¿Padres o Amigos? Reflexión sobre la Crianza Moderna
Saben, yo vengo de una generación en la que a los padres se les amaba y se les temía al mismo tiempo. Un miedo constante a ser descubierto, a que se enteraran de cualquier problema o error que uno hubiese cometido... era sentir que te iban a matar. Aunque, en realidad, casi siempre el resultado era solo un regaño acompañado de palabras cargadas de decepción.
A veces me pregunto si ese miedo no venía también del hecho de saber que tenía que seguir viéndolos, día tras día, cruzándome con ellos en los pasillos de la casa después del regaño. Esa era mi realidad. En mi hogar. Porque, claro está, no todos los hogares tienen el mismo manual de crianza.
Por ejemplo, a mi padre siempre lo vi como un ogro. Perdía la paciencia con facilidad. Siempre estaba trabajando, y cuando no, se encerraba en su cuarto a ver televisión. Muy pocas veces se sentaba a jugar con nosotros o a ver cómicas. Lo hacía, sí, pero de forma muy esporádica.
Eso hizo que, para mí, esos momentos fueran como oro. Cuando mi papá compartía con nosotros, lo vivía como si fuera un milagro. ¡Y los disfrutaba enormemente!
Mi madre, en cambio, siempre estaba para todo. Una mujer tan sacrificada… solo sabía dar, ¡y dar, y dar! “¿Quieres esto? Toma. ¿Quieres aquello? Aquí lo tienes.” Siempre pendiente de nuestras necesidades.
Yo era muy distraído, y ella me ayudaba con las tareas… a veces incluso me las hacía. Si olvidaba los libros, ¡me los llevaba a la escuela! Tenía una urgencia por construirnos —ahora, de adulto, así lo llamo— la ilusión de que éramos estudiantes excelentes, puros 5.
Mi padre me ayudaba con matemáticas, física, cálculo… mi madre con historia, español, etc.
Él: los números. Ella: las letras.
Y así fue en mi caso. Éramos tres hermanos. Conmigo fue así, con otro también, pero hubo uno que tomó su propio camino, más independiente de ellos. Siempre hizo las cosas solo.
Nosotros, en cambio, siempre teníamos a mamá encima, procurando que todo saliera bien.
Aun con todo eso… mis padres —y hago más énfasis en mi madre— eran de pocos abrazos y palabras de amor. Mi madre era una mujer que amaba con acciones: dar, sacrificarse, proteger, hacer, apoyar, resolver.
Mi padre, cuando uno lo buscaba, sí solía acariciarnos la cabeza, darnos un abrazo y decirnos que nos amaba… pero muy de vez en cuando. Eso sí: nunca faltó comida, luz, educación, juguetes… ¡nada! Siempre hubo provisión. Él se dedicaba a trabajar. Y mi mamá también, aunque ganaba menos, se dedicaba a…
Y aquí viene la palabra clave:
SOBREPROTEGER.
Con esta pequeña introducción, ahora sí quiero entrar en el tema de fondo:
Padres e Hijos… Crianza Moderna.
Como comenté, esa fue mi infancia. Y seguramente muchos de ustedes se verán reflejados en ella.
Entre mis primos, por ejemplo, podía notar que mi padre era un ogro y mi madre, súper sobreprotectora. Pero con ellos, sus padres eran otro mundo…
Uno de mis tíos, por ejemplo, es (y sigue siendo) el mejor amigo de sus hijos. Desde adolescentes, esos chicos llenaban la casa de amigos, cervezas, cigarrillos… ¡No importaba si estudiaban o no, si trabajaban o no! Sus padres eran sus panas. No había una línea clara entre amor, respeto y autoridad.
¡Yo! Que vengo de una crianza en la que al mayor se le respeta… ¡siempre y cuando haya respeto!
No me entra en la cabeza ese escenario donde convives con tus padres como si estuvieras en una parranda constante.
Claro que se puede compartir, se puede festejar, incluso —porque lo he vivido— un padre puede hablar con los amigos de sus hijos. Pero siempre desde la base del respeto.
Jamás debes perder la imagen de autoridad y ponerte al nivel de sus amistades… no son iguales.
¡Amar no es sinónimo de evitar el conflicto! Hay una gran diferencia entre maltratar y educar. Entre exigir respeto y ser grosero. Entre ser padre… y ser amigo de tus hijos.
Y ese es precisamente uno de los mayores problemas de esta generación.
Vivimos en tiempos donde:
Jóvenes y adultos,
Hijos y padres,
… quieren ser iguales.
¡Y no puede ser!
Se promueve mucho la idea de que si un niño muestra interés por algo, debe reforzarse positivamente. ¡Y no siempre es así!
Los niños son seres humanos en una etapa de adaptación. Si un niño, por ejemplo, muestra interés por una falda, no se debe reforzar la idea de que “nació con mente de niña”. ¡Señores! Un bebé no sabe qué es una falda ni qué significa el color rosado.
