A lo largo de mi vida he tenido muchas ideas, sueños y metas. Y sí, también pensé muchas veces en alcanzar la fama, lograr cosas grandes, ser alguien reconocido...
La verdad es que he podido cumplir varias de esas cosas, y otras siguen ahí, esperando su momento para ser tachadas de mi lista de pendientes, mi “TO DO” (Por Hacer).
Siempre me imaginé que, al pasar los treinta, ya tendría un buen trabajo bien pagado, estaría casado, con hijos… Pero cuando por fin llegué a esa edad y observé en qué punto estaba mi vida, mis proyectos y metas, no pude evitar pensar:
“¡Wao! Las cosas no han salido como creía...”
Ojo, no digo que no he logrado nada. Por ejemplo, desde pequeño fui un apasionado de la lucha libre. Era mi gran amor, mi escape. La vivía como una telenovela de sábado por la tarde. La voz de Hugo Savinovich y Carlos Cabrera iniciando el show con esa energía tan única... solo eso ya hacía que mi sábado fuera perfecto.
Siempre soñé con ser luchador. Pero jamás moví un dedo para lograrlo. Era solo una fantasía encerrada en mi mente. Hasta que, cerca de mis 27 años, vi una academia de lucha libre. Y entonces me hice una gran pregunta:
“¿Por qué no?”
Escribí. Me respondieron: “¡Claro, ven!”. Fui. Y debo admitir algo: soñar es gratis y fácil… pero apenas puse un pie en ese lugar, todo cambió.
Todo lo que imaginaba hacer… ¡quería ser como Mick Foley! ¡Con sillas, mesas! ¡Quería ser como Austin! ¡Hacer lo que me diera la gana! Pero lo que encontré fue una disciplina exigente, un ambiente cargado de respeto, arte, compañerismo, jerarquía, sacrificio...
Ni siquiera toqué el ring durante meses. El entrenamiento era casi militar. El objetivo era llevarnos al límite, hacernos vomitar. Pero todo tenía un propósito.
El ring se respeta. No es un área de juegos. Es sagrado.
Después de casi un año, comencé a luchar. Y debo admitir que me fue relativamente bien. Pude hacer mucho de lo que había imaginado: sillas, mesas, escaleras... el público gritaba, abucheaba, aplaudía. Esa sensación... si eso te apasiona, no tiene comparación.
Pero tu cuerpo también lo resiente. Fracturas, cicatrices, lesiones... Estuve tres años ahí. Lo di todo. No me hice famoso, no gané mucho dinero. Pero ¿saben algo?
Taché un sueño de mi lista.
Luché. Hasta en otros paises me llegaron a pidir entrevistas. Le agradé a la gente.
Y me quedé con algo muy profundo en el alma:
Empecé tarde a seguir ese sueño. Quizá, si lo hubiera hecho más joven, mi cuerpo habría soportado más, podria haber llegado mas lejos.
Y aún me siento capaz de intentarlo de nuevo.
Pero nadie me quitará que lo hice.
Que gente que no me conocía me apoyó.
Aún conservo mi máscara, Que, al ponérmela, me transforma en otra persona completamente.
Aprendí que no se trata del tiempo ni del momento.
La verdadera limitante fue quedarme solo en el sueño y en la pasión.
Todo cambió cuando decidí actuar. Aunque tuviera que partirme el alma, y exigirle a mi cuerpo el duro entrenamiento, fisico y menta. Agradezco cada enseñanza dada por mi maestro, que fue un verdadero mentor en lo que respecta a enseñar lucha libre como disciplina.
Me puse a prueba ante el dolor físico, la exigencia, la constancia. Empecé desde abajo, con humildad. Nunca pedí ser nada. Día a día, me gané ese espacio. Y logré cumplir un sueño, aunque no me dejara dinero.
Y si aplicamos eso a lo demás… Me casé después de los 35. No tengo hijos. Apenas ahora tengo un hogar con mi esposa.
Algunos dirán que estoy “atrasado”. Que a los 27 ya muchos son padres. Pero yo, a los 27, estaba en un ring cumpliendo un sueño. Mi esposa me vio luchar. Lo compartió conmigo. Me regañó, me dijo que estaba loco... pero estuvo ahí.
Me grabó.
Se espantó… y también disfrutó de las luchas.
No me arrepiento de nada. He dejado de sentir que estoy atrasado. Hoy en día, estoy buscando la forma de cumplir otros sueños, otras metas. No dejo mi carrera laboral, pero así como una vez me complicaba el día a día para cumplir una pasión que quería explorar, ahora me abro a intentar otras cosas que también me apasionan.
Hoy vivimos comparándonos con nuestros padres y abuelos, que a los veinte y tantos ya tenían casas, hijos, nietos… Pero esta época es distinta. Una verdadera pesadilla económica: préstamos, casas, comida, vida… ¡todo cuesta carísimo!
Aun así, no se trata de si “ya deberías” haber logrado algo o no. Lo verdaderamente válido es entender que no todos somos iguales.
No todos estudiamos lo mismo, ni tenemos la misma salud, ni el mismo nivel de resistencia.
Algunos no pueden tener hijos.
Otros tienen enfermedades hereditarias.
Algunos tienen contactos. Otros heredan tierras.
Algunos heredan casas.
Otros… heredan deudas.
Lo único justo es lo que decides hacer con lo que tienes Y, sobre todo, cuándo decides actuar.
Trazarse metas es fácil. Es el primer paso. Saber cuál es tu objetivo y hacia dónde quieres ir. Porque si no lo sabes, estarás perdido, dando vueltas en la vida sin aterrizar en nada. Al menos, actuando, ganas experiencia.
Yo fui un luchador que respetó y honró el ring. Valoré el esfuerzo, el sacrificio. Casi hasta desmayar solo en los entrenamientos. Las luchas eran otra cosa.
Ahí no hay pausa.
No puedes decir “espérame, me cansé”.
Es una batalla.
Y tienes que pararte firme hasta que termine.
Amé ese proceso. Amo recordarlo. Y aún tengo la puerta abierta para retomarlo. A pesar de la edad. Es una pasión que solo los que la comparten entienden. Lo que es subir al ring con dolor, con fracturas, con lesiones… y aun así disfrutarlo. Recibir los golpes, el aplauso, el abucheo…
Es alimento para el alma. Deterioro para el cuerpo. Fortaleza para el espíritu.
Un sueño que pude cumplir y que pocos creerían posible. Porque la verdad, sinceramente, es esta:
Todo sueño es imposible si no se actúa.
No hay fecha de expiración para un sueño, siempre y cuando estés con vida. Si no lo has cumplido, es solo porque no has decidido actuar.
Alguien dirá: “Yo quiero irme a Tokio, pero es caro, no tengo plata, no tengo esto o lo otro…”
Y yo te pregunto: ¿Estás haciendo algo para cumplirlo? ¿Estás ahorrando, aunque sea un dólar?
Si la respuesta es no, entonces no estás actuando.
Porque puede tomarte ocho años… pero créeme: si empiezas ya, lo vas a lograr.
Así sea a largo plazo.
Pero si no actúas, créete cuando dices que nunca podrás.
Porque si no mueves las fichas, jamás va a pasar.