Es un viernes por la noche. Llegas del trabajo, te sientas en el sofá, respiras profundo. El cuarto está con la luz encendida. Exhalas. A medida que el aire sale de tus pulmones, tu cuerpo siente una caricia imaginaria recorrerlo de principio a fin. Es tu forma de darle relajación a un cuerpo cansado del día a día. Hoy, viernes al fin, sabes que mañana no trabajas. Eso se siente bien.
Hoy, además, estás solo. Tu compañero de habitación se fue en la madrugada. La casa te pertenece solo a ti.
Miras el pasillo, lo recorres con la mirada. El silencio es acompañado por el sonido de las cadenitas del abanico de techo. Todas las habitaciones están como las dejaste esta mañana: abiertas y con la luz encendida.
Te ríes levemente al pensar en la luz encendida. Recuerdas que a tu compañero le irrita llegar y verlas así. A ese estado él lo llama “desperdicio”.
Sí, él es de esos... de aquellos que no soportan el mínimo gasto que implica una leve luz encendida. Pero hoy no tendrás ese problema. Hoy tú eres amo, dueño y señor del departamento.
Ahora recuestas tu cabeza sobre el sillón, suave y reconfortante. Cierras los ojos y permites que, una vez más, tu respiración acaricie cada rincón de tu cuerpo. Exhalas mirando el techo, y justo ahí...
Aparece uno de esos…
Un intruso inoportuno como nadie…
Un bandido que solo existe para robar…
Y lo que suele llevarse… eso que es preciado para todos...
Llega para robar tu calma.
En medio de esa habitual paz que acaricia tu cuerpo, él... se encarga de erradicarla.
Su llegada es tan impredecible como la lluvia en un día caluroso. Ahora que disfrutabas de tu soledad, él se atrevía a interrumpir tu tranquilidad. Solía actuar de la misma manera siempre. Justo en un momento placentero, él se encargaba de sembrar en tu mente pequeñas ideas, que poco a poco empezaban a crecer…
Y justo ahora, la primera que sembró fue: ¿Y si hoy nuevamente se va la luz?
Cuando eras pequeño, era fascinante quedarse hasta tarde viendo tele o jugando, pero donde vivías, era habitual que a medianoche se fuera la luz, dejándote completamente solo en la sala, a oscuras…
Tu madre acostumbraba tener cuadros de Cristo por todos lados. Esos cuadros donde su mirada, sin importar dónde estés, siempre te seguía. Era perturbador. Y a oscuras… esos ojos se clavaban en tu alma.
El terror se apoderaba inmediatamente de ti. Impedía que te movieras, aunque tu mente gritaba y corría hasta el cuarto. El miedo te paralizaba, y ahí te quedabas, esperando que la luz volviera lo más pronto posible… pero no pasaba.
Entonces, te llenabas de valor, y con todas tus fuerzas, corrías hasta tu cuarto, donde tu hermano ya dormía. La sensación de que te arrancarían el alma durante la corrida era tan fuerte que te dolía…
Y ahora aquí estás… solo en tu casa. Siendo un adulto y, aun así… este pensamiento invade tu paz y poco a poco la anida con miedo y ansiedad.
Sacudes la cara, como intentando sacarte esa idea y disfrutar del hogar que ahora es solo tuyo. Buscas tu laptop, la enciendes y empiezas a jugar.
Pasa un buen rato. Logras distraerte. Empieza a llover, y esto, una vez más, permite a ese intruso sembrar otra idea:
¿Y si la lluvia causa un apagón…?
Otra vez, la paz desaparece y es sustituida por ansiedad. Deseas controlar algo que es imposible de predecir, más aún de evitar.
Un trueno rompe el silencio, y las luces bajan algo su intensidad… un pequeño parpadeo… tenue…
Suficiente para alarmarte. ¡No puede ser! ¡No ahora!
¡No puede irse la luz hoy! Te levantas de tu asiento. Miras por la ventana. La ciudad encendida y la lluvia emitiendo ese sonido relajante...