Un niño no está para decidir si le gusta la muñeca o el soldado. Está para ser educado.
Nosotros, como adultos y padres responsables, debemos guiarlos para que desarrollen una conducta coherente con su naturaleza. Ya en su adultez, podrán decidir lo que quieran. Pero como padres, nuestro deber es dar las bases para formar una mente sensata.
Ahora bien, si desde pequeños dejamos que nuestras ideas (por no decir pendejadas) sean las que guíen sus caminos, seguiremos criando jóvenes confundidos, sin criterio, sin capacidad de decisión.
¿Y por qué? Porque muchos padres quieren ser amigos antes que ser padres.
(El resto del texto continúa a continuación, por longitud lo dividiré en la siguiente respuesta.)
Continuación del texto corregido (Parte 2):
Volviendo a mis padres…
Mi papá era muy estricto, y mi madre, aunque más sutil, reforzaba la enseñanza de mi padre. La diferencia es que mi madre no nos permitía equivocarnos. Antes de que cometiéramos un error, ella intervenía. Y eso creó algo negativo. Algo que me costó mucho superar.
Con el tiempo, sentí la necesidad de alejarme. Me rebelé. ¿Por qué? Inconscientemente, mi mente buscó liberarse de ese control para permitirme fallar… y aprender a resolver mis propios problemas.
Gracias a eso, hoy puedo enfrentarme a la vida con lo que tengo, sea mucho o poco, y siempre tener un plan: A, B, C… hasta la Z. He aprendido a salir adelante.
Muchas personas permiten que la sobreprotección de sus padres eche raíces tan profundas que terminan perdiendo la capacidad de tomar decisiones por sí mismos. Y todo nace de un acto de amor… pero no todo acto de amor es bueno.
Amar no es sinónimo de felicidad. Amar es sinónimo de necesidad… de lo que realmente te hace bien. No de lo que quieres por capricho.
Ese dicho lo resume bien:
“Si lo amas, déjalo ir…”
Porque quizás una madre, en su soledad, sienta paz y felicidad de que su hijo se quede a cuidarla… Pero ese hijo, seguramente, siente pesar, siente la carga, el peso de no haber hecho su vida. ¡Y pudo haberla hecho!
Entonces, con todo respeto, si decides traer vida a este mundo, no es para que ese hijo se haga cargo de ti. Es para enseñarle a vivir y hacer su camino. Pero eso es solo mi opinión.
Volviendo a los hijos: Hoy tenemos jóvenes que se igualan a los mayores. ¡Es más! Muchos ven a los adultos como si fueran de otro planeta, como si ellos fueran a ser jóvenes eternamente…
Y pareciera que eso es lo que se busca actualmente: Jóvenes de 40 años, dedicados a jugar y grabarse… La famosa generación retrógrada.
Ojo, no tengo nada en contra de jugar —yo amo los videojuegos—. Me doy mi tiempo para ese hobby. Pero de ahí a pretender vivir solo de eso… me parece un salto muy arriesgado.
No está mal ganar dinero con lo que amas… Pero poner todos los huevos en una sola canasta, es jugar con el pan de mañana. Porque si falla… ¿qué queda?
Hoy en día vemos padres jóvenes que son amigos de sus hijos… y de los amigos de sus hijos. Todos en un círculo infantil e inmaduro, donde el primero que levanta la voz con juicio y sensatez es considerado un anormal.
Yo no tuve la mejor crianza. Es más: hoy día, mi familia se rompió. Dos de los tres hijos decidimos salir de la burbuja de la falsedad y hablar del “elefante brillante en la sala”.
Y hemos intentado, poco a poco, vivir dentro de una familia rota… pero más unida.
Nos cansamos de fingir que todo estaba bien. Y empezamos a hablar con honestidad: Lo bueno, lo malo, lo bonito y lo terrible.
Mis padres se distanciaron, y por “la familia”, montaron un teatro que duró años. Eso convirtió las cenas y reuniones familiares en actos vacíos, donde las conversaciones eran siempre las mismas:
¿Cómo va el trabajo?
¿Cómo está la salud?
¿Y los hijos?
Solo eso. Hasta que un día esa burbuja reventó. Y ahí empezamos a comunicarnos de verdad.
Y agradezco, desde lo más profundo de mi ser, que lo malo haya salido a la luz. Para sanar nuestros corazones, drenar lo guardado y empezar a construir desde cero. Con emociones nuevas, vivencias reales, sin máscaras, sin cuentos, sin apariencias…
Y eso ha sanado mucho a mi familia.
Queremos amar y sembrar amor en una familia donde, por muchos años, solo se priorizó la provisión. ¡Y eso no es suficiente!
