tal perdió a su sobrino…”

Entonces debías revisar cada sección: crímenes, noticias, páginas amarillas, etc. Todo esto para reconstruir la información en los periódicos de la época y encontrar una pista.

Ejemplo:

“Familia del sobrino tal viaja a tal lugar y amenaza a fulano por el incidente en tal ciudad.”

¡Esa era una pista!

Así avanzabas en el juego. No había señales de colores, ni luces que te guiaran, ni mapas brillando… solo la experiencia de ser un verdadero investigador.

Y hago esta comparativa porque actualmente la experiencia se percibe como ¡una pérdida de tiempo!

¿Para qué hacer todo eso si ahora solo abres el celular, escribes algo y listo?

¿Qué recuerdo, qué memoria podría quedar grabada en mi ser con algo tan procesado como abrir el celular y dar un clic?

No hay magia, no hay experiencia, no hay vivir…

Y eso es lo triste. Sí, tecnológicamente es fascinante, pero emocionalmente está vacío. Falta experiencia…

En mi juventud todavía se podía salir a las calles. Había niños jugando la queda, las escondidas, la correíta (sinceramente, de mis favoritos: el que encontraba la correa daba correazos, jaja). Jugábamos toda la tarde y siempre empezábamos en una casa al azar. Llegabas, tocabas el timbre, uno de los papás te recibía con un “pasen adelante”...

y comenzaba la aventura.

La tecnología estaba… pero era lenta. No podías usar internet y el teléfono al mismo tiempo. ¡Eso ahora suena antinatural!

Así que, estando tan limitada, era apenas un 20% tecnología (juegos, música, Paint, Word, etc.) y el resto… ¡experiencia de vivir!

Leer.

Escribir.

Analizar.

Investigar.

Cuando los juegos no bastaban, entonces la creatividad salía a flote.

Aventuras por invención, peligros, imprudencias, valentía… todo era válido con tal de sacarnos el aburrimiento.

Nos metíamos en quebradas, en riachuelos. Uno de mis mejores amigos —que en paz descanse— falleció a los 18 años. Estudiaba aviación.

Sus últimas palabras, que jamás olvidaré, fueron en medio de una conversación cualquiera.

Yo, medio en broma, le dije: —¿Por qué no trabajas en algo mientras estudias, vago?

Y él, con esa sonrisa suya, me contestó: —¡Yo no sirvo para trabajar en nada! Lo mío es volar… y si muero, será haciendo lo que a mí me gusta.

Trágicamente, el destino lo escuchó. Hubo un problema con su avión y, en un aterrizaje forzoso, perdió la vida.

Cuando recibí la noticia me quedé helado. En su misa lloré amargamente. Era mi primer amigo desde que tengo memoria.

En su casa vivíamos la mayoría de las locuras. Tenía un patio enorme, con una loma que caía a un barranco. Abajo había un árbol gigantesco. Allí construyeron una casa de árbol…

y allí ocurría la magia.

Nos inventábamos juegos. Teníamos guerras. Primero, corríamos desde la sala hasta el patio de atrás. Los cuatro primeros que lograban subir al árbol eran “los dueños del castillo”. El resto debía quedarse abajo, intentando subir, intentando derribarnos.

¿Armamento?

Mamoncilos ácidos.

Piedras.

Pepas de mamón (el mamón es una fruta pequeña, muy rica, con una semilla grande y un sabor medio ácido).

Y cualquier objeto lanzable que encontráramos.

Así hacíamos nuestras batallas.

A veces, en medio del caos, se escapaba Persey, el perro de ellos. Un labrador con un instinto algo agresivo. Cuando lograba soltarse, intentaba mordernos… o saciar, digamos, sus impulsos reproductivos con el primero que lograra tumbar. Para nosotros era un desborde de risas y burlas ver al desafortunado atrapado por Persey.

Recuerdo una ocasión: estábamos en plena guerra y el perro se escapó. Todos subimos al árbol, buscando refugio. Abajo, Persey nos acechaba. Era un perro grande, y nosotros apenas unos niños de entre 9 y 11 años…

Ahora la guerra había pasado de una batalla campal a supervivencia: a una bestia al acecho. La muchacha que ayudaba a limpiar se asomó, y le gritábamos para que nos ayudara. Ella no podía hacer mucho, estaba dentro de la casa, y el perro estaba afuera.

Aprovechando que la puerta tenía aberturas, lanzó un juguete al barranco. El perro bajó a buscarlo… y en ese momento uno de nosotros saltó del árbol, cayó a la tierra y corrió con todas sus fuerzas hasta la puerta. El perro, al verlo, corrió loma arriba, subiendo el barranco e intentó morderlo, pero nuestro amigo fue más rápido y logró entrar.

Y así nació el nuevo juego:

“Tira la piedra, el perro la busca barranco abajo, tú saltas del árbol, corre y sálvate.”