Pero a tus oídos no conforta… más bien, angustia. Recuerdas que la lluvia era sinónimo de apagón en tu casa de niño. No fallaba. Si llovía, se iba la luz. Una pesadilla.
El intruso, una vez más, trae consigo un recuerdo inquietante…
Aquella vez que fuiste a una pijamada. Todo estuvo bien, pero cuando llegó la hora de dormir, varios amigos se fueron y tú te quedaste…
Té te dieron y, en la sala… una cama inflable… dormirías solo ahí.
Un sentimiento de ansiedad invadió tu ser… por dentro gritabas “¡Por favor, no!”, pero tu orgullo no te permitió decir nada. No podías quedar mal frente a tus amigos.
Así que aceptaste ir a la sala. Te obligaste a dormir, pero fue imposible. El calor era insoportable, estando arropado de pies a cabeza… No soportabas descubrirte en la oscuridad…
Otro trueno rompe el silencio y te saca del recuerdo. ¡Las luces parpadearon una vez más!
Esta vez, el bajón casi apaga la luz… Tu corazón se acelera… Miras el foco sin parpadear… Con toda tu alma le suplicas que no se apague… No puede hacerte esto.
Sientes ganas de llorar… respiras, cierras los ojos y ríes… Te dices a ti mismo que es absurdo. “Si se va la luz, no pasa nada.” Intentas convencerte de que puedes soportarlo. Eres un adulto. Estás en tu casa. Es segura.
Y cuando crees que has logrado controlar tu miedo y reforzado tu seguridad… Una vez más, el intruso llega y empieza a abrir la puerta prohibida de memorias que desearías no tener guardadas…
Suena en tu mente la voz de un cuento de horror que te erizó la piel… Justo esos que no te dejaron dormir con la luz apagada, que te obligaban a dormir con el ruido de la televisión encendida…
Tu mente se llena de cada pensamiento que te eriza la piel, que te provoca una corriente fría por la espalda, que no te deja darle la espalda al vacío de tu habitación…
Ya es demasiado tarde…
Ha ocurrido…
El intruso ha logrado su objetivo.
El miedo está presente. Y no llegará el sueño esta noche.
Otro trueno rompe el silencio y, de la mano, ¡un apagón! Logras ver iluminado todo tu apartamento durante ese último trueno…
Y ahora… oscuridad.
Estás en la seguridad de tu hogar, en completa soledad, con las puertas aseguradas y en total oscuridad.
Tu corazón se acelera. Estás ahí, en el sillón de tu sala, intentando acostumbrarte a la oscuridad…
Fuerzas a tu mente a pensar en cosas agradables con todas tus fuerzas… Pero ese intruso inoportuno, en cada oportunidad, poco a poco mete pensamientos desagradables…
Recuerdas esos ojos de Cristo que te seguían donde sea. Recuerdas aquella historia de la Llorona, cuando estabas en la casa de campo. Recuerdas los ojos abiertos, casi sin párpados, de una mujer anciana horrible en un dibujo de cuentos que viste de niño… Recuerdas el vuelco de corazón que te dio leer ciertas historias en internet…
Así mismo, el intruso provoca que tus ojos vean lo que oculta la oscuridad… Esas sombras y formas que se crean en el baile tenue de luces en las esquinas de tu hogar…
Ya no hay espacio para pensamientos agradables…
Recuerdas aquella historia del hada de los dientes… que si la miras a los ojos… te los arranca.
Tus sentidos se agudizan y oyes el sonido del silencio…
Los crujidos, los ecos… El sonido de los autos en la calle es un alivio que llega esporádicamente… Con la lluvia, son apenas perceptibles…
Recuerdas la vez que tu hermano te levantó en plena madrugada porque vio a un hombrecito de pie en el abanico… y se desvaneció.