A veces vale más un abrazo que un plato de comida. Sí, es importante proveer. Pero nunca deben permitir que el amor se disipe en el sacrificio silencioso del trabajo.
Mi madre, por ejemplo, no se deja abrazar. Se incomoda cuando le dicen “te amo”, como si le pidieras demasiado. Su lenguaje es dar. No importa si está en quiebra… ella da. Ella cree que amar es eso.
Y ahora, como adultos, entendemos que eso no es suficiente. No se trata solo de dar… se trata de compartir.
No se trata de ser amigos de tus hijos, sino de que sepan que los amas… Y que los corregirás si hacen algo mal.
Te pongo un ejemplo: Mi abuelo… nunca nos gritó, nunca nos pegó. Siempre —y esto es literal— siempre tuvo tiempo.
¡Éramos más de 13 nietos! Y cada vez que lo buscábamos, él hacía una pausa, jugaba, hablaba, nos aconsejaba… Si no era por mi abuela, que lo regañaba para que trabajara, él seguía con nosotros.
Y si tenía que trabajar de noche, lo hacía. ¡Eso es amor genuino! Amor sabio y bonito.
Le teníamos respeto, claro. Y temor, sí… pero no un miedo tóxico. Era autoridad. Pero también ternura.
Nunca fue nuestro amigo. Fue nuestro abuelo. Y también nuestro mentor. ¡Lo respetábamos! Y era imposible faltarle el respeto… por el amor que le teníamos.
Entonces… si él podía imponerse con respeto, sin violencia, sin gritos… ¿Por qué esta generación castiga la autoridad?
¿Por qué se castiga la corrección?
¿Por qué los hijos deciden desde niños lo que quieren, sin guía?
Perdón, pero si mi hijo dice que quiere ser pianista y resulta ser bueno… Y luego, al estudiar, dice que se aburre y que quiere tocar por su cuenta…
¡No señor!
¡Es mi hijo, vive en mi casa! ¡Y VA A ESTUDIAR!
Porque tiene que aprender que la vida no se trata solo de lo que “yo quiero” o “yo merezco”. La vida va a golpearte. La competencia, la economía, la sociedad…
Si creces creyendo que todo te lo mereces y que no debes esforzarte por nada… El mundo te va a devorar.
Es mejor que me obliguen a aprender algo útil… A quedarme sin herramientas cuando lo que yo creía que era mi talento… no funcione.
Es como si alguien quisiera ser maratonista olímpico y mide 1.60 m. Podrá ser muy bueno, sí. Pero si compite con alguien de 1.90 m que entrena igual… la desventaja está ahí.
¿Entonces qué? ¿Renunciar porque la vida no te apoyó? ¡Claro que no!
Siempre habrá algo más. Pero si le metemos en la cabeza a nuestros hijos que son perfectos en lo que les apasiona, y no los motivamos a desarrollar otras habilidades… Los estamos condenando al fracaso.
¿Todo por evitar ser conflictivos? Les hicimos un mal, queriendo hacerles un bien.
Y eso es lo que está pasando hoy.
Los niños quieren ser influencers. No quieren estudiar. Piensan que son lo suficientemente especiales para vivir de las redes sociales.
Buscan retos, modas, escándalos… solo para volverse virales.
¡Vivimos en la era de la autodestrucción!
Todo lo suben a redes. Su día a día. Su rutina.
Si alguien quiere secuestrar a una persona hoy en día, solo tiene que estudiar sus redes por una semana y sabrá todo: Dónde vive, a qué hora sale, con quién anda…
Vivimos en una sociedad que ha perdido el sentido común.
¿Y saben de dónde viene ese problema?
De los padres.
De padres que no marcan la línea entre ser PADRES y ser AMIGOS de sus hijos.
Hoy en día sigo resolviendo los problemas internos de mi familia. Y, poco a poco, ese parche que con tanto amor hemos puesto mi hermano y yo… ha empezado a acercarnos de nuevo.
Pero sin máscaras. Y queremos seguir así.
Porque una familia que solo se enfoca en proveer, en cuidar que el mundo no los afecte… Donde se obliga a querer a ciertos parientes solo por ser “familia”… Eso no es amor.
Tu familia comienza contigo y tu pareja. Luego con tus hijos. Esa es tu familia.
Cuídala. Para que cuando esa familia crezca, y cada uno forme su hogar, se mantenga unida con amor real.
Como nosotros, que después de haber roto la nuestra, queremos reconstruirla. Pero esta vez, con honestidad.
Y si alguien no está de acuerdo, simplemente dejarle la puerta abierta.
Porque, como adultos, nadie tiene derecho a obligarte a nada.
Ahora… si eres menor de edad, niño o adolescente, debes entender algo muy simple:
Así como es deber del padre proveer, es deber del hijo obedecer.
Tan sencillo como eso.
Sea con mano dura o no… Ese ya es otro tema que compartiré más adelante.