No puedo explicar la adrenalina que corría por nuestras venas. El corazón latía tan fuerte que solo escribiendo esto siento cómo me invade la nostalgia y la emoción.

Y así continuamos… hasta que mi amigo —que en paz descanse— quedó atrapado en el árbol. Le tenía un miedo terrible al perro, ¡y eso que era suyo! Se quedó gritando:

¡Ayudaaaa! ¡Ayúdenme!

Nosotros nos burlábamos y reíamos: —¡Muévete! ¡Salta!

Nada. No se atrevía. Tuvimos que esperar a que su hermano mayor viniera a distraer al perro, que lo atacó y mordió en el intento. Finalmente, mi amigo saltó, corrió despavorido, y su hermano terminó con las manos cortadas de tanto pelear con el perro. Aun así, cuando Persey estaba de buenas, era un amor… a veces.

Esto era un día cualquiera en nuestras vidas en los 90. La adrenalina formaba parte de nuestras emociones diarias; todo era una aventura. Jugábamos al balón en la calle, y si caía al otro lado del muro o cerca de una casa, inmediatamente salíamos a rescatarlo. Siempre con la sensación de peligro y emoción presente.

Eso sin contar las reuniones grupales, las pijamadas, las tardes de videojuegos y pizzas:

veinte personas en una habitación compartiendo cuatro controles, compartiendo experiencias, memorias, y creatividad más allá de lo que cualquier juego podía ofrecer.

Diseñábamos folders llenos de títulos, victorias o “el mejor, ¡el número uno! Aquí lo tenemos marcado a puño y letra. ¡El que gana se come esto!”

El cine… era otra experiencia completamente distinta. Ver una película era todo un ritual. Ir al Blockbuster, oler ese aroma característico que creo que se ha extinguido, tomar la caja del VHS, leer la parte de atrás, pasar horas decidiendo cuál ver… si una o dos.

Y luego, cuando llegabas a verla, LA VEÍAS… porque la habías pagado, la tenías contigo, y no importaba si era buena o mala… la veías. Te reunías con tus amigos a verla, a vivirla.

Ahora todo ha sido tan, tan, tan simplificado que ni siquiera hay gracia o esfuerzo en verla. Si en los primeros dos minutos no te llama la atención, la quitas y vas a otra cosa.

Hay tantas películas en tantas plataformas, y casi todas son iguales. Antes podías ver la diferencia entre una y otra; ahora tenemos una montaña de “copy-paste”: la misma película con diferentes personajes.

Incluso en el cine… los jóvenes han perdido tanto respeto por la experiencia que van a chatear, hablar por teléfono, y ni siquiera ven la película.

Antes, todos respetaban el silencio. La atención era completamente para la pantalla. No sentías siquiera que había un alma en el cine, y aún así estaba lleno. Había respeto por el acto de ver una película.

Están tan acostumbrados a tener plataformas y aburrirse que ni siquiera respetan el cine. Es una actividad común como estar en la sala de su casa, donde posiblemente no respetan a nadie. Si un joven es capaz de chatear en una sala de cine donde otros pagaron para poner atención, en su casa debe ser tierra de nadie… una molestia que nadie corrige.

Yo agradezco tanto haber tenido lo mejor de ambos mundos. Por un lado, llegué en tiempos de videojuegos: Nintendo, Super Nintendo, Family, y todo lo demás. Y, al mismo tiempo, pude tener experiencias de vida:

Aventuras.

Caídas de árboles que me dejaron moretones.

Torceduras de tobillo escapando de animales en el río.

Bombitas y silbadores explotando en guerras navideñas entre amigos.

Guerras de piedras y conquistas de castillos.

Juegos en las calles desde la mañana hasta que anochecía.

Pijamadas donde jugábamos toda la noche.

Acampadas de adolescentes en playas y ríos.

En una ocasión, el transporte nos abandonó. Nos dejó varados en la playa. Se nos mojaron los celulares… ¡Nokias, para ese entonces!

Tuvimos que dejar un celular secando sobre una roca con los últimos rayos del sol, y eso nos permitió hacer una última llamada única a unos tíos que lograron contestar y recibir el mensaje de donde estábamos.

Ese dia me picó una avispa siendo alérgico… no podía respirar, y estábamos en medio de la nada, varados, sin comunicación.

Nos rescataron… me llevaron antialérgico…

Y ahora, hoy, yo puedo contarles estas anécdotas llenas de adrenalina y emoción.

¿Qué anécdotas podrán contar estas nuevas generaciones?

¿Qué experiencias podrán vivir teniendo todo el universo al alcance de sus manos?

¿Serán experiencias de “se me acabó la batería y tuve que comprar otra”?

Qué tristeza ser joven en estos tiempos, donde la experiencia de vivir… cada vez es más parecida.

De manual.

Vivimos con todo tan procesado,

que incluso las experiencias empiezan a ser…

copy-paste.

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