Y así, el intruso continúa, cada vez con más fuerza, sometiendo tu mente con una avalancha de pensamientos que siembran terror en tu ser…
Ya no lo soportas más y decides levantarte. Así debas ir con el rabo entre las piernas donde tus padres, o a casa de algún amigo… sin luz no pasarás una noche en soledad.
Entonces, al intentar levantarte, ocurre aquello para lo que no estás preparado…
Ahí… justo al final del pasillo, en tu habitación… Con la puerta entreabierta…
Aun a oscuras, lo puedes ver perfectamente.
Tus ojos ya se han adaptado a la oscuridad, así que no puede ser una equivocación. Se puede ver claramente… alguien asomado al filo de la puerta entreabierta.
Puedes ver claramente un rostro. Dos ojos abiertos de forma tal que parecen a punto de salirse de sus cuencas oculares. No hay una sola presencia de párpados… de lo abiertos que están.
Puedes notar su frente. Sea lo que sea… es calvo. Se ve inhumanamente inclinado de lado… Como si estuviera acostado en el aire.
No puedes ver ni su nariz ni su boca… Solo lo suficiente para conectar con esa mirada paralizante…
Y ahí estás. Casi a punto de levantarte… pero no puedes.
La llave está en la mesa. La mesa, cerca del pasillo. Pero tú no dejas de mirar hacia allá…
Sientes que, si parpadeas, eso… aprovechará para acercarse a ti.
Como si tu vida dependiera de no dejar de verlo, te mantienes inmóvil.
Un trueno cayó nuevamente e iluminó toda la casa. Gritas del miedo al pensar que esa luz haría salir aquello de esa esquina oscura… Pero, al irse la iluminación y quedar otra vez en penumbra…
No había nada.
¿Se fue? —empiezas a pensar— ¿Pero a dónde...?
Eso es algo que no estás dispuesto a averiguar solo.
Tomas tus llaves, sales del departamento, bajas las escaleras. La oscuridad en los pasillos de salida de emergencia es como una corriente fría en la espalda durante todo el recorrido…
Llegaste abajo. Subes a tu auto y lo enciendes. Sientes una paz, al fin.
Pones el vehículo en marcha y manejas por la calle, a oscuras… Parece que el apagón fue grande. La lluvia seguramente dañó algún transformador.
Pero eso ya no importa.
Estás en tu auto, con tus luces llevándote hacia el destino que más tranquilice tu espíritu.
Vas manejando… Decides poner música. Y justo cuando piensas en qué canción oír…
Una vez más, el intruso interrumpe tu tranquilidad.
Miras el espejo retrovisor… Y el intruso roba tu calma dejando una ligera idea:
¿Y si al ajustar el retrovisor… estuvieran esos ojos detrás?
Miras el espejo. Está desajustado… solo debes moverlo.
Lo observas… No lo haces.
Temes.
Sientes que algo está detrás… Está ahí. Puedes sentirlo. Esa corriente fría en tu espalda…
Levantas lentamente tu mano…
Ajustas el retrovisor.
...
El sol entra iluminando la habitación vacía. La puerta está abierta. El televisor sigue encendido. Empiezan las noticias matutinas.
"Ayer en horas de la noche, se reportó un accidente automovilístico. Una persona conducía bajo la lluvia y se estrelló repentinamente contra un camión en vía contraria. Los testigos afirman que el vehículo iba bien en su carril y, de forma inesperada, giró bruscamente hacia el otro lado de la carretera, impactando de frente contra el camión. El conductor perdió la vida en el acto."
La programación continúa, llenando la habitación vacía.
Se oyen pasos acercarse.
Una voz murmura… Y poco a poco se hace entendible:
—Hey… ¡dejaste la puerta abierta!... ¿Estás?
Entra el compañero de habitación. Llega a la sala y exclama molesto:
—¡Dejaste todas las luces prendidas! ¡¡Te voy a matar!!
Camina hacia el pasillo, extrañado.
— Estas???
—¡Hey!... ¡por que te escondes en el cuarto??…
se detiene de golpe…
—porque me miras así?...